Para situarnos, la responsable española, Alta Comisionada para la Agenda 2030, nombrada por el entonces presidente en funciones Pedro Sánchez, fue Belén Crespo Sánchez-Eznarriaga, hasta ser sustituida por Pablo Iglesias cuyo ministerio se titula, en parte, Agenda 2030. Belén Crespo fue, con anterioridad a este nombramiento, directora de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios, desde el 9 de diciembre de 2010. Ha representado a España en los siguientes grupos europeos: Jefes de Agencias Europeas de Medicamentos (Heads of Medicines Agencies), Consejo Asesor (Management Board) de la Agencia Europea de Medicamentos, Comité Farmacéutico de la Comisión Europea, Comité Permanente (Standing Committee) para medicamentos de uso humano y Comité Permanente para medicamentos de uso veterinario, ambos de la Comisión Europea. Si seguimos el modus operandi de pensar de la izquierda, esta señora debería ser el diablo, por el puesto que ocupó, y de ahí saltó a dirigir la Agenda 2030, cuyo sucesor ha terminado siendo Pablo Iglesias Turrión. Esto es para situarnos con los personajes relacionados con la Agenda 2030.

Ahora cambiemos el tercio y sigamos la conspiranoia por otro lado. Ida Auken ha sido miembro del Parlamento de Dinamarca por el Partido Social Liberal, exministra de Medio Ambiente en Dinamarca entre los años 2011 y 2014 y, finalmente, presidente del Comité de Clima y Energía. Ida Auken fue elegida como líder para el Foro Económico Mundial, el World Economic Forum, y es especialista en clima, energía y economía circular. En noviembre de 2016, Ida publicó en el World Economic Forum, un artículo, Welcome to 2030. I own nothing, have no privacy, and life has never been better, que podríamos traducir como: Bienvenidos a 2030. No tengo nada, no tengo privacidad, y la vida nunca ha sido mejor. En dicho artículo esta jovencita, fanática de la economía circular y socialista, explica: "Bienvenidos al año 2030. Bienvenidos a mi ciudad -o debería decir, nuestra ciudad. No tengo nada. No tengo coche. No tengo casa. No tengo electrodomésticos, ni ropa. Puede parecerte extraño, pero tiene sentido para nosotros en esta ciudad. Todo lo que considerabas un producto, ahora se ha convertido en un servicio. Tenemos acceso al transporte, alojamiento, comida y todas las cosas que necesitamos en nuestra vida diaria. Una a una todas estas cosas se volvieron libres, así que terminó sin tener sentido para nosotros el poseer. La comunicación se digitalizó y fue gratuita para todos. Entonces, cuando la energía limpia se hizo libre, las cosas comenzaron a moverse rápidamente. El transporte bajó drásticamente de precio. No tenía sentido para nosotros poseer más coches, porque podíamos llamar a un vehículo sin conductor o un coche volador para viajes más largos en cuestión de minutos. Empezamos a transportarnos de una manera mucho más organizada y coordinada? Ahora no puedo creer que haya habido un tiempo en el que hayamos aceptado la congestión y los atascos, por no hablar de la contaminación atmosférica de los motores de combustión. ¿En qué estábamos pensando?".

Ida sigue elucubrando sobre ese mundo socializado en el que los individuos no poseen nada y el Estado lo proporciona todo: "De vez en cuando, elegiré cocinar para mí. Es fácil -el equipo de cocina necesario se entrega en la puerta de mi habitación en cuestión de minutos. Desde que el transporte se hizo libre, dejamos de tener todas esas cosas metidas en nuestra casa. ¿Por qué mantener una máquina de pasta y una olla crepe apiñadas en nuestros armarios? Podemos ordenar que nos lo proporcionen cuando los necesitemos". La economía circular lo avasalla todo: "Cuando los productos se convierten en servicios, nadie tiene interés en las cosas con una vida útil corta. Todo está diseñado para ofrecer durabilidad, reparabilidad y reciclabilidad... Los problemas ambientales parecen lejanos, ya que sólo utilizamos energía limpia y métodos de producción limpios. El aire está limpio, el agua está limpia y nadie se atrevería a tocar las áreas protegidas de la naturaleza porque constituyen valor para nuestro bienestar... Todavía no entiendo por qué en el pasado llenamos todos los lugares libres de la ciudad con hormigón".

Yo ya estoy muerto de miedo con este mundo feliz, pero Ida sigue con el final del mundo de las compraventas: "¿Compras? Realmente no puedo recordar lo que es eso. Para la mayoría de nosotros, se ha convertido en elegir cosas para usar. A veces me parece divertido, y a veces sólo quiero que el algoritmo lo haga por mí. Conoce mi gusto mejor que yo a estas alturas. Cuando la Inteligencia Artificial y los robots se apoderaron de gran parte de nuestro trabajo, de repente tuvimos tiempo para comer bien, dormir bien y pasar tiempo con otras personas".

Pero los disidentes de la Agenda 2030 de Ida Auken, o de Pablo Iglesias, o de los neocoumnistas o neosocialistas de Un mundo feliz, también existen, no quieren vivir así, e Ida Auken lo sabe: "Mi mayor preocupación es toda la gente que no vive en nuestra ciudad. Los que perdimos en el camino. Aquellos que decidieron que se convirtió en demasiado toda esta tecnología. Aquellos que se sentían obsoletos e inútiles cuando los robots y la Inteligencia Artificial se apoderaron de grandes partes de nuestros trabajos. Aquellos que se molestaron con el sistema político y se volvieron en contra de él. Viven diferentes tipos de vidas fuera de la ciudad. Algunos han formado pequeñas comunidades auto-abastecidas".

Ida se da cuenta de la fatal trampa del Mundo Feliz: "De vez en cuando me enfada el hecho de que no tengo privacidad real. Donde pueda ir y no estar registrada. Sé que, en algún lugar, todo lo que hago, pienso y sueño está registrado. Sólo espero que nadie lo use en mi contra". Pero Ida, fanática, se termina tirando al vacío, como el que presa de una buena borrachera se mete en la mafia de la trata de blancas y luego ve que no puede salir: "Con todo, es una buena vida. Mucho mejor que el camino en el que estábamos, donde quedó tan claro que no podíamos continuar con el mismo modelo de crecimiento".

Agenda 2030: pasar de la vida real a la vida en la que el Estado lo dirige todo, hasta los sueños, como dice Ida.