Juan Villa Herrero se ha convertido en uno de los principales referentes de la llamada escultura forense. Lleva trece años trabajando con el programa Cuarto Milenio, es un apasionado del cine fantástico y su inagotable imaginación ha sabido dar vida a seres fantásticos y personajes históricos. La tecnología y la artesanía conviven en su taller, un santuario en el que se mezclan técnicas vanguardistas con métodos ancestrales, una mezcla que ha despertado el interés del mundo del teatro, la televisión, las instituciones culturales y de la antropología forense.

Tras resucitar a Nespamedu, un médico del faraón y sacerdote de la época ptolemaica, el Museo Arqueológico Nacional (MAN) le encomendó dar vida al busto de la momia guanche encontrada en el barranco de Herques y confiesa que el trabajo ha sido apasionante. “Sobre todo, por la intención de dignificarla”. Y es que insiste este escultor forense, quizá mejor este artesano, en que la perspectiva cuando se visita un museo y uno se detiene junto a las vitrinas que acogen a las momias debe ser la de estar en presencia de “personas”.

No esconde que a medida que van aflorando los rasgos del personaje lo recorre un cosquilleo. “Ciertamente, este tipo de reproducciones tiene una parte muy técnica”. Para la réplica de la momia guanche explica que utilizaron una máquina fresadora. “Se trata de un brazo robótico de seis ejes que va tallando en una espuma de alta densidad la forma de la momia”, pero hay aspectos y detalles que durante ese proceso mecánico se pierden. Y es ahí, en los matices, donde interviene el alma del artista. “En el caso de la momia guanche ha sido algo muy sutil, como la mirada más de lado, una barba recortada... Puedes imprimir una pieza con técnica 3-D, pero la firma del autor deja siempre un sello humano”.

Un detalle singular: el varón momificado tenía los ojos claros. “Así se desprende de los resultados de las pruebas de ADN”, explica. Lo cierto es que al reproducir esa tonalidad la figura desprendía un “aspecto bastante inquietante” y decidieron rebajar la intensidad. “No nos atrevimos. En esas figuras, con esa pátina similar a las que se exhiben en los museos de cera, los ojos claros funcionan realmente fatal”.

Y otro más. Cuando ya habían dado por terminada la reconstrucción, convencidos de que el mechón de pelo adherido al cráneo de la momia era un postizo, de hecho se observaron restos de pegamento, el análisis de ADN certificó que se trataba del original.

Lo cierto es que el proceso es sencillamente “apasionante”, casi de ciencia ficción. Explica Luis Villa que sobre el prototipo del cráneo se sitúan unos indicadores que definen el grosor que debe tener la piel en cada zona, siguiendo unos parámetros de raza, sexo, edad… “Con estas medida vamos modelando los músculos, el tejido blando y todo el resto de la cara. El cráneo nos da las instrucciones completas de medidas como la longitud de la nariz o la forma de las orejas”. Cada una de estas intervenciones están sostenidas desde una base científica, “refrendada por un estudio previo en el que nos valemos del asesoramiento de los restauradores e historiadores del MAN, que son los conocedores del contexto histórico del personaje”.

Así como en otros trabajos se ha encontrado con piezas incompletas, “en el caso de la momia guanche todo estaba ahí”. Eso impulsó a los científicos a plantear la tentativa de redoblar la piel, “que acaso sea posible cuando la tecnología esté más avanzada”, dice Villa.

Continuando con el proceso, se aplica una capa de menos de un milímetro de grosor de una plastilina líquida profesional “y sobre ella pincelamos y pulimos los últimos detalles”. Como la plastilina no es un material resistente, subraya el escultor, a través de un proceso de copia en moldes “creamos una momia igual en silicona”, un material rígido en el que todos los detalles quedan perfectamente registrados. Y, precisamente, esta réplica a tamaño natural es la que se ha utilizado para el rodaje del documental.

Una residencia polémica

Fueron numerosas las momias que salieron de Canarias, víctimas del expolio, a distintos países europeos y también de América, como consecuencia del interés por los restos arqueológicos y el creciente gusto por el coleccionismo que se desarrolló desde mediados del siglo XVIII, a lo que se sumarían la inclinación científica e incluso el objetivo económico. Fue así cómo las momias guanches se exhibieron en gabinetes de historia natural, en museos y en colecciones privadas de todo el mundo. En concreto, la momia del barranco de Herques está residenciada en Madrid desde 17653, cuando fue entregada como obsequio al monarca Carlos III. Con el paso de los siglos y la llegada de la democracia, desde 1976 las autoridades isleñas han intentado, en vano, recuperar al ‘compatriota’ exiliado, siendo además el mejor conservado de cuantos existen. En el año 2006, siendo presidente del Cabildo el nacionalista Ricardo Melchior, defendió ante la comisión de Cultura del Senado que “los restos de un ser vivo que nació y vivió en Tenerife, y cuyo traslado a la Península se efectuó en condiciones que se desconocen, tendrían que ser devueltos a su lugar de origen, sobre todo teniendo en cuenta que existe una petición formal de las instituciones tinerfeñas”, Aunque la moción recibició el respaldo mayoritario, la momia no se movió de la capital de España. Tampoco dio frutos la petición en 2010 de la también nacionalista Ana Oramas, pese a lograr el apoyo mayoritario a la proposición no de ley que instaba a la devolución de la momia de Herques.