Pocos libros han sido más citados en estos meses en los que una pandemia desconocida ha puesto patas arriba al mundo entero que Ensayo sobre la ceguera de José Saramago (1922-2010). Su mujer, Pilar del Río, concede que el Premio Nobel portugués se anticipó al "mundo inhóspito" en que vivimos, pero sin dejar de recordar su pertinaz confianza en el ser humano.

"A ver si también la confianza que él tenía en los seres humanos se cumple", desea Del Río en una entrevista realizada desde Lisboa, que pide contestar por escrito, porque una afonía le dificulta hablar con soltura. Diez años después de la muerte en Lanzarote del escritor portugués, su compañera reflexiona sobre el papel de Saramago en la literatura, sobre la conexión que estableció con César Manrique sin llegar a conocerlo, sobre hasta qué punto Ensayo sobre la ceguera se anticipó al caos de la Covid-19... Y puestos a recomendar voces sensatas a las que escuchar faltando Saramago, no lo duda: el papa Francisco y el secretario general de la ONU, Antonio Guterres.

¿Cómo resumiría una década sin Saramago?

No es una década sin Saramago, es una década en la que su pensamiento y obra han estado circulando por el mundo, se reeditan sus libros, han aparecido textos nuevos, sus conferencias se leen y él es citado continuamente. Basta ver artículos periodísticos, editoriales o declaraciones públicas a lo largo de este tiempo de pandemia. Ensayo sobre la ceguera, el primer libro que Saramago escribió en Lanzarote, ha sido una referencia continua.

¿Qué supuso su pérdida para la literatura?

Los autores no se pierden, no los autores que definen sus épocas. Mueren las personas, claro, y eso es un dolor para sus cercanos, pero el trabajo de los escritores continúa y es ahí donde nos encontramos y los encontramos. Y José Saramago está muy presente en el relato del mundo inhóspito que nos ha tocado vivir, sus distrofias avanzaron lo que está sucediendo. A ver si también la confianza que él tenía en los seres humanos se cumple...

¿Están sólidas la huella y la obra? ¿Qué papel juega al respecto la Fundación José Saramago?

La Fundación es una institución de ámbito cultural, con sede en Lisboa, que trabaja cada día y ha conseguido, en sus doce años de vida, formar parte del concierto mundial, es decir, estar entre las instituciones con objetivos semejantes: la salud del mundo, el cuidado del medio ambiente, también la cultura, porque somos seres de pensamiento, con memoria y con sueños. Trabajamos con esos materiales, la dignidad del planeta, tan vapuleado, la de todos y cada uno de sus habitantes, todos con derechos humanos, todos indispensables, aunque haya tantos condenados por la voracidad del sistema.

¿Alguien ha cogido el relevo de lo que era Saramago como conciencia crítica de esta sociedad?

Creo que cada escritor o intelectual hace lo que puede. Nadie ocupa el lugar de otro, cada uno encuentra y vive en su propio lugar. Y hay voces muy autorizadas en el mundo en estos momentos. Si quiere, y para no citarle escritores de un país u otro, le doy dos referencias mundiales, a las que se puede oír y se aprende: el papa Francisco y el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, dos voces que en estos tiempos de pandemia han dicho lo más sensato y humano: que hay que atender a los afectados, a todos, que tienen que vivir y atender a sus necesidades, dijo el papa en el Domingo de Misericordia, y que éste es un problema global, que necesita soluciones globales, insiste Antonio Guterres.

¿No cree que, de alguna forma, durante esta pandemia, en determinados momentos, hemos vivido algunos pasajes del Ensayo sobre la ceguera

Absolutamente. Por eso ha sido tan citada. Un día en un pleno del Parlamento español se leyó una frase de ese libro, que algunos creadores de opinión y de crispación deberían aprender: en una epidemia no hay culpables ni responsables, somos todos víctimas.

¿Por qué cree que Manrique y Saramago conectaron tanto?

Conectaron sin llegar a conocerse. Porque ambos tenían como proyecto el bien común, que los seres humanos pudieran vivir con dignidad. Y porque los dos eran unos creadores grandes y generosos, dos ejemplos de vida.