A pesar de la adversidad del covid y lo que conlleva la existencia continúa. La vida sigue y no se para ni un solo minuto. Nietzsche escribió en una ocasión lo siguiente:

"¿Tenemos que aceptar que la finalidad de la ciencia sea procurar al hombre el mayor número de placeres posible y el menor desencanto posible?

Pero, ¿cómo hacerlo, si el placer y el desencanto se encuentran tan unidos que quien quisiera tener el mayor número de placeres posible debe sufrir, al menos, la misma cantidad de desencanto; que quien quisiera aprender a 'dar saltos de alegría' debe prepararse para 'estar triste hasta la muerte'?

Tal vez así suceda. Al menos eso creían los estoicos, consecuentes en la medida en que deseaban el menor placer posible para conseguir de la vida el menor desencanto que se pueda (la sentencia que tenían constantemente en la boca, 'el virtuoso es el más feliz', podía servir tanto de enseñanza de escuela dirigida a la gran masa, como de casuística sutil para los refinados)".

Con su filosofía estoica y su mirada cruda sobre las cosas de este mundo nuestro, en especial el dolor y el sufrimiento, Nietzsche puede ser un referente muy actual en el mundo de hoy, castigado por la covid-19 y todas sus consecuencias.

Igual que este filosofo alemán, los estoicos también creían que el dolor era parte natural de la existencia y que por ello mismo había que experimentarlos del mismo modo como aceptamos la felicidad o la alegría; por definición el dolor y el sufrimiento son más pesarosos, pero al final son también los que fortalecen nuestro espíritu y, al menos en teoría, nos hacen más sabios y templan nuestro carácter, situándonos en el camino de la "plenitud del ser" (eudaimonia) y de aquello que de verdad queremos para nuestra vida.

Quizás, en el mundo de la arquitectura sea un buen momento, este de la pandemia, para preguntarnos qué es lo que de verdad queremos para nuestra vida, nuestras ciudades y nuestro planeta. En relación con Canarias nos toca volver a sufrir lo que sufrimos en 2008 o más, nos hemos quedado sin nuestro principal sustento: el turismo, que tanto criticamos a lo largo de los años.

Creo que nos toca seguir a Seneca, y volver a descubrir que se puede vivir con lo mínimo posible, que basta lo esencial, y que a pesar de la adversidad la existencia continúa y que, quizá, así es mejor; por eso Nietzsche, al final del fragmento citado, celebra esa perseverancia de la voluntad en medio de la adversidad propia de la existencia: conocerla, padecerla y abrazarla como parte de nuestra vida para entender todos los aspectos de ésta, para entender a cabalidad lo mismo el disfrute que el dolor, el placer y el sufrimiento, y los matices entre ambos.

En esa perseverancia de sobrevivir con poco, hemos sido, en Canarias, expertos en muchas épocas duras, de hambre y dificultades, cuando no llegaba nada a las Islas, o llegaba demasiado tarde, igual que ahora no llegan los aviones. ¿y que hicieron los canarios entonces? Pues lo único que podían hacer y tenía sentido: usar las fuerzas de la naturaleza a su favor.

Creo que cuando se habla —muchas veces de manera poco pensada— de diversificar la economía creo que lo único que tenemos que recordar, y utilizar bien, es que, las Islas Canarias presentan algunos de los ecosistemas forestales más singulares de toda Europa, como el bosque termófilo, el bosque de laurisilva o monteverde y el pinar, que debe su nombre al pino canario (Pinnus canariensis) y es esto lo que podemos aprovechar.

La variabilidad climática, el origen volcánico, el aislamiento de las islas y el paso del tiempo, han dado lugar a una naturaleza excepcionalmente rica y diversa, organizada en forma de ecosistemas únicos, y que hace que estas islas se consideren "continentes en miniatura". Y si no aprovechamos eso no tenemos nada.