Este antiguo aforismo castellano, no infrecuente en las Islas, tiene también un carácter universal. Se usa para expresar que conviene estar a bien con todo el mundo, máxime cuando se trata de relacionarse con grupos o personas en clara rivalidad entre ellas. De manera que cuando la situación sugiere o exige inclinarse por una de las partes en contienda, mejor evitarlo y hacer lo posible por quedar bien con ambas. Así se dice de quienes quieren permanecer sin tomar partido, "sin mojarse", para no correr riesgos, "y encenderle una vela a Dios y otra al diablo" si es preciso. El carácter universal de esta locución proverbial viene documentado por la presencia de versiones similares en algunas lenguas y culturas de nuestro entorno. A saber: en italiano por ejemplo existe la forma aforística: "È bene accendere una candela a Dio e due al diavolo"; en francés: "Ménager la chèvre et le chou"; en portugués: " Acender uma vela a Deus e outra ao Diabo"; o en inglés: "It's good sometimes to hold a candle to the devil".

La vela encendida forma parte de la simbología litúrgica en diversas religiones, entre ellas la cristiana. El ritual se asocia o tiene en general un carácter votivo, de súplica, petición o ruego que se eleva (como una llama) hacia la divinidad venerada. Como luminaria, la candela encendida es señal de esperanza, de vida. Pero indaguemos en los entresijos de la expresión. Más allá de la imagen que sugiere una ecuánime devoción a dos figuras antagonistas, la significación podría obedecer a una idea tan simple como la que pregona literalmente el dicho. Nos ha parecido ver una posible explicación a este proceder en el texto fundamental de la tradición judeocristiana. En un pasaje del primer Libro de los Reyes (1Re 11, 6-8) se cuenta que Salomón "iba en pos de Astarté, diosa de los sidonios, y de Milcón, abominación de los amonitas". Y por entonces el rey Salomón edificó un altar a Camós (dios de Moab) y otro a Milcón (dios de los amonitas). "Lo mismo hizo con todas sus mujeres extranjeras que quemaban incienso y sacrificaban a sus dioses". El rey Salomón, de quien dice la tradición que era muy sabio, lo sabía: era mejor estar a bien con todos porque "nunca se sabe". (O como dicen los ingleses: "a veces es bueno mantener una vela al diablo", por si acaso?). Astarté, Camós, Milcón, Adramélec, Anamélec, Baal-Zebub, entre otros, son parte de la nomenclatura de Elohim (según la voz hebraica), llamados dioses, que aparecen en el Antiguo Testamento (en el que es evidente el "politeísmo") y que, a la sazón, "gobernaban" distintos territorios.

¿Pero qué pinta el diablo en todo esto? Del diablo y del infierno, como construcciones de la dogmática cristiana, sencillamente no hay ni rastro en el A.T. Hay dos trazas que pueden inducir a las construcciones teológicas posteriores. Una es el nombre de Baal-Zebub (dios cananeo de Ecrón), es decir uno de los rivales del dios de Israel, del que parece haber derivado Belcebú. La otra referencia es a Satán que no significa 'príncipe de las tinieblas' ni nada por el estilo, sino como explica la filología bíblica se traduce como 'antagonista' o 'acusador', una figura similar al ministerio fiscal contemporáneo. Lo que ocurre es que la Biblia de los Setenta (la Septuaginta), es decir, el texto escrito en griego en el siglo III a.C. sustituye el término hebraico Satán por el griego diabolos (que significa 'acusador', 'calumniador'). Sobre cuyos términos la teología ha construido esa figura. La creencia en el cielo (reino de un dios bueno), así como en el infierno (reino del dios malo) es dualista desde su origen y no existe indicio alguno de esta en el A.T, como tampoco hay nada que fundamente el monoteísmo. De hecho hay quienes piensan que el monoteísmo histórico no es más que un batiburrillo de tendencias politeístas, dualistas, monoteístas y animistas. Los creyentes asumen con naturalidad el dogma en un dios monoteísta, pero también creen en el diablo dualista [quizás porque la teología no puede evitar sentirse atraída por esta dicotomía para afrontar (¿o justificar?) el problema del mal] en concurrencia con un politeísmo hagiográfico y toda la doctrina escatológica.

Y este es -creemos- el trasfondo ideológico/teológico que subyace en un dicho tan simple como el enunciado. Y quizás así se entienda mejor cuando se dice que "hay que tener amigos hasta en el infierno".