El cuerpo lumínico de la pieza, con su cadencia de ritmos coloreados, dibuja un espacio nuevo, el cual se aloja en el voluminoso vacío cilíndrico. Las paredes curvadas de la estructura son presentidas por la reverberación, que cual sónar devuelve su solidez metálica, para desvelar intermitentemente el efecto ilusorio. Hasta aquí el alarde vomitivo que hago para describir D'espacio, la intervención de Juan Serrano en El Tanque. Es verdad que valdría para un roto lo mismo que para un descosido: podría haberlo utilizado igualmente para describir la gran mayoría de intervenciones artísticas que he visto en los últimos años en este espacio cultural de Santa Cruz de Tenerife.

Como no podía ser de otro modo, no falta en ésta tampoco el bombardeo trivial de juegos de luces y de

sonidos de película de ciencia ficción de serie B, lugar común de casi todas las instalaciones que suele acoger el antiguo depósito de combustible reconvertido en recinto cultural. Estoy por pensar que intentar otra cosa en El Tanque es poco menos que imposible.

Escribe Juan Serrano en la hoja de sala: "Un dibujo lumínico abstracto trazado en el espacio que no remite a nada salvo a sí mismo y su carácter ornamental". Quizá es que el artista cree que este "carácter ornamental", este decorativismo vacío, deja de serlo si su autor se adelanta a enunciarlo en su presentación. Quizá es que piense que con este "quien avisa no es traidor" toda tentación crítica queda desactivada.

Y así, mientras un sonido hace que uno de los rectángulos de luz LED blanca se torne rojo, para regresar a continuación al blanco, y mientras otro ruido provoca el cambio a verde de los LEDs a mi espalda, continúo leyendo a Juan Serrano: "La experiencia del tiempo, o de la mutación del espacio, se incorpora a la intervención mediante operaciones de coloreado puntual de algunas de las formas a la vez que aparecen y desaparecen una serie de sonidos concretos, abstractos, y distorsionados." Serrano afirma todo ello, reconozco que para mi estupefacción, sin voluntad paródica.

Me descubro así en medio de un "Simón dice" para niños grandes y redichos. Uno que, más que retentiva infantil, necesita de amnesia senil para seguir sucediéndose con convicción. Uno que juega a mirarse el ombligo, parapetado tras parrafadas con las que luego se jacta de rechazar la unicidad, la centralización y no sé cuántas cosas más. Uno, otro más, que lo fía todo a la fotogenia y a la pose de iluminado.