El Ayuntamiento de La Laguna ha recurrido al escritor Roy Galán para difundir la imagen de la ciudad Patrimonio de la Humanidad desde un punto de vista muy especial. Con esta iniciativa, que forma parte de la acción #ContarElArte, y la inclusión de contenido digital sobre el municipio en un nuevo microsite, se busca captar la atención del turismo nacional a través de medios online para estimular la llegada de visitantes en este contexto de crisis social.

Aunque se trata de una obra por encargo, Roy Galán la ha concebido desde los renglones del alma, porque a La Laguna le profesa un cariño especial. "La considero mi ciudad", dice. Tal y como cuenta en el relato, quería vincular esa visión desde la perspectiva del patrimonio emocional, un recorrido jalonado por hechos como el fallecimiento de su madre y "los lugares sentidos como espacios que son capaces de construir memoria, de recoger el último aliento de aquellas cosas que se van".

Un fragmento del relato dice así: "La última vez que vi a mi madre con vida fue en la casa en la que vivíamos en La Laguna. Era una casa terrera que hacía esquina en El Coromoto y la verja que la rodeaba le confería un aplomo casi espectral. La verdad es que daba bastante miedo. No recuerdo cómo fue la despedida, supongo que habría besos y abrazos en la acera y puede que hiciera uno de esos días en los que la ciudad parece echarse una siesta, en los que hay como un peso invisible, un silencio específico en un cielo completamente azul. O puede que, probablemente, lloviese...".

A sus 39 años, y aunque nacido en Santiago de Compostela, 33 de ellos se traducen en clave isleña. Habitó en la Isla de La Palma y residió durante unos años en Tijoco de Arriba, en el municipio de Adeje, pero su más profundo aliento vital lo ha exhalado en La Laguna. "Me licencié en Derecho por la Universidad de La Laguna, trabajé por espacio de casi unos diez años en la Calle del Agua, en el negociado de becas universitarias, y ahora vivo en El Ortigal".

Este relato supone un regreso a la infancia y a ese gesto que en él resulta innato: recuperar al niño. "Es algo que suelo hacer. Me gusta el poder de la palabra para abrir aquellos espacios que el tiempo intenta borrar".

Las palabras tienen para este escribidor la potencia para convertirse en el olor de los recuerdos, "la capacidad de transportarte a lugares que ya no existen".

Y habla así de la casa de El Coromoto, ya desaparecida. "Era antigua y hacía esquina en la subida hacia el colegio Nuryana, con una verja y dos plantas... Muy tétrica, con un halo de casa encantada".

Representó para Roy un espacio muy vivido. Llegaba con once años desde el caserío de Tijoco de Arriba, un lugar con apenas veinte vecinos, y aquel encuentro supuso su primer contacto con la ciudad. "La primera tarea que nos mandaron mis madres cuando llegamos allí fue la de andar solos hasta los cines Aguere y volver", rememora, un gesto iniciático, de conocimiento primario.

Y dibuja La Laguna este escritor, a la manera de un bosquejo, con los trazos de una ciudad "complicada en lo geográfico, porque cuando no la conoces te pierdes". Y asegura que en ocasiones suena a embrujo, a laberinto. "Si eres un extranjero, con seguridad te vas a extraviar porque es lo que ella pretende. Parece no querer que conozcas y descifres sus recovecos. Pero una vez la integras y forma parte de ti es la ciudad más cómoda del mundo". Y hasta dar con esas claves se convirtió para él en un auténtico rompecabezas.

También la suele observar Roy Galán en esos días de calma, "cuando late en ella una energía extraña y no se oye un ruido, como si los propios habitantes estuvieran guardándole un respeto a la ciudad. Es un lugar fascinante", al que siempre ha considerado un espacio difícil, esquivo...

La muerte, la única certeza

La ilusión sobre la inmortalidad, cómo. "La muerte es la única certeza, pero no hablamos de ella. Podemos hacer miles de elucubraciones, planear y diseñar el futuro, sentir miedos... Cualquier cosa está rodeada de incertidumbres, porque en el fondo no sabemos absolutamente nada, pero sí que moriremos y eso, precisamente, lo esquivamos".

Al menos entiende este creador que sucede así en esta parte del mundo en la que habitamos; otras culturas traducen el tránsito hacia el más allá de otras maneras.

"No se habla ni del sexo ni de la muerte. Y me resulta curioso que tampoco se nos enseñe a lidiar con ellas. Siempre se rebota".

Y cuando se para a repasar las palabras que se usan cuando llega el momento del duelo "no las traduzco como reales, no me suenan conscientes. Quizá sea una consecuencia del dolor", señala.

Y se pregunta por qué no se nos enseña el uso de las palabras más concretas o cercanas al pesar. "Hemos estado y seguimos conviviendo con la muerte a diario desde hace ya más de dos meses, sintiéndola en directo, y creo que siendo así es lago nos debe tocar muy adentro". Y reflexiona en voz alta: "Ojalá esta pandemia nos enseñe a aceptar la muerte como parte de la vida".

Desde la convicción de que somos islas dentro de una misma isla, acaso un canto a la diversidad, Roy Galán considera que "se nos ha inculcado que mostrar el paisaje de nuestros afectos es un síntomas de debilidad". Y ante esto se revuelve. "Todo lo contrario; la persona más fuerte es aquella capaz de sobreponerse a todo lo que piensen sobre ella si se muestra vulnerable: poder ser herido es también poder ser amado".

A manera de conclusión entiende que "nos han enseñado de una manera en la que resultamos mucho más rentables a una determinada construcción social, porque mientras no pensemos aquello que sentimos siempre seremos más obedientes y sumisos".

Y sostiene que es un buen momento para ser más humanos y mejores. "Tengo la confianza de que pronto todo esto va a quedar en la memoria de los cuerpos y aunque esta generación no alcance a verlo, creo que estamos generando para el futuro al mejor, más consciente, empática, libre, respetuosa y más combativa".