Los volantazos de este 2020 tan improbable han llevado a Isabella Rossellini hasta un asunto también altamente insólito. ¿Puede ser el funcionamiento de la vagina de un pato -por lo visto un asombroso laberinto de canales- el argumento de un espectáculo? Pues, contra todo pronóstico, parece que sí. Sobre todo si, como Rossellini, estás de vuelta de casi todo y, por pura diversión, te montas un show cómico por streaming desde tu granja de Long Island, en el que hablas de la sexualidad de los animales -spoiler: las patas desechan el semen de los machos que no les gustan- porque consideras que pocas cosas hay más genuinamente humanas que "compartir la risa", el conocimiento y los misterios de la vida.

Hay que decir que Sex and cosequences -el título del show que se ha podido ver por Zoom- no es la primera y alocada incursion de Rossellini, de 67 años, en la vida sexual de las especies. En el año 2014 ya presentó en el festival de Sundance Porno green, unos monólogos también alocados, pero científicamente ajustados, en los que la actriz y modelo ya daba rienda suelta al estudio de los animales y a su sobrevenida y chocante comicidad. Dos pasiones suyas que no se permitió desarrollar hasta que Hollywood y la industria de la cosmética decretaron su desahucio cuando cruzó la alambrada de la cuarentena.

Visto con perspectiva, Rossellini asegura estar ahora "agradecida" de aquella aciaga temporada en la que su por entonces pareja David Lynch, Lancôme y el cine le dieron puerta. De los escombros vitales, explicaba días atrás en el diario británico The Guardian, conjuró un nervio que le permitió escribir libros y guiones, ir a la universidad pasados los 50, dirigir un puñado de producciones, criar con tranquilidad y comprarse la granja en la que hoy vive rodeada de ovejas, cabras, pollos, patos y perros. "He visto a amigas actrices tan deprimidas por perder la belleza... -contaba en el diario- Yo también sentí que la gente no me quería, pero creo que estudiar me salvó, le dio mucha alegría a mi vida".

Hasta aquel momento de reconstrucción, su vida había basculado entre la interpretación, una apabullante y extrañada belleza, y un linaje tan mítico como escandaloso para la época. Ya conocen la historia: Ingrid Bergman, su madre, había sido desterrada de Hollywood y de EEUU, hasta el punto de que durante años no pudo ni visitar a su hija mayor, Pia, tras haber dejado a su entonces marido para irse con el director Roberto Rossellini.

Aquella conjunción de pecado original y belleza -con la que la actriz siempre tuvo una relación problemática: suele decir que se sentía "culpable" por su efecto desestabilizador- marcó incluso su primer matrimonio con Martin Scorsese (1978). El director, por entonces en quiebra adictiva y emocional, admitió años después que para él siempre había sido importante "pensar que tenía una relación con la hija de Rossellini", de la que, cabe decir, nunca aceptó su carrera de modelo. Tanto es así que en 1982, cuando Lancôme la convirtió en la top mejor pagada del mundo, el egomaniaco cineasta se pasó un mes sin salir a la calle porque no soportaba verla en la portada de Vogue e imaginar "la lujuria y el deseo" que su foto alentaba desde los quioscos.

Divorcio y boda exprés

Por aquel entonces, poco les quedaba ya de estar juntos. Rossellini se quedó embarazada de su primera hija, Elettra, fruto de su relación con el modelo Jonathan Wiedeman. "Me divorcié de Martin y me casé con Jonathan todo -explicaría décadas más tarde- durante la misma media hora en Santo Domingo en 1983". Tres años después, se adentró con David Lynch en una relación altamente voltaica en lo personal y lo profesional. Un idilio que empezó con Blue velvet -en la que interpretó a la oscura y tortuosa Dorothy Vallens- y acabó cuatro años más tarde con una parca llamada telefónica del director después del estreno de Corazón salvaje.

Tras el adiós de Lynch y, algo más tarde, el de Lancôme, Rossellini adoptó a su hijo Roberto, de origen afrodescendiente, y empezó esta segunda vida que ahora celebra disfrazada de mamífera humana y explicando, por ejemplo, cómo al pobre zángano se le rompe el miembro sexual durante el coito con la abeja reina. Ella asegura que no piensa en maridos -"creo que consumen demasiado tiempo"- y exprime este etcétera como una fascinante aventura. Al fin y al cabo, afirma, lo que antes le inquietaba -ya fueran malos amores o críticas- perdió para ella toda importancia: "Envejecer da mucha felicidad: te engordas, sí, y te salen arrugas, pero también tienes mayor libertad de hacer cuanto quieras".