Un premio, aunque venga envuelto con las texturas propias de esta crisis, siempre es importante, ¿no?

Estoy contento porque dentro de esta espiral loca en la que andamos metidos la actividad marcha, aunque a veces haya que poner más energía que la que se tiene... Este premio, por ejemplo, ha sido como un desayuno fuerte.

¿Estas recompensas anímicas justifican los pasos dados hasta llegar aquí?

Los reconocimientos permiten que tus días negros sean visibles para otros. Sobre todo para la gente que no te conoce... Entonces la palmadita en la espalda no te la está dando mamá sino alguien que ha visto tu trabajo y, encima, le ha gustado.

¿A pesar de su naturaleza periférica, un Premio Nacional no se "acostumbra" a ganar?

En este país aún existe la necesidad de tener que justificar todo lo que se hace alrededor de la danza contemporánea... Para un niño de La Matanza un reconocimiento de esa dimensión se ve lejano, pero cuando llega se queda con la sensación de que algo de lo que hiciste es bueno para España. Es un futuro de película, pero no imposible... Cada persona tendrá las formas de lograr un objetivo pero yo conozco las mías: sé lo que me ha costado y el precio que pagué por llegar hasta aquí. Más allá de todas esas circunstancias, que al final no atraviesan las puertas de la intimidad, lo importante es no perder la perspectiva de dónde eres y adónde vas.

Si nos quedamos en sus raíces, es inevitable no hacer referencia etérea al buen vino y al buen pescado que se sirve en La Matanza...

Pues sí, lo que ocurre es que yo el vino no lo toco... Pero sí, eso es lo malo, que se come muy bien y cada vez que voy a casa me vengo un poco más hinchadito (ríe).

Podría recurrir al ejemplo del cisne negro, pero le voy a restar algo de dramatismo... ¿La danza sigue siendo el patito feo de las artes escénicas o eso es caer en el vistísimo?

A mí no me gusta hablar desde ese lugar. En las grandes ciudades tienes que pasar un examen todos los días, por eso cuando mi compañía se presenta en una localidad más pequeña no deja de sorprenderme lo afectivo, caluroso y comprensivo que es el público. A veces, incluso, asimilan el concepto contemporáneo mejor que en las grandes capitales.

Creador, coreógrafo, bailarín, empresario... ¿Usted es como un 'pack' de todo en uno?

Esta profesión te obliga a saber de muchas cosas. Eso es algo que aprendí hace 20 años y sigue dentro de mí: un día estás pensando en la iluminación de un espectáculo, al siguiente planificando un cartel y al rato te ves con una mopa limpiando el escenario. A veces me siento como una impresora multifunciones, pero me gusta meterme en estos fregados.

Después de 20 años se gana en experiencia y sabiduría y, quizás, se pierde agilidad y fuerza...

Una de las cosas que se pierden es la energía de la juventud, esa situación de riesgo en la que es difícil contener las hormonas que tienes dentro de ti. El tiempo te hace más fuerte y en mi caso; un fracaso no significa nada y una victoria tampoco... El éxito laboral consiste en hacer lo que quieres y trabajar por lo que quieres.

¿Está enamorado de su oficio?

A mí me gusta alimentar proyectos y resulta mágico ver cómo una obra escoge la manera que tengo de ver el mundo para crecer. Suena un poco raro, pero yo lo vivo así.

¿Nunca se le pasó por la cabeza que este no era su mundo; hubo ese día en el que casi se marcha de la danza para siempre?

La idea de colgar las zapatillas se me pasó muchas veces por la cabeza... Curiosamente, esos instantes de bajona llegaron después de un reconocimiento como el que me acaban de hacer en Cazorla. Esta es una profesión de servicio que depende mucho de las miradas ajenas y, por lo tanto, es relativamente fácil que te pegues una leche.

¿Cómo aparece la chispa que enciende su creativa?

No lo sé... Los psicólogos hablan de un estado de flujo, pero lo mío no es tan elaborado. Más bien son accidentes de la movilidad aleatorios que intento que me pillen más o menos despierto.

¿Admitiendo que su acento ha perdido algo de profundidad, se reconoce en el chico que se metió en este mundo hace más de dos décadas?

Soy canario, de La Matanza y me muevo por sus calles, cuando puedo ir, con la naturalidad del que sabe que forma parte de ese espacio, pero también soy consciente del hecho de que mi "otro" espacio está hace años en Madrid. El tiempo no ha anulado mi instinto canario, pero los años no han pasado en balde y es normal que me sienta atraído por el espacio aislado que he ido moldeando lejos de casa. Por supuesto que echo de menos un ratito de playa o un paseo por un entorno que formó parte de mi niñez, pero ese alimento ahora mismo no me nutre... Mi cuerpo responde de una forma muy bonita, pero tengo 44 años. Vamos, que cada vez cuesta más evitar los dolores.