Mientras la comunidad sanitaria y científica aborda la urgencia de la actual crisis, el resto del mundo lucha contra la paralización, multiplicando las reflexiones y debates online, intentando entender el alcance de lo que ahora experimentamos y sobre todo su incidencia en el mundo que vendrá, asumiendo que será otro, y subrayando la importancia de dirigir ese cambio en la dirección adecuada.

El confinamiento ha multiplicado la cualidad central de la época en que vivimos. La comunicación digital, el eje de la Era Informacional (aunque Saskia Sassen opina que la Nueva Era aún no tiene nombre), cuyo broche definitivo para señalar su consolidación es tal vez el Covid-19, ha pasado a inundar el tiempo, mientras el espacio permanece en suspenso, respondiendo a la exacerbada necesidad de sentir la interconexión con las demás personas, tal vez ahora más patente que nunca.

En este periodo de confinamiento e impasse de la vida que conocemos, muchas miradas se vuelcan en la desescalada, en las nuevas condiciones que va a imponer, tanto en los comportamientos, como en los espacios en los que vivimos y nos reunimos.

Si lo público, en general, ha mostrado su carácter esencial y advertido que deberemos atesorarlo sin excusas, el espacio de socialización, el espacio público, parecería necesitar barreras que maticen la cercanía y retengan la conexión entre las gentes, limitándola a la mirada, evitando el tacto, separando la respiración.

No obstante, si revisamos los temas que ocupaban la discusión sobre la construcción de la ciudad en los últimos tiempos, advertimos que tal vez lo que esta crisis alumbra es el acento en demandas y desafíos latentes, haciendo más evidentes propuestas ya enunciadas, animando a superar la resistencia al cambio, y por tanto ofreciendo una oportunidad única para avanzar en retos pendientes.

En los últimos años se ha ido poniendo en evidencia una creciente necesidad de revisión instrumental y conceptual del espacio urbano, que fundamentalmente atienda a la calidad de vida de la ciudadanía y a una mejor integración con la naturaleza, aspectos, por lo demás, íntimamente relacionados. Desde enfoques diversos, diferentes escalas y geografías, se han ido definiendo propuestas que tienen en común la apuesta por una transformación profunda de la construcción de la ciudad que ponga en el centro el cuidado de las personas y el cuidado del planeta.

A escala territorial los retos se han planteado desde la adecuada articulación entre espacio urbano y espacio rural, superando la concepción de la ciudad limitada al espacio urbanizado, lo que se traduce en aspectos diversos, de entre los que podrían destacar: la protección de los valores naturales y del paisaje, que deberá enlazar con la consideración del espacio vacante periurbano, definiendo infraestructuras verdes que hagan de auténticas estructuras territoriales, en el caso de Canarias a escala de isla; el cambio energético hacia fuentes limpias, en el que además de grandes infraestructuras habrá que incluir la generación individual en especial de energía fotovoltaica, sectores donde se preparan grandes inversiones globales; la mejora en la gestión de residuos, que en territorios tan reducidos como los de las Islas podrían presentarse como infraestructuras novedosas. A los que habría que añadir dos aspectos que en estos días se han visto especialmente subrayados, el cuidado de las actividades agropecuarias y la conexión digital de las áreas rurales, que compensen las desventajas en relación con la ciudad compacta y la apuesta por la densidad, que aún con episodios como el que vivimos siguen ofreciendo la única fórmula adecuada de organización territorial, tal como señala Juli Capella, máxime en lugares frágiles y limitados como los de las Islas.

En relación a la ordenación urbana, con el eje central de actuación en la regeneración, las propuestas y actuaciones en que se viene trabajando se plantean desde la suma de diversos criterios básicos que podrían sintetizarse en la incorporación activa de la naturaleza, la promoción de formas alternativas de movilidad y la consideración diversa de la sociedad, con la integración de la perspectiva de género, y la disposición de equipamientos y servicios que propicien la socialización de las tareas de cuidados. Esto significa la apuesta por la movilidad peatonal y de vehículos no motorizados, convenientemente articulada con el transporte público. Ámbitos peatonales que deberán formar parte del sistema verde de la ciudad, proporcionando la calidad espacial y las condiciones de salud adecuadas, rescatando la biodiversidad como cualidad esencial de los lugares que habitamos. Un espacio público que responda a personas de cualquier sexo, edad o condición física, que proteja y agasaje, que cuente con mezcla de actividades y proporcione los servicios de proximidad necesarios en cada barrio. Una ciudad que ofrezca vivienda asequible y flexible, incluyendo fórmulas de convivencia colectiva alternativas a las tradicionales. Por citar los aspectos más destacados.

Son muchas las apuestas que se han venido trabajando en los últimos años, y respecto a las cuales en Canarias aún estamos, en general, en estadios iniciales. Efectivamente apenas se empezaba a superar la crisis del 2008, y la gestión de una transformación urbana de ese calado exige un alto nivel de organización, de trabajo profesional y de financiación. Pero, sobre todo, estas líneas de actuación precisan de tres condiciones procedimentales: enfoques transversales, entre sectores y entre administraciones de diverso rango; participación ciudadana efectiva, donde el esfuerzo debe multiplicarse, quizás ahora más aún, cuando la colaboración y la transparencia deberán esmerarse, y utilización de la tecnología, en particular del Big Data. Esto implica planificación estratégica y a largo plazo.

A lo anterior se añade en estos días el corto plazo, el acondicionamiento espacial para el distanciamiento, que tal vez no sea tan coyuntural, si atendemos a la advertencia de Richard Sennet, que apuntaba, en una entrevista para la Fundación Telefónica de 20 abril de 2020, que vivimos una primera muestra de lo que pueden ser episodios futuros, lo que deriva de la absolutamente equivocada relación que mantenemos con la naturaleza.

Pero aún en el caso de que deban afrontarse acciones específicas relacionadas con condiciones de vida diferentes a las que conocemos, las mejores opciones las ofrece la transformación urbana que viene construyéndose en los últimos años. La atención a las áreas rurales, el protagonismo de la movilidad peatonal, la revisión de las cualidades elementales de la vivienda o la exploración de los tipos de alojamiento cooperativo, y tantos otros, no pueden plantearse al sólo objeto de responder a la vida con el coronavirus. Es el momento de apuestas contundentes, de fomento desde la administración pública de líneas de actuación transformadoras, y es una oportunidad que no puede desaprovecharse, frente al alto coste que la crisis está infringiendo. Muchas ciudades están comenzando a organizarse, y las ciudades canarias no deberían quedar relegadas en este momento decisivo.

Lo relevante, en mi opinión, es propiciar un avance decidido en temas pendientes, cuya urgencia no es nueva, aunque ahora se vea doblemente subrayada, y que podrían sintetizarse en una auténtica apuesta hacia la Ciudad Verde e Inclusiva, un Reset, tal como aconseja Manuel Castells. Si, además, hay que añadir prótesis separadoras, confío en que no vengan para quedarse.