'El hombre que fue Jueves' es una novela de Chesterton y usted eligió llamarla Viernes, como Robinson Crusoe. ¿Hay sensación de naufragio?

Ciertamente. Del naufragio personal y colectivo que marca las vidas de los personajes. La novela transita entre dos tramas paralelas: los hechos y la historia de unas personas que se han visto obligadas a abandonar España y también sus proyectos de vida.

Se habrán colado rasgos autobiográficos, ¿no?

Aunque no lo quiera, uno termina inevitablemente por proyectarse en lo que escribe. Fui uno de esos exiliados, vine a Inglaterra con una oferta de trabajo, pero mi perfil no es el prototipo de ese español joven que llega a Reino Unido en busca de un futuro. Conviví con ellos y apliqué mi formación periodística, la de conocerlos y entenderlos a partir de la observación.

¿Y cómo se percibe esa metamorfosis que va del desencanto al resentimiento?

Descorazonados y huérfanos, esos jóvenes van incubando un resentimiento que se dirige hacia la clase dirigente española, a quienes consideran responsables de su fracaso. Todo comienza con una gran gamberrada hasta que surge alguien que pone los medios y un plan que tiene como objetivo combatir a España. Las utopías se alimentan de ideales radicales, de ruptura, y esos jóvenes eran presas fáciles.

La crisis económica y social lleva de la mano a sus personajes hacia una inevitable crisis de identidad.

Los efectos de la crisis de 2008 persisten. España aún no ha terminado de recuperarse y ahora se acentúan aquellos efectos con la pandemia del Covid-19. Quienes contamos ya con una cierta edad echamos mano de referencias, como los estertores de la Dictadura, la democracia y los avances que esos cambios trajeron consigo, convirtiendo a España en un país moderno, con servicios públicos: el estado del bienestar.

Y estos chicos carecen de esa memoria histórica...

Claro. Estas nuevas generaciones carecen de referentes a los que aferrarse.

¿Tan desesperados están que recurren a la violencia?

Del desencanto al resentimiento y de ahí a la violencia solo hay un paso. Esta es una generación perdida, descreída, que rechaza el sistema, convencida de que por la vía oficialista nada puede cambiar. Y esta novela es una exploración de ese resentimiento llevado al límite.

Hasta el límite de llamarse Los Ahorcados y maquinar cargarse a famosos y políticos. ¿Asumen así la fatalidad?

Lo de Los Ahorcados es un guiño. Ellos se reúnen todos los viernes en un pub de Londres cuya imagen es precisamente una horca. Y entre pintas, llevados por la irracionalidad, fantasean con atentar contra famosos, empresarios y políticos.

Y entre sus objetivos figuran personajes reales como Rajoy, Federico Trillo o la misma reina Letizia.

Tenía la disyuntiva de si crear o no personajes ficticios, y me pareció esencialmente más lógico recurrir a personas de carne y hueso, tratadas en su cruda realidad, sin que perdieran ni un aliento de fidelidad.

Oiga, ¿ya lo han llamado desde la embajada en Londres?

Nadie me ha llamado... todavía. Es curioso. En la época en la que Trillo fue embajador en Londres mantuve trato personal con él, pero por entonces ni él ni yo sabíamos que iba a convertirse en parte de una novela.

¿Sabe si existe tratado de extradición entre Reino Unido y España?

(Ríe) Pues la verdad es que lo desconozco. A propósito, en la propia editorial se generó un debate para elegir la portada de la novela entre diez alternativas. La que se escogió no es la más fuerte y espero que de alguna manera todas puedan exponerse en público algún día.

Y tras releer la novela, ¿cambiaría algo?

Ni una coma. No ha habido autocensura y la editorial me ha respetado el texto. Una obra podría revisarse hasta la eternidad, pero así nunca llegaría a independizarse ni tampoco el autor de ella.

¿Ha recibido reproches por su historia?

De momento, ninguno. Habrá que esperar a que la novela vaya llegando a las librerías.