La ternura del caníbal es casi una premonición, ¿no es cierto?La ternura del caníbal

Casi toda la literatura es una gran premonición porque parte de una superficie desde la que el escritor debe ponerse a escarbar en busca de lo que hay debajo, de las sugerencias. El realismo a secas no le vale a la literatura porque solo sería una foto, pero con palabras. Con esta novela hablo de la enajenación del mundo moderno, de todo lo que está mal y hemos escrito torcido con la saludable esperanza de que las hagamos mejor. Escrita ya hace dos años, propone una vuelta al humanismo, a la necesidad de ser humanos y volver a instaurar un pensamiento ilustrado. Es más o menos lógico que una pandemia como la del Covid-19 nos acabara azotando, ya había muchos avisos pero solo veíamos la parte superior del iceberg. La literatura tiene que sacar a flote la parte hundida, que, como sabemos, es mayor y más importante. Mis caníbales solo quieren mordernos para salvarnos.

¿De dónde parte la idea?

De uno de esos días en los que sales a la calle y todo el mundo parece estar mordiendo, como si fuéramos caníbales. El tipo del banco que no me ayuda, el que me pasa a toda velocidad en un adelantamiento suicida, los comportamientos amorales o el presunto amigo que te traiciona. Se me ocurrió hacer realidad esa sensación en la que hay días en las que hemos retornado al simio para ponernos a ladrar, en vez de sacar a relucir lo que de mejor tienen los seres humanos, la capacidad colectiva y de amar, el raciocinio para encontrar vacunas y curar enfermedades y restaurar el equilibrio a la naturaleza.

Tenía a sus lectores con muchas ganas de una novela.

Escribo primero para mí, para yo sentirme sinceramente recompensado con el simple acto de escribir, pero cuando publico una obra, la publico para los lectores, cualquiera que sea. Un libro sin lectores no es nada. Siempre que publico ruego que tenga lectores. Ya son diez las novelas, tal vez muchas, y sé que tengo lectores fieles. Son ellos los que me animan a seguir. Te confieso que tenía muchas ganas de cerrar esta trilogía, donde salí de mi mundo herreño porque quería imponerme nuevos retos como artista. Dediqué muchas novelas al ambiente rural de mi isla, mi patria chica, El Hierro, novelas que me dieron muchas satisfacciones, pero con estas tres últimas -que son Todas las personas que mueren de amor, El pacto de las viudas y La ternura del caníbal - buscaba ambientes más fantasmales, menos realistas, unas novelas más alegóricas, que no distópicas, en la línea de por ejemplo Ensayo sobre la ceguera, de Saramago. Con mis caníbales cierro esta etapa.

La historia arranca con unos mordiscos, pero encierra muchos temas, principalmente el del amor. ¿Verdad?

Hay un amor en principio no correspondido que produce la enajenación mental de una de las protagonistas, hasta el punto de que tendremos que descubrir si los caníbales son reales o no, si forman parte de la pesadilla de quien ama y no encuentra el amor. El amor nos vuelve locos; es la principal obsesión del ser humano una vez cubiertas las necesidades fisiológicas. Es lo que nos importa. Quería reflexionar sobre el amor porque en algún momento ha habido un cambio hacia peor. Hay más divorcios que parejas consolidadas, impera el egoísmo y ya no hay estructuras familiares sanas donde hacer crecer a los hijos. En todo esto hay algo que en algún momento se torció. El amor significa generosidad y eso ya no existe. Pero la novela no es solo una novela de amor, trata de tocar muchos palos, incluyendo un alegato contra la injusticia social, los abusos del capitalismo o la política.

¿Qué hay del autor en los protagonistas de sus novelas?

Todos mis personajes son invenciones literarias. Lo necesito para tomar la suficiente distancia, pero, al mismo tiempo, tienen características mías o de personas que conozco. Si necesito construir un personaje odioso, me inspiro en alguien a quien odie. Por ejemplo, en mi próxima novela hay un personaje que se fundamenta en un tipejo que conocí y sufrí en una empresa en la que trabajé, un tipo que era capaz de presumir de su trabajo, que consistía en despedir a trabajadores con el mínimo impacto para la empresa. Escribir, como leer, es una buena terapia psicológica. Cuando lo paso mal, por alguna razón, también me refugio en la escritura, pero no para hacer un vómito sentimentaloide, sino para aprovechar esas circunstancias, esa fuerza que hay en las alegrías y las tristezas.

El futuro que presenta es algo pesimista. Una parte de la sociedad que se aprovecha de la otra, y, en medio, los caníbales libran su particular guerra contra quienes defienden la injusticia. ¿Comparte ese pesimismo ante al creciente individualismo?

No estoy de acuerdo con que el mundo que presenta la novela sea pesimista. Al contrario. La novela propone morder lo que está mal, hacer una revolución, volver al humanismo y que el ser humano sea medida de todas las cosas. Confiar en la necesidad de volver al pensamiento, a la cultura y a la educación en el más amplio sentido de la palabra. Yo que doy clases en institutos me encuentro con una juventud muy desnortada con toda la información al alcance de la mano, en su teléfono móvil, pero con grandes carencias en lectoescritura, y eso significa que no entienden el mundo en el que viven. Solo viven rápido. El individualismo radical no nos lleva a nada. Somos una sociedad, vasos comunicantes, tal y como nos recuerda esta misma pandemia. Volvamos a entendernos y ser más justos. Ojalá sea una de las enseñanzas que saquemos de esta locura de pandemia.

Debido a lo sucedido con la pandemia, ¿se planteó cambiar la fecha de publicación?

Lo lógico habría sido cambiarla, pero yo me negué. Creo que hay que seguir adelante, contra viento y marea y pandemias. Publiquemos con mascarilla, hagamos cada uno de nosotros nuestra parte, lo que sepamos hacer bien. Somos seres colectivos, vivimos en una colmena, estamos todos más juntos de lo que creemos. Sigamos trabajando, publicando, impulsando la economía y, al mismo tiempo, repensemos lo que está mal, volvamos a la naturaleza, apostemos por la educación y la sanidad, por la investigación.

¿Nos puede adelantar de qué va su próximo libro? Creo que ya está escrito.

Tengo dos novelas en fase de reposo y corrección, ambas de ambiente realista y reconocible. Una transcurre en Fuerteventura y tiene un fuerte componente histórico, y la otra transcurre en Estados Unidos y voy narrando a través del personaje principal, una mujer de mucho carácter, los principales episodios históricos desde mediados del siglo XX a estos primeros veinte años del siglo XXI. De todos modos, lo primero que publicaré, en octubre, gracias al trabajo entusiasta de dos filólogos extraordinarios, María Nieves Pérez Cejas y Victoriano Santana Sanjurjo, es un volumen que recopila por primera vez mis artículos y ensayos sobre literatura, arte, música, política, desde 1987, cuando comencé a publicar, precisamente en el periódico El Día, hasta este 2020.

¿Qué está leyendo ahora?

Estoy leyendo de nuevo a Galdós. Es un autor de cabecera desde que estudié Filología Española, pero en esta ocasión lo retomé a partir de una reciente polémica en la que algunos afamados novelistas españoles ponían en tela de juicio sus bondades literarias. Es de locos. Es el mayor escritor de la lengua española después de Cervantes. Su obra es incontestable, genial. Y su ironía, su socarronería, es muy canaria. Creo que tiene un punto que quien se acerca con talante godo no entiende. Ya le pasó en vida. Marianela, por ejemplo, es una novela portentosa. También estoy leyendo a Szymborska, la poeta, premio Nobel de Literatura, gran escritora.

¿Le ha sido productiva la cuarentena? ¿Ha aprovechado para avanzar con nuevas historias?

No me fue especialmente productiva. Lo que tenía claro era que no iba a hacer ese ejercicio de exhibicionismo de escribir diarios de cuarentena. Creo que hay que dar distancia a todo para poder escribir sobre ello. Además, escribo cuando puedo, por puro placer y diversión, y en la cuarentena, las semanas en que tenía a mi hijo Pablo, de solo ocho años, pues me dedicaba a hacerle la vida más fácil e inventar juegos dentro de casa. Por cierto, que en este país si algo ha demostrado la pandemia y el confinamiento es lo poco o nada que importan los ancianos y los niños, ya ves qué desastre, los pilares donde descansan las enseñanzas del pasado, nuestros mayores, y el futuro, nuestros niños. Ni siquiera han habilitado aún espacios donde puedan jugar seguros. En fin, una calamidad.