El mundo editorial francés da una importancia relativa a la traducción, si tenemos en cuenta la cantidad de novelas extranjeras, fundamentalmente anglosajonas, que ofrece a los lectores. Sin embargo, debido al elevado número de páginas que suelen tener esas novelas y a las retribuciones y a los plazos extremadamente ajustados de los que disponen sus traductores, esas traducciones son a menudo mediocres. En cualquier caso, no corresponden a lo que denominamos “traducción literaria”, esa traducción que implica un trabajo de escritura que hace de la obra traducida una obra de pleno derecho, una metáfora del original. En este grado de exigencia, el poema (en un sentido amplio que puede incluir una novela y hasta un ensayo), por la densidad de su escritura, exige del traductor esa “transcreación” (Haroldo de Campos) que raramente encontramos en las publicaciones actuales. De ahí que, salvo notables excepciones, el mundo editorial francés conceda poco espacio a la traducción propiamente literaria, que sobrevive principalmente gracias a algunos pequeños editores que logran compensar sus escasos medios con la pasión.

No he leído muchas publicaciones del Taller de Traducción Literaria de la Universidad de La Laguna, pero viendo su línea editorial, no puedo sino expresar mi admiración por la labor realizada, por su amplitud, su variedad y su extensión tanto en el tiempo (de Dante a Bernard Noël, pasando, entre otros, por los metafísicos ingleses, Saint Simon, Keats, Valéry, Seferis o Luzi) como en el espacio de las lenguas (español, italiano, francés, inglés, griego, japonés, etc.) Entre esa treintena de títulos, a cual más fascinante, me gustaría destacar la importancia del Diccionario de lugares comunes de Flaubert, de los Cuadernos de Valéry y de El síndrome de Gramsci de Bernard Noël, no porque sean autores franceses, sino porque su elección (se trata de textos en prosa: aforismos, notas, relato) ilustra lo que antes he llamado poema: una obra en la que el vector no es necesariamente el verso, pero que tiene tanta fuerza que no sólo vale por lo que dice, sino por lo que es: un objeto de lenguaje y/o de pensamiento destinado a atravesar el espacio y el tiempo.

La duración de esta experiencia singular del Taller de Traducción Literaria renueva mi sentimiento de admiración hacia la asombrosa tenacidad, la amplia cultura y la profunda sensibilidad de Andrés Sánchez Robayna que, en su calidad de fundador y de animador del Taller, supo crear a su alrededor las condiciones necesarias para que surgiera un impulso colectivo capaz, como una obra de arte, de perdurar con independencia de su autor. Este trabajo de escritura y de edición, que él ha sabido llevar a cabo con maestría, nos ofrece, así, más allá del ejemplo de los seminarios de traducción de Royaumont que le sirvieron de inspiración, una suerte de cartografía poética sin parangón en el espacio europeo en la que la traducción literaria ocupa un lugar central. Como traductor no puedo más que celebrarlo.

Jacques Ancet (Lyon, 1942) es poeta, ensayista y traductor francés, premio Nelly Sachs (1992), premio Hérédia de la Academia Francesa (2006) y premio Apollinaire (2009), entre otros.