William Wordsworth (1780-1850), del que el Taller tradujo ‘El preludio’ (1799) en 1999. | | ELD

Creo haberlo afirmado en alguna otra ocasión, pero no está mal recordarlo: la traducción es probablemente la más dura y sutil de las tareas intelectuales. Esta afirmación es extremadamente cierta no sólo cuando se traducen temas técnicos o científicos muy especializados, sino —ya dentro del campo de la literatura— la poesía. Podríamos reforzar más esta afirmación refiriéndonos a la poesía clásica. Esta dificultad se ha ido reconociendo gracias al más cuidadoso trabajo y consideración de las editoriales, a la atención de la Asociación Profesional de Traductores (APETI), Casa del Traductor, o ayudas del Ministerio de Cultura y de institutos internacionales. También gracias al trabajo de las Facultades de Traducción o a tareas concretas, como el trabajo del profesor Javier Gómez-Montero y su equipo de la universidad alemana de Kiel, o el Taller de Traducción Literaria de la Universidad de La Laguna, coordinado durante años por el profesor y poeta Andrés Sánchez Robayna.

Nos encontramos en este caso que traducir es además labor placentera y hermosa, trabajo en equipo, deleite de metamorfosear un texto para salvar su espíritu, su esencia. No es otra, a mi entender, la tarea de traducir poesía. Es lógico, por ello, que en el epílogo a esta recopilación de 35 poetas, Yves Bonnefoy se pregunte: “¿Es posible traducir la poesía?” Nadie mejor que un poeta sabe de la razón de esta pregunta y del alcance de las posibles respuestas. Porque, añade Bonnefoy, “no existe traductor que no haya tenido la impresión de que se le escapaba aquello que en ese preciso instante le parecía lo más valioso de lo que intentaba recrear”. A ello lo he llamado yo en algún ensayo sobre traducción “salvar el espíritu del texto poético”. Porque frente al poema no basta la traducción literal, ni la libre, sino que se han de buscar caminos intermedios para salvar ese aroma del verso: la poesía.

La tarea que, durante años, ha llevado a cabo Sánchez Robayna es muy loable. En primer lugar, porque recupera con esta labor sensible y compartida el placer de traducir, por haber sido una labor rigurosa en el tiempo, y porque, en definitiva, los nuevos textos no nos “enfrentan” a los originales, sino que, por salvarse en ellos la poesía, adquieren el valor de verdaderos textos creativos. Remitimos a este volumen de Ars poetica para que el lector se encuentre con las personas que han colaborado con sus traducciones en esta selecta antología y recordamos algunos de los poetas traducidos que, imagino que por coherencia y acotación del tiempo, van desde finales del XVIII —con un poeta clave en esa etapa de transición de la poesía europea como fue William Wordsworth (1770-1850)— a un poeta muy bien acogido de última hora, Adam Zagajewski (n. 1945).

En medio, nos encontramos con otros 33 poetas cuya elección no es arbitraria, pues revela una sensibilidad a la que no es ajeno el coordinador es este volumen.

Me refiero a que, encontrándose en esta nómina, algunos de los grandes poetas del pasado siglo —Rilke, Perse, Ajmátova, Reverdy, MacLeish—, se han traducido además textos que no son tan conocidos para los lectores no atentos o especializados, pero que señalan una línea de autenticidad, poéticas valiosas. Quizá sea esta la razón de que se haya optado por traducir a Palamás y no a Seferis, a Palazzeschi y no a algunos de los más renombrados ermitici, a Haroldo de Campos y no a Pessoa. Pero se dan casos —estoy pensando en poetas suecos de dos generaciones, Tranströmer y Söderberg— en los que se rompe esta dicotomía y voces distintas son rescatadas con un mismo relieve.

No hay que olvidar tampoco que este volumen no puede ser comprendido sin reparar en otras entregas de las que Robayna es autor. Recuerdo su volumen De Keats a Bonnefoy, también editado por Pre-Textos. En otros sellos editoriales, nos encontraremos con autores emblemáticos (los metafísicos ingleses, Valéry, Stevens, el mencionado Seferis, Jabès) o los que entran dentro de esa rareza que denota voces valiosas, de una gran pureza expresiva, como es el caso de Jacques Ancet.

Un volumen como Ars poetica no sólo nos reconcilia con la difícil y a la vez hermosa tarea de traducir poesía, sino que es prueba de un trabajo cuidadoso en el tiempo. De ello, el Taller de Traducción Literaria canario es ya un exponente puntero y esta antología uno de sus mejores frutos.

Andrés Sánchez Robayna (ed.), ‘Ars poetica. Versiones de poesía moderna’, Valencia, Pre-Textos, 2011.

Antonio Colinas (León, 1946) es poeta, novelista, ensayista y traductor.