Al igual que en los países tercermundistas donde el adulterio o la homosexualidad -es decir, la vida privada- se castiga con la lapidación, y todos en el pueblo, niños incluidos, acuden a ver y jalear la ejecución, un viento de estulticia barre occidente respecto a un pensar único, dirigido por la supremacía moral de la izquierda, de modo que cuando alguien señala una supuesta corrección, una mayoría ovejuna obedece. Es así que un suceso de orden público en Estados Unidos produce eco y se expande por el mundo, como la Coca Cola, el MacDonalds o Jennifer Lopez, o en los casos en los que nos fijamos ahora, una obediencia ciega y súbdita a los MeToo o los BlackLivesMatter.

No es una crítica, sino una descripción de lo que ocurre. El derribo de las estatuas de Colón, Cervantes, Fray Junípero, los Reyes Católicos, Lincoln, Alexander Fleming, o los Conguitos racistas que han recogido miles de firmas en Change.org por "denigrar a los negros y, en especial a los congoleños", llevan la misma pulsión que el derribo de los Budas de Bamiyán o las lapidaciones. Nada importa, ni siquiera se hace caso, a que, en el ridículo ejemplo de los conguitos, hasta el histórico Moshe Tombé, presidente de Congo en aquella época, 1961, pidiera varias cajas en Bilbao, viendo a los chocolates redondos como un detalle amistoso, según revela el creador de los conguitos, Juan Tudela Férez. Como dice la comentarista Elena Berberana, esta actitud, al revés de lo supuestamente pretendido: "azuza el odio entre razas y busca acabar con la concordia social".

Juan Tudela decía en una entrevista: "En esa época se produjo la independencia del Congo belga y se puso de moda una canción sobre el país en cuestión. Para dibujar la cabeza me basé en el producto. En España no había inmigrantes africanos. Ni siquiera los podíamos ver por televisión, porque no teníamos". Y sigue Berberana: "De hecho, los anuncios televisivos de los Conguitos, en las décadas de los 70, 80 y 90, alcanzaron un gran éxito. Su popularidad aumentaba por momentos. En los spots aparecían Tina Turner, Stevie Wonder y Michael Jackson, en su versión dibujos animados. Ninguna de estas grandes celebridades tildó a los comerciales de racistas, es más, contaban con su consentimiento". Y sabemos que estas celebridades son de raza negra. Las manadas de izquierda llevan más de 6.000 firmas recogidas en Change.org: "Dejad de usar la marca Conguitos. Es racista". La casa Cola Cao, por las mismas miasmas izquierdistas, ha retirado la pegadiza canción: "Yo soy aquel negrito del África tropical?". Ya ha advertido también Juan Carlos Girauta sobre el "brazo de gitano".

El absoluto sesgo se advierte en que todo esto se une al denominado heteropatriarcado y al capitalismo, con la habitual mezcla de churras y merinas, de forma que Jorge Vilches, profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid, advierte: "Si a estas personas les importara realmente el racismo y la homofobia, atacarían igual las figuras del Ché Guevara o de Fidel Castro? No se está abriendo un debate sobre qué hizo este personaje o aquel, sino que se derriba y se impone un leninismo cultural". Esta actitud perjudica a los propios intelectuales adscritos al cómodo pensamiento único (el apelativo de "correcto" y "progresista" que ellos mismos se arguyen es producto del supremacismo cultural). De esta forma, se ha hecho famosa la carta, publicada el 7 de julio pasado, y que saldrá en papel en el número de octubre de 2020, de Harper's Magazine, firmada, entre otros, por Martin Amis, Anne Applebaum, Margaret Atwood, Noam Chomsky, Francis Fukuyama, Michael Ignatieff, Garry Kasparov, Enrique Krauze, Steven Pinker, Salman Rushdie o J.K. Rowling (esta última estigmatizada por opinar lo obvio sobre el denominado estado sexual trans). Estos intelectuales de izquierda semiarrepentidos, han escrito un manifiesto que dice: "Nuestras instituciones culturales se enfrentan a un momento de prueba. Las poderosas protestas por la justicia racial y social están llevando a demandas atrasadas de reforma policial, junto con llamamientos más amplios para una mayor igualdad e inclusión en nuestra sociedad, especialmente en la educación superior, el periodismo, la filantropía y las artes. Pero este ajuste de cuentas necesario, también ha intensificado un nuevo conjunto de actitudes morales y compromisos políticos que tienden a debilitar nuestras normas de debate abierto y la tolerancia de las diferencias a favor de la conformidad ideológica".

En román paladino, llaman "conformidad ideológica" al "leninismo cultural", y siguen: "El libre intercambio de información e ideas, el alma de una sociedad liberal, se está volviendo cada vez más restringido. Si bien hemos llegado a esperar esto en la derecha radical, la censura también se está extendiendo más ampliamente en nuestra cultura: una intolerancia de puntos de vista opuestos, una moda para la vergüenza pública y el ostracismo, y la tendencia a disolver cuestiones políticas complejas en una ceguera moral. Mantenemos el valor de la contra-voz robusta e incluso cáustica de todos los sectores. Pero ahora es demasiado común escuchar llamados a represalias rápidas y severas en respuesta a las transgresiones percibidas del habla y el pensamiento? Los editores son despedidos por dirigir piezas controvertidas; los libros son retirados por presunta falta de autenticidad; los periodistas tienen prohibido escribir sobre ciertos temas; los profesores son investigados por citar trabajos de literatura en clase; un investigador es despedido por distribuir un estudio académico revisado por pares; y los jefes de las organizaciones son expulsados por lo que a veces son simples errores torpes".

El motivo principal de estos, hasta ahora, defensores del pensamiento único del supremacismo izquierdista, que se ha vuelto contra ellos, es: "Ya estamos pagando el precio con mayor aversión al riesgo entre escritores, artistas y periodistas que temen por sus medios de vida si se apartan del consenso". No corresponde aquí, siguiendo con el símil, criticar a los espectadores morbosos del apedreamiento de las adúlteras, como tampoco corresponde recordar la mítica frase "el que esté libre de pecado, tire la última piedra". Lo que aquí se quiere decir es que esas actitudes de manada, "correctas" y "progresistas", impropias de librepensadores, son las actitudes de los súbditos del monstruoso Leviatán, ese ser superior que tiene presos a todos los autodenominados izquierdistas y progresistas, cuando siquiera son supremacistas culturales por decisión propia, sino en tanto peleles del ser superior.