Vamos a adentrarnos en los procelosos mares del transhumanismo. Fue hace poco tiempo que leí unas manifestaciones de la historiadora Micaela Sagaseta, quien en su legítima respuesta a otro historiador que se atrevió a señalar a la saga de las Mapi Sagaseta (María del Pino, apocopado) como devotas de la Virgen del Pino, además de sentir que "no haya podido arreglar el papeleo para no tener que ver nada con la Iglesia católica, ya que la considero la organización más farsante, hipócrita, corrupta, castrante y nefasta que ha conocido la Humanidad", pontificaba: "Tal es el grado de mentiras y fábulas que la Iglesia ha intentado transmitir de generación en generación, que ha sido necesaria la llegada de las ciencias marxistas, para desmontar toda esta farsa?", etcétera.

Con independencia de la emotividad con la que la historiadora se muestra aplastante contra la Iglesia católica, por sus motivos personales, el momento en el que se apoya en las "ciencias marxistas" es nodular en su discurso, y lo traigo acá como testimonio de cómo el feminismo clásico arraiga su agresividad, de un lado, en los abusos de las autoridades religiosas regidas por el que se denomina "heteropatriarcado", y de otro lado, como consideración de que esto se trata de un acto "científico". Lo primero que hay que advertir es que el marxismo no es una ciencia, y se sabe con claridad desde Karl Popper, quien mostró parecidos argumentos con el psicoanálisis y la teoría de la evolución darwinista. Todo lo más, el marxismo, a estas alturas de la ciencia, es como alinearse a un equipo de fútbol perdedor en la Champions. El marxismo es una pseudociencia. Pero estos son temas epistemológicos, y ahora pretendemos analizar más la transformación de las posiciones de misandria incardinándose dentro del transhumanismo.

Comencemos señalando que las actitudes agresivas y misándricas entre el feminismo no son nuevas, ni faltas de razón. Baste el ejemplo del conocido caso de Valerie Solanas, una autora muy clara en sus propuestas, como las de acabar con todos los hombres en la especie humana. En efecto, Valerie, en 1967, escribió el Manifiesto SCUM, acrónimo de Society for Cutting Up Men, donde propugna la exterminación del hombre en base a las diferencias cromosómicas, en las que se constataba que el hombre es inferior y prescindible, para con ello también prescindir del mal en el mundo. Valerie había escrito el guion Up your ass para que se convirtiera en una película y se lo había dejado a Andy Warhol, en La Factoría. Warhol lo perdió, Valerie se enfadó y optó un día de 1968 por ir a matarle, lo cual casi logra con tres tiros, y eso la elevó a la fama tras tres años de cárcel. Valerie había sido una niña violada por su padre hasta los 15 años, diagnosticada de esquizofrenia, pero muy visionaria y argumentadora en sus propuestas, a pesar de incluir el exterminio misándrico.

Pero demos un paso más en los extremos, para observar la tensión del transfeminismo por reductio ad absurdum. Decimos transfeminismo porque el feminismo clásico, al estilo del apologizado por la "ciencias marxistas", está periclitado. Marx y las feministas son ya vintage. Ahora toca otra cosa, más visionaria, como las propuestas de Valerie Solanas, pero precisamente por ello, ampliando el horizonte post-hetero-patriarcal, y no solo, sino también el post-humanista. Acudimos, por tanto, a un fenómeno nuevo, que va tomando forma, al menos en términos exploratorios y jurídicos. Se trata de la "transcapacidad".

El periódico canadiense National Post, el 3 de junio de 2015, publicó una información sobre los transabled, los transcapaces, y hablaba de las personas que, al igual que en términos sexuales se admite una fluidez que determina sentimientos de sexo distintos en función medioambiental (sentirse hombre, sentirse mujer, sentirse asexual, etcétera), también las hay que se sienten "impostores en sus cuerpos, sus brazos y piernas en pleno funcionamiento", y frente a ese sentimiento eligen mutilarse o discapacitarse. En el National Post hablaba el profesor, de la Universidad de Ottawa, Alexandre Baril, especialista en "diversidad" feminista, queer, transexual... y decía: "Definimos la transcapacidad como el deseo o la necesidad de que una persona, identificada como físicamente capacitada por otras personas, transforme su cuerpo para obtener un impedimento físico", es decir: "La persona podría querer ser sorda, ciega, amputada, parapléjica. Es un deseo fuerte". En el mismo artículo se traía a colación un estudio de Clive Baldwin, de la Universidad St. Thomas, con 37 personas de diversos países, que se declaran transcapaces, de los cuales la mayoría son hombres, y casi la mitad viven en Alemania y Suiza. "La mayoría ansía una amputación o parálisis, aunque se ha entrevistado a una persona que quiere que le extirpen el pene. Otro quiere ser ciego". El tema avanza con los intentos de varios transcapaces de automutilarse y se les equipara en su legitimidad a "la experiencia que muchas personas transexuales expresan de no sentirse como si estuvieran en el cuerpo correcto". Por este camino, los defensores de la transcapacidad hablan del cumplimiento del objetivo transcapaz como si se hablara de una operación de cirugía estética.

Si llamamos a los filósofos Spinoza, Agamben, o Foucault, y utilizamos varias de sus perspectivas definitorias de lo humanístico, y las enfrentamos a la eutanasia, el suicidio asistido, el aborto, la maternidad subrogada, las operaciones trans (capaces, sexuales, etcétera), podemos llegar pronto a un mundo en el que el "body integrity identity disorder", o disforia de integridad corporal, deje de ser considerada una enfermedad psiquiátrica, como en su momento lo dejó de ser la homosexualidad. Todo es cuestión de tiempo, y el transhumanismo considera estos escenarios en el panorama futuro global.