Uno de los rasgos sociales distintivos de esta pandemia del COVID-19 es la enorme generosidad de los artistas, y de todo el sector implicado en el proceso cultural, durante estas semanas de confinamiento obligatorio y colectivo. Se han puesto, a disposición de la ciudadanía, y de manera gratuita, conciertos, óperas, zarzuelas, ballets, iniciativas literarias, las bibliotecas se han esforzado para seguir en contacto con los lectores, obras de teatro y un larguísimo etcétera que ha sido recibido como si fuese el maná caído del cielo por unos ciudadanos ávidos de experiencias culturales.

El mundo cultura ha demostrado aquí y ahora su altruismo, reinventando su profesión a cambio de nada. Quiero decir que nadie nos ha regalado ricos caldos, ni sabrosas viandas u otros objetos de consumo, ni tampoco cualquier otro servicio en el que pensemos y que lógicamente tiene un coste porque para eso cada trabajo tiene un valor. Sin embargo, los artistas han aportado su esfuerzo y capacidad gratis, evidenciando lo que es el fruto de su creatividad: un derecho ciudadano y un bien básico esencial.

Sin embargo, en nuestro país apenas se han beneficiado de medidas que palíen su precariedad y habrá que ver en el futuro si esto se revierte y se mantienen los presupuestos públicos y la industria cultural puede reiniciar sus propuestas con cierta continuidad y esa ciudadanía a la que ahora ha servido sin pedir nada a cambio, se vuelca con los diversos sectores que integran el proceso cultural.

Hay alguna iniciativa en marcha: librerías que dan bonos a sus clientes para los futuros libros que se puedan comprar una vez se normalice la situación, por ejemplo, e incluso algunos ciudadanos han pedido que no se les devuelva el importe de las localidades de algunos espectáculos ahora cancelados con el fin de que se puedan realizar más adelante y que las entidades organizadoras mantengan el impulso ante tiempos futuros que se atisban muy duros.

En medio de toda esta vorágine hay una noticia buena. Los cantantes líricos se han organizado en un sindicato. Hace unos años se intentó crear una asociación pero no funcionó con la intensidad necesaria. Ahora parece que el sindicato sí está cogiendo brío y se están afiliando, en nuestro país, un buen número de intérpretes. ¡Ya era hora!

Los cantantes líricos tienen una precariedad total en sus puestos de trabajo, sin ningún marco legal específico que encauce sus reivindicaciones. Ellos han tenido buena parte de la culpa de determinadas situaciones porque la rivalidad y los intereses particulares han pasado por encima, en numerosas ocasiones, de los derechos del conjunto. Si la pandemia ha servido para que tomen, de una vez por todas, conciencia de su realidad laboral será una magnífica noticia que dignificará la profesión y evitará, sobre todo, determinadas situaciones que se producen, especialmente con los más débiles, de los que algunos teatros públicos y compañías privadas abusan de manera tremenda con el fin de pagarles un cachet muy ajustado que apenas les permite tener una vida laboral estable y con un cierto grado de seguridad.

Los espectáculos escénicos, los grandes conciertos de música sinfónica, tienen un coste elevado por su propia estructura propia en un volumen de trabajo que implica a cientos de personas. Por lo tanto, para cualquier institución los ingresos de taquilla son vitales para alcanzar resultados sostenibles. Dentro de unos meses, cuando arranquen las próximas temporadas habrá que ver el grado de compromiso del público: si va a estar dispuesto a devolver lo que ahora ha recibido sin pedir nada por ello. Es verdad que los teatros públicos han de valorar que, en la crisis económica que se avecina, los precios de las localidades también han de bajar. Ahí se verá quien está dispuesto a poner la cultura al servicio de los ciudadanos como un derecho que es, reconocido en nuestra Constitución y en la Declaración Universal de Derechos Humanos, o quién da para atrás en el camino andado y pueda intentar que se vuelva a una planificación cultural exclusivamente al servicio de unas élites minoritarias. Algo que, por desgracia, hemos vivido anteriormente en nuestro país pero que, en el momento actual, sería de muy difícil justificación.