El execrable asesinato de George Floyd, tan obscenamente mostrado sin fin en televisión, ha permitido reparar en la presión de la rodilla del policía blanco en su cuello. Idéntica imagen, idéntico gesto en la escultura de mármol que representa a Mitra asesinando al toro con un puñal. Poder de las imágenes. Extraordinaria eficacia icónica.

También en televisión se han podido ver casos de iconoclasia tras tanto oprobio. Estatuas derruidas, destruidas, tal es el significado de iconoclastia, imágenes pulverizadas, violencia contra las imágenes, como respuesta a tamaño crimen racista. Y entre tanto personaje, en Miami, la de Cristóbal Colón, ciertamente catalán para cierto incansable cuanto agotador nacionalismo. Acaso sea un caso, amén de error, de aceptación obediente del dictum latino el nombre es presagio que permita relacionar al genovés Colón con colonialismo.

Durante un siglo entero, desde 725 d. C., en Bizancio combatieron con furia iconódulos e iconoclastas que recordaban, estos últimos, las palabras de Dios: "No habrá para tí otros dioses delante de mí. No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra" ( Éxodo, 20).

Se demolían estatuas sagradas con valor religioso y teológico. A Dios había que adorarlo directamente y no a través de representaciones que tenían el valor de un ídolo o de un fetiche. El gran semiólogo Florenski propuso un artero compromesso storico: Efectivamente hay que adorar directamente a Dios pero no hay que destruir las estatuas sagradas pues son las puertas a través de las cuales se llega a Dios; todo un tránsito de lo visible a lo invisible.

Lejos de consideraciones religiosas, que incluirían al Islam, la iconoclasia actual parece ser de orden político (Freedberg): se trata de eliminar los vestigios de un pasado negativo. Más que imágenes, el iconoclasta, estratega, destruye símbolos: en 1566 en Amberes se retiró la estatua del Duque de Alba, ahora en Londres se oculta la de Churchill y a saber que se hace en Barcelona con la de Colón, esta vez, por qué no, genocida.

¿Y la idolatría? ¿Quién sustituye al idólatra del becerro de oro en la ausencia de Moisés? Veamos el caso del turista, adorador y admirador de imágenes, auténticas, copias, falsas o kitsch. El turista como iconólatra (Fabbri).

Los historiadores de la lingüística acuerdan que hay seis mil lenguas. Todos los días desaparecen lenguas y todos los días nacen lenguas nuevas. Así la cifra permanece constante. Todos los días nacen nuevas imágenes y se destruyen otras. La misma historia.