Cuando se eche la vista atrás y se pueda mirar con perspectiva se verá, entre tanto material extraño, que en el año de la pandemia hubo dos días del libro, ambos igual de excéntricos: uno que tuvo lugar en la fecha señalada pero que fue básicamente virtual y otro que tuvo lugar no en Sant Jordi sino en Santa Brígida de Suecia, San Severo de Bizia y San Valeriano de Cimiez, y que, a su modo, también fue un sucedáneo, con numerosas librerías descolgadas de la celebración, actividad de calle reducida al mínimo y el contacto con los escritores mermado por el coronavirus. Fue casi un acto de fe organizar un día del libro (y la rosa) en medio de todo esto, pero si algo puede ganar la partida es la voluntad de los libreros, los editores y, sobre todo, los lectores.

La gran mayoría de librerías cancelaron ayer su actividad rubricadora, todas por seguridad y responsabilidad social: porque el autor, sobre todo el famoso, atrae multitudes. Las pocas que propiciaron el contacto entre escritores y lectores extremaron las medidas de seguridad. Los estands frente a las tiendas crearon ambiente en un día con pocos autores y soluciones de ingenio.