El ruido es un residuo. Y resulta que tiene mucho más que ver con la transmisión del covid de lo que la mayoría de los ciudadanos tenemos idea. Hace pocos días se publicó un interesante estudio sobre cómo se había transmitido el coronavirus en tres espacios arquitectónicos en los que cualquiera de nosotros suele pasar varias horas a la semana: una oficina, un restaurante y un viaje en guagua (o avión, que para el caso, lo de volar en Binter es casi lo mismo). De esos tres espacios surgieron tres brotes reales de covid, que las autoridades chinas y coreanas documentaron rigurosamente por el alto grado de contagios que tuvieron lugar en esos tres espacios habitables.

Ese estudio se realizó para saber cómo responder a preguntas que ahora nos preocupan a todos: ¿Qué ocurrió en esos escenarios? ¿Cuáles fueron los factores de riesgo? ¿Qué lecciones podemos aprender, ahora que tratamos de recuperar la normalidad, en restaurantes, oficinas, medios de transporte y otros lugares similares?

Se descubrieron diversas cuestiones de las que, por supuesto, hace años que se viene hablando (todas ellas tienen que ver con el cambio climático y con cómo diseñar mejor arquitectura) que la ventilación natural es mejor que la ventilación artificial, y que una buena acústica favorece una mejor comunicación, sin tener que alzar la voz. Algo obvio, ¿verdad? Pues esas dos simples cuestiones pueden evitar contagios por Covid.

Los investigadores creen que el aire acondicionado es clave en algunas zonas donde se han producido contagios, por ejemplo, en el caso del restaurante y en el caso de la guagua. Ambos sitios tenían aire acondicionado que recirculaba continuamente concentrando entre esos clientes, a los que les llegaba el chorro de aire con mayor intensidad, las microgotas con carga viral que expulsaba el paciente 0 de cada uno de esos ambientes.

Pero lo que me interesa resaltar en este artículo afecta en Canarias a muchos lugares, empezando por los guachinches y acabando por las salas de espera de algunos hospitales, pasando por colegios, centros culturales e incluso bibliotecas: la mala acústica de los espacios obliga a levantar la voz, y al levantar la voz se expulsan más gotas de saliva y eso hace (hizo, en el caso del restaurante del estudio citado) que se propague el virus (el covid-19, y cualquier otro tipo de virus como el de la gripe normal) exponencialmente.

Por lo tanto, mejorar la acústica de los espacios que habitamos se ha convertido de pronto en algo vital. Y no hablo solo de evitar ruidos de fondo que obliguen a alzar la voz o hasta a gritar (porque no me dirán que en algunos sitios de nuestras islas no hay que gritar para entenderse con el de al lado, sin ir más lejos el hall del Teatro Guimerá ), sino que hablo de mejorar la acústica de los lugares con las técnicas de arquitectura que existen hoy en día. En realidad buenas técnicas acústicas existen desde los tiempos de los griegos y romanos. Es vital, en la lucha contra este virus y contra los que vendrán, mejorar la acústica en general.

Podemos afirmar, de nuevo partiendo de un ejemplo hasta lo general, que una acústica óptima es el máximo objetivo de un Palacio de la Música, que siempre debe responder a las necesidades acústicas requeridas para que las sonoridad sea perfecta. Pero también la acústica es importante en las bibliotecas, en los espacios culturales, en las calles de una ciudad, en los restaurantes y en casi cualquier lugar, porque el ruido no es solo una molestia, sino una enfermedad. Según la OMS (Organización Mundial de la Salud) puede ser considerada un problema de salud, estimando que aproximadamente que el 22% de la población europea se siente molesta por este factor. Además de propagar el covid-19 los ruidos incómodos incrementan la presión arterial, y provocan vasoconstricción, cambios en la respiración, arritmias cardíacas, etc.. En definitiva, nos alejan de la necesaria armonía vital (que diría Vitruvio).

DULCE XERACH PÉREZ. Abogada, doctora ?en arquitectura. Investigadora de la Universidad Europea