Fue en la mañana de un 17 de junio de 1970, hace ahora 50 años, cuando el Café La Peña, ubicado en la santacrucera plaza de La Candelaria, cerraba sus puertas. La razón de esta clausura no era otra que el inminente derribo del inmueble, que estaba destinado a caer bajo la piqueta para dar cabida en aquel solar al nuevo edificio social del Banco de Santander, todo un símbolo de la modernidad.

Como precisa el cronista de la ciudad, José Manuel Ledesma, la sociedad formada por el cónsul alemán Carl Gottlob Adolf Buchle y William Lemaitre construyó "una preciosa vivienda y abrieron un moderno bazar. Años más tarde le sustituiría la droguería Espinosa y el bar Cuatro Naciones".

Las crónicas de la época refieren que aquella mañana, los habituales tertulianos permanecían impertérritos ante las puertas del local, consternados por la pérdida de un icono del imaginario de la ciudad y de sus gentes. El cierre los cogió por sorpresa. No hubo aviso previo.

El Café La Peña tuvo sus días de esplendor a comienzos del pasado siglo, convertido en un cenáculo en el que solían coincidir personalidades de la talla del escritor, poeta, periodista y también particular biógrafo Isaac Viera; el también periodista Joaquín Femández Pajares, conocido bajo el seudónimo de Jacinto Terry; el poeta, caricaturista y pintor de acuarelas Diego Crosa y su inseparable Ramón Gil Roldán, político, abogado, periodista y además escritor, entre otros.

Durante muchos años se convirtió también en un auténtico terreno de juego, donde los aficionados al deporte del fútbol ganaban y perdían partidos a viva voz, y hasta tal punto llegaba el tono de las discusiones que se requería la mediación arbitral de su propietario, Bernardo Martín.

Otro de los habituales de aquella época era Evaristo Iceta Ciarán, director de la Banda Municipal de Música de Santa Cruz de Tenerife, el primero en adaptar piezas modernas, como el foxtrot, en una ciudad hasta entonces dominada por el sonido wagneriano. Y una de las estampas más habituales de entonces era la del maestro, reclinado sobre el velador (mesita) y profundamente dormido cuando llegaba la medianoche.

Ya desde la segunda mitad del siglo XX, La Peña se convirtió en parada frecuente del mundo de la intelectualidad, de la vanguardia del momento, con exponentes tales como Domingo Pérez Minik, Eduardo Westerdahl y su mujer Maud, acompañados de jóvenes como Julio Tovar, Pilar Lojendio, María Belén Morales...

En su terraza, de coquetas y estilizadas sillas negras rodeando las siempre elegantes mesas de mármol, se arracimaban los amantes del buen whisky, en sana competencia con sus convecinos del Cuatro Naciones, como también de El Guanche, el café El Águila o La Gaditana. Lo cierto es que los cafés y las tertulias desempeñaron un papel relevante como catalizadores del ambiente y el espíritu literario de la capital.