Todo va a favor de que el regreso de Bruce Springsteen sea saludado como el Séptimo de Caballería al rescate de la Humanidad: obra de relieves sonoros épicos, reencuentro con la E Street Band, portadora de versos reconfortantes ahora que sentimos cómo el suelo se mueve bajo nuestros pies. Y sí, Letter to you es un muy buen disco (doble en vinilo) al que no le convienen las hipérboles valorativas, porque ni necesita que exageremos sus virtudes para disfrutarlo, ni es cabal proyectar sobre él nuestras necesidades emocionales acumuladas.

Es Bruce y su gang, todos rondando los 70, haciendo del rock'n'roll un lenguaje todavía excitante y creíble, adaptándolo a un punto de vista otoñal enrarecido por el aroma a muerte, que transfiere un poso sobrecogedor a algunas canciones mientras que a otras les inyecta urgencia vital. Los decesos de seres queridos espolean el álbum en un ahora o nunca advertido sin rodeos en One minute you're here, apertura que traza un puente con las interioridades de Western stars (2019), el defendible álbum que elaboró fuera de la órbita de los Estreeters.

Valores

Es posible que no solo los fans necesitaran un gran álbum del Boss con la banda de su vida, sino también el mismo Bruce y los suyos, y eso puede dar a Letter to you un aire de réplica ansiosa de las altas cotas del pasado.

Pero, ¿no es acaso un signo de los grandes, citarse a ellos mismos, a quién sino, porque su obra y su trayecto constituyen un todo, inspirador y único, emocionante incluso a través de la autorreferencia? Claro que abundan aquí las señales que conectan con el pasado, pero las canciones no están talladas por patrones clónicos. No hay locos intentos de crear un nuevo Thunder road; tan solo gestos que inspiran confianza e irradian el sabor de hogar del modo que solo ellos saben, desde los pasajes al piano de Roy Bittan hasta ese saxo de Jake Clemons marcado desde las alturas por tío Clarence. No es impostura: son valores de familia. Al servicio de canciones que pueden evocar actitudes de períodos específicos (1978-80 en la correosa Burnin' train) o desarrollar arquitecturas renovadas: Last man standing es muy Bruce siglo XXI.

Quedarán las canciones, como las tres que afloran, por fin, desde su escritura en los 70 (la mejor, If I was the priest, más allá del dylanismo y el espesor narrativo), y los logros de The power of prayer, con su mística pujante, el viaje de placer a Land of thousand guitars y ese Ghost a todo tren. Balance de notable alto. Ni obra cumbre, ni menos aún una decepción, que quizá sienta quien elevara demasiado las expectativas y confundiera su necesidad con el actual momento del artista. El tiempo no solo ha cambiado a Bruce: también a ti, que nunca podrás volver a sentir lo mismo que cuando escuchaste Born to run por primera vez.