Sophia de Mello Breyner Andresen (1919-2004), a la que el Taller tradujo en ‘De Keats a Bonnefoy’ (Pre-Textos, 2006). | | ELD

Creo que en el mundo de la edición española ha crecido últimamente la importancia de la traducción. Comparémoslo, por ejemplo, con los años cincuenta y sesenta, cuando raramente se mencionaba el asunto. Otra cosa es que las tarifas no siempre se ajusten a esa importancia. Por norma, en España se le sigue pagando menos a un traductor literario que en países como Francia e Italia. Tal vez porque la industria editorial acá trabaja con márgenes muy ajustados y produce demasiados títulos. Pero en general, hay ahora mucha mayor conciencia social, digamos, de que un traductor no es precisamente una figura secundaria. Lamentablemente, la prensa cultural es perezosa cuando se trata del tema de la traducción. Y parte del gremio también considera la traducción de poesía como algo ancilar. En España no es frecuente, por ejemplo, que los poetas incluyan versiones dentro de sus propios libros de poesía, como sucede habitualmente en el mundo anglosajón.

La tarea del Taller de Traducción Literaria de la Universidad de La Laguna ha sido sobresaliente, sobre todo en lo que respecta a la traducción poética, ese “baile cargado de cadenas”, como decía Valéry. Ha dado a conocer nuevas voces y ha defendido un tipo de acercamiento poco común a los textos, sin limitaciones de corte académico. Destacaría especialmente las antologías de versiones poéticas, que no son cosa común en España: De Keats a Bonnefoy (2006), Ars poética (2011) y Las llamas sobre el agua (2016). También destacaría la edición de los inagotables Cuadernos de Valéry o de El puente de Hart Crane, entre otros muchos títulos. Todos son libros excepcionales, de alguna manera.

Lamento que la actividad del Taller de Traducción Literaria no sea más conocida —y reconocida. No entiendo por qué no se le cita más. El Taller de La Laguna ha ocupado, en el panorama español, el lugar de grandes traductores contemporáneos como Octavio Paz, en México, o de teóricos de la traducción, como los hermanos Campos en el mundo lusófono o Henri Meschonnic. Se trata de un trabajo esencialmente literario, no “paraliterario”, que se concibe como labor colectiva bajo una guía establecida desde la práctica, no desde el dogma. No hay “una” teoría de la traducción, sino un acercamiento que parte siempre del texto, y ejerce sobre este diversos movimientos concéntricos.

Ahora mismo tengo en mi mesa de trabajo el número 36 del Boletín trimestral del Taller, que es siempre una lectura agradable, incitadora. Y tengo muchas ganas de ver las anunciadas versiones de los metafísicos ingleses, que plantean retos fundamentales al traductor-poeta.

Muchas felicidades a los colegas que llevan años haciendo ese notable trabajo, y en especial a Andrés Sánchez Robayna, por no desfallecer y seguirnos regalando el fruto, siempre escaso, de lo bien pensado y lo bien hecho. Lo cual me recuerda aquello de Lezama Lima: “Mientras el hormiguero se agita —realidad, arte social, arte puro, pueblo, marfil, torre— pregunta, responde, el Perugino se nos acerca silencioso y nos da la mejor solución: prepara la sopa, mientras tanto voy a pintar un ángel más”.

Ernesto Hernández Busto (La Habana, 1968) es escritor y traductor del italiano, el ruso, el francés, el inglés y el portugués.