Hablar de lo guanche tiene que ver inevitablemente con el racismo. Mucho de lo que sabemos de quienes habitaban las Islas antes de la conquista nos ha sido legado desde el punto de vista de aquellos que propiciaron su “desaparición”. Por eso no es fácil abstraerse de los sesgos con que fueron y aún son descritas estas poblaciones.

Al analizar la primigenia interacción entre las sociedades precoloniales de África y América con Europa, cada vez son más quienes aluden al concepto de colonialidad como patrón de poder que impone una violenta jerarquía racial que hace posible el sometimiento de sus habitantes en términos socioeconómicos, de sexo/género y de conocimiento. Y este proceso, como sostiene el escritor Eugenio Padorno, debe aplicarse también a Canarias por exacta cronología histórica.

Abordar de esta manera la conquista y colonización de las Islas permite empezar a cuestionar cómo el imaginario moderno ha moldeado la forma en que concebimos nuestro pasado. No en vano, la colonialidad es imprescindible para entender, por ejemplo, por qué científicos franceses quisieron ver en los antiguos insulares descendientes del hombre de Cromañón, mientras sus colegas alemanes hacían lo propio con los sajones y los españoles con la cultura iberomauritana. Como se puede apreciar, el racismo impregna la antropología y la arqueología desarrollada en Canarias en la procura de un solo anhelo: emparentar a sus primeros habitantes con Europa.

Este intento deliberado de blanquear nuestros orígenes aún tiene implicaciones para el Archipiélago. Durante siglos sirvió para apuntalar la supremacía imperial que en las Islas ejercieron diferentes potencias occidentales. Y ahora, que estamos en pleno apogeo de lo que algunos denominan colonialidad global, promueve una imagen estereotipada de lo que fuimos que se presta con facilidad a reproducir tal statu quo. Luego, no es extraño que desde posiciones xenófobas se pretenda que, en un territorio ligado remotamente al contexto europeo (según algunos, mediante ataduras genéticas y como antigua colonia productiva o de destierro), no “tengan lugar” quienes proceden del África continental y, dado el caso, tampoco quienes vienen de Asia o Latinoamérica.

Afortunadamente esta visión no coincide con lo que nos cuentan quienes estudian actualmente el pasado de Canarias. A partir del análisis del ADN de los primeros insulares, por ejemplo, se cree que estos compartieron sus orígenes de raigambre amazigh no solo con el mundo mediterráneo, sino también en alguna medida con el África subsahariana. Así mismo lo corroboran quienes exhuman el contenido de sus fuentes etnohistóricas y restos arqueológicos cuando afirman que la población indígena ya era diversa antes de la llegada de los europeos. Un fenómeno que se mantiene tras la imposición de un modelo de explotación colonial del territorio y sus habitantes que ha convertido, tanto la base como la cúspide de su pirámide social en lo que es hoy: una sociedad pluriétnica.

Esta es la razón por la que muchas isleñas e isleños hemos sentido malestar ante la reciente emisión de un documental enteramente dedicado a lo guanche en Televisión Española. Centrado en el cuerpo de un nativo momificado que se exhibe en el Museo Arqueológico Nacional, el filme trata de mostrar el estado actual de las investigaciones sobre dicho periodo, reproduciendo sin cautela planteamientos problemáticos que insisten en la colonialidad del Archipiélago. Tal es el caso de las tesis difusionistas asumidas en su metraje para subordinar a la cultura premoderna de las Islas al influjo del antiguo Egipto, sin mencionar hipótesis alternativas que contextualizan prácticas como la momificación en regiones africanas más próximas a Canarias, y no sólo geográficamente.

Para dar cuenta de los hallazgos más recientes que se han producido desde el punto de vista de la genética, aparecen en el documental personas con una trayectoria científica más que contrastada. Sin embargo, en sus intervenciones tienen un peso mayor los argumentos que refuerzan los lazos de origen que los nativos comparten con las antiguas poblaciones mediterráneas que la incidencia de linajes como el subsahariano. Y esta omisión se vuelve insoportable con cada aparición del protagonista principal de la cinta, el cuerpo de la momia guanche expoliada del barranco de Herques, reseñado en la literatura arqueológica, paradójicamente, como un individuo de rasgos negroides.

Es positivo que se divulgue el saber producido sobre Canarias más allá de sus círculos académicos, pero ello nunca puede estar reñido con la responsabilidad social y moral que entraña una tarea tan necesaria. Es importante que la producción de este tipo de películas traslade a la sociedad preguntas que, por norma general, solo se harían grupos expertos. Pero es indispensable que quienes promueven tales debates no obvien los aspectos menos amables que estos entrañan, como el futuro del patrimonio no europeo que aún atesoran expotencias coloniales como España o el racismo que todavía impregna determinadas formas de conocimiento científico.

En definitiva, el blanqueamiento de lo guanche es una mácula que cercena una parte importante de la tradición indigenista de las Islas. Por eso, para hablar del pasado con rigor es ineludible reparar en una herida que en nuestro Archipiélago todavía supura colonialidad.