Se le han acumulado varios libros nuevos...

A veces escribes durante un tiempo, se lo das a las editoriales y luego, claro, en lo que tardan hay varios que justo coinciden en el mismo momento. Me pasó lo mismo en 2000. Salieron tres libros de distintas editoriales. Lo que pasa es que así la gente se piensa que uno hace los libros como churros. No paro de escribir pero no es que tenga facilidad ni mucho menos.

¿Siempre está escribiendo?

Sí, y además hago visitas a los institutos. Leen mi obra y yo voy haciendo encuentros con los lectores. También colaboro con la Academia Canaria de La Lengua, donde damos charlas sobre literatura canaria. El año pasado hice 60 institutos, por ejemplo. Por lo general los chicos reaccionan muy bien pero el problema es que hay una especie de desinformación sobre literatura canaria que es penosa. Me ha pasado que he preguntado por algún autor canario antes de empezar la charla y hay un silencio sepulcral. En uno de los institutos me levantaron la mano y me dijeron Antonio Machado. Ni Galdós, que es universal. Yo miré hacia los profesores y les pregunté que qué es lo que estaban haciendo. Al menos podrían preparar un poco a los alumnos. Si empezamos con que el profesorado no conoce la literatura canaria, en qué estamos. Y yo siempre lo digo: lo que no se conoce, no se valora.

¿Cuáles de sus novelas leen actualmente los estudiantes canarios?

Mientras maduran las naranjas, La muchacha del ajenjo, La luna en el agua y Y tú serás el río. Luego para primaria está Los celajes de Daniela.

¿Cómo valora como escritora esa proximidad con sus jóvenes lectores?

Es completamente distinto cuando vas a hacer una charla sobre literatura canaria que cuando ya vas a hablar de un libro en concreto. El panorama cambia porque ellos ya se han leído la novela. Más que charla es un coloquio. Tengo la suerte de que esos libros les han enganchado. Desde que salió Mientras maduran las naranjas he ido a un montón de institutos con él. Ahora tiene también mucho éxito La muchacha del ajenjo porque toca el problema de la inmigración. Recuerdo, en un instituto, a un muchacho negro que estaba tan emocionado que al final me dio un rotulador permanente para que le pusiera algo en su mochila. Fue muy emocionante, otra chica me dijo que le había mandado el libro a una tía suya que estaba en Alemania, creo, y que le había servido mucho porque estaba pasando por la misma situación. Se sintió muy identificada. Eso te da un montón de satisfacción: saber que tu libro está sirviendo para algo.

El más reciente de sus estrenos literarios es La Sorriba, háblenos de esta historia.

Siempre había oído hablar de la gente que se iba a Venezuela, de los hombres que iban a trabajar, pero nadie hablaba nunca de las mujeres que se quedaban aquí. Me refiero a las mujeres que se quedaban y los hombres se olvidaban de ellas. Eso fue en los años cincuenta, en esa época la migración era clandestina. Las mujeres se quedaban solas con sus hijos y además tenían que pagar las deudas que los hombres asumían para poder viajar. Muchas veces mandaban una primera carta y ya, otras ni siquiera eso. La mujer en esa época no tenía derecho a nada. No podía viajar y no podía trabajar sin permiso escrito del marido, estaban atrapadas. Muchas se pusieron a servir en la casa de los señoritos. Otras ayudaban en las labores del campo e iban sobreviviendo. Había mucha gente atroz, incluso curas, que se aprovechaban de la situación. Y todo esto es cierto, no es que me lo esté inventando.

¿Se inspiró en casos reales?

Cada uno de mis proyectos comienza con una investigación. En este caso, hice entrevistas a hijos o nietos de esas mujeres. Aunque algunas viven, están ya demasiado mayores y tampoco era cuestión de preguntarles por un pasado que quisieron olvidar. Lo curioso es que acudí a varias personas y estas, a su vez, me enviaron a otras. No solo no son de esta isla, sino de varias. Lo primero que hice fue decirles que no iban a aparecer nombres y que iba a mezclar las historias para que nadie pudiera identificarlas. Además, que el pueblo iba a ser un lugar inventado para que no pudieran localizarlo. Puede ser cualquiera, de cualquier isla. Lo llamé Los Eriales. El pueblo rico se llama Teigar. Había momentos en los que tenía que parar la grabación porque hubo hombres como castillos que se echaron a llorar pensando en el sufrimiento de su madre. Me siento satisfecha porque pienso que estas mujeres necesitaban reivindicarse, mostrar cómo se enfrentaron a una época donde la Iglesia y toda la sociedad estaban en su contra. La familia se convertía en su carcelera. Sobre el papel estaban casadas y no podían rehacer su vida. Era terrible.

Y todo eso hace apenas unos años, el otro día como quien dice...

Hace nada. Lo necesitaba. Me imagino que más de algún caciquillo se sentirá molesto. Salen ahí, como también sale la Iglesia y toda la educación nacional-católica de la época o la Sección Femenina y la forma en la que lo controlaba todo. Las protagonistas se aglutinan gracias a una maestra que llega a Los Eriales. Es una represaliada a la que destinan a este pueblo porque es como el fin del mundo. Va a ser la persona que reúne a este grupo de mujeres, que va a contar su historia. La que en cierta manera les va a echar un cable.

¿Es habitual que sea tan concienzuda en la investigación para sus novelas?

Sí, siempre, cada vez que voy a escribir una novela hay un periodo de investigación que puede durar hasta dos años. Aunque sea todo novelado, tiene que tener una base real. No se puede poner en un pueblo de esta época luz o agua, por ejemplo. Hay que informarse sobre los medios de transporte disponibles, por ejemplo. Si no, la gente no se lo va a creer.

Es una historia difícil de contar, ¿no es cierto?

Yo siempre he sido muy de ponerle el cascabel al gato. Por lo menos en las novelas, siempre he procurado hacer una crítica de las cosas que veo. Casi siempre la Iglesia sale fatal. El sepulcro vacío, uno de los primeros libros que publiqué, habla de la masonería. Al hablar de eso la Iglesia quedó mal. En esta de ahora queda mal todo el mundo: la Iglesia, las fuerzas vivas, los caciques, etcétera. Esta novela ha creado muchas expectativas, sobre todo a la gente que ha participado en ella pese a que saben que sus nombres no van a salir.

Y esas protagonistas, ¿son muy distintas entre sí?

Sí, hay algunas totalmente analfabetas y otras que saben leer y escribir. Una de mis grandes preocupaciones fue el lenguaje, de hecho. Hacen un diálogo entre ellas y son gente del ámbito rural, eso hay que plasmarlo. Hay personajes como Lourdes, que es una de las protagonistas, que sí sabe leer y escribir y por tanto habla un poco diferente a las otras. Además, no se habla igual en el ámbito rural actual que en el de los años cincuenta. Me tuve que leer todo Pancho Guerra, todos los cuentos de los hermanos Millares y todos los escritores que escribieron sobre aquella época y sobre el ámbito rural para ver cómo hablaban. Había que reflejarlo, ellas tienen que decir ensimba, endelante, endispués y todas esas cosas. Introduzco muchos canarismos también, eso me costó un esfuerzo. Yo escribo a mano, ¿sabes? Por eso tardo tanto. Pienso que el movimiento de la mano influye en el movimiento del cerebro. Efectivamente, creo que es así. Funciona distinto cuando estás escribiendo al ordenador directamente que cuando lo haces en contacto con el papel.

Entonces, ¿cómo es el proceso? ¿Luego lo pasa usted misma al ordenador?

Primero hago la investigación, después va la escritura y después dejo el texto al menos un mes sin tocar. Al mes vuelvo a la novela pero ya no lo hago como la persona que la escribió, sino como alguien que se la encuentra y la empieza a leer. Y amigo, ahí es cuando empiezas a encontrar todos los disparates que has puesto. La temida corrección. Cuando empecé a pasar esta novela tuve que quitarle todos los correctores al ordenador porque claro, yo ponía encimba y el ordenador me lo cambiaba. Era un disparate, vamos. Una lucha.

Pero hay más estrenos suyos estas semanas, ¿no es cierto?

Sí, la que va a seguir a esta será Y mi madre dejó de tocar el piano. Ya está en editorial. Viene a ser la tercera parte de Mientras maduran las naranjas, que termina en los años cuarenta. Esta lo retoma en esos años y termina en las primeras elecciones democráticas libres, que fueron en 1977. Hay un repaso y esta vez lo hago en primera persona. Y tú serás el río y Mientras maduran las naranjas narran la historia de mi familia desde 1895, que es cuando nace mi abuela. Y tú serás el río acaba en 1934, Mientras maduran las naranjas acaba en los años cuarenta y en esta entro yo, como Julia, porque a todos los personajes les cambié el nombre desde el principio. Hablo de mi educación, del estado de excepción que viví en Madrid en los años sesenta y de la Policía entrando a saco en la universidad. Iglesia y Estado eran lo mismo en esa época. Habrá alguno que se moleste, pero eso es lo que yo viví.

Entonces la manida pregunta sobre si tiene tintes autobiográficos aquí sí tiene sentido.

Sí, claro que sí los tiene. Necesariamente tenía que entrar yo en esa historia.

¿Y le resultó complicado meterse?

Hay momentos muy duros que sí me costaron. Sobre todo a la hora de reflejarlos sin caer en lo morboso ni en la ñoñez. Me costó hablar de la muerte de mi padre, yo tenía 17 años entonces. Enfrentarme a eso de una manera en la que la gente pudiera verlo sin morbo o regodeo me costó.

La escritora a veces se trata de una forma muy dura.

Durísima. Es que puedes hacer un panfleto lacrimógeno. Se trata de reflejar un momento duro pero sin llegar a los extremos. Creo que hay que tomar distancia, el escritor tiene que hacerlo incluso cuando hace poesía. Cuando la escribo yo, por ejemplo, procuro no hacerla en el momento en el que estoy pasando por algo muy duro. Lo paso y dejo una distancia en el tiempo para poder verlo desde lejos. Si escribes en ese momento te puede salir una cosa sincera pero mala, están más las tripas que la cabeza. Una cosa es el fondo pero la forma es lo más importante en la literatura. Mucha gente ahora está confundiendo emoción con valor. Puedo estar viendo una telenovela y caer en el llanto porque se me murió Luis Alfredo, pero no dejo de reconocer que es malísima y no tiene valor estético ni literario. La gente piensa que si un poema emociona ya es buenísimo, pero no. Eso no es literatura, por eso están triunfando los Marwan, los Brandon, las Elvira Sastre y todos estos. Aunque, si eso sirve para que la gente pase a otra literatura a mí me parece bien. Eso mismo pasó con Corin Tellado y Marcial Lafuente Estefanía. Muchas chicas que empezaron a leer Corin Tellado luego empezaron a buscar otras cosas, eso me parece muy válido porque hizo lectores. Ahora, si te quedas solo en eso?

¿Y da por cerrada la trilogía?

Sí, y lo puse: lo demás es otra historia que no voy a contar. Justo al final. Ya tengo una edad en la que no quiero contar nada. Me parece que eso era lo importante, quería llegar a una España en verdadera democracia. Acabé con esas elecciones porque para mí fueron como alcanzar la libertad en muchos sentidos, es un buen broche para terminar con la historia.

¿Y en qué está trabajando ahora mismo?

Ya había hecho tres libros de poemas que trataban del poder que eran: Cuadernos del orate, Profesión de fe y La piedra y el obús, que es el último que apareció. Me estoy planteando todo por proyectos, aunque sea poesía. Pensé en que si había hecho tres libros de poemas sobre el poder, ahora tenía que hacer otros sobre el contrapoder. Ese contrapoder son tres mujeres. La primera es Eva. Es una Eva a la que no le hace falta la serpiente y que está harta de un paraíso cerrado. Luego está Andrómaca, que es la mujer de Héctor en La Ilíada. De ella se habla muy poco, quería reivindicarla porque solamente Eneas en La Eneida cuenta lo que pasa con ella después cuando la venden como esclava. En este caso, Andrómaca se rebela contra su propio destino. El lenguaje de Eva es versicular porque deriva de La Biblia, claro. Pero, ¿cuál es el lenguaje en La Ilíada? Pues está escrita en hexámetros clásicos. Entonces, lo que yo hice es que la entrada de los cantos son hexámetros clásicos, en ese mismo estilo en el que se escribe La Ilíada, y lo que habla Andrómaca está hecho en sextinas, una estrofa dificilísima de hacer. Es una combinación matemática que se basa en los dados.

Eso es rizar el rizo.

Me estuve informando con matemáticos. Empecé a investigar y me enteré de que el primero que lo empezó a hacer fue un trovador del siglo XII. Este señor jugaba a los dados y hacía la misma combinación en las estrofas que en el azar. Por ejemplo, hacía los seis primeros versos y después cogía el dado. El uno es el opuesto del seis: eso quiere decir que la terminación del primer verso debe repetirse en el sexto verso de la segunda estrofa. La del dos va a ser el cinco. Así, sucesivamente, en las seis estrofas.

Nos falta una mujer, eran tres.

Sí, la última es Ofelia. La traslado a la época actual, de hecho ella ve el entierro de su padre a través de la televisión. Está enamorada de un surfista y establece un diálogo teatral con Hamlet. La pregunta que me hago es de quién es la locura aquí, quién está loco. Ella asegura que no se ha suicidado, sino que se ha caído. Pero está hablando desde la muerte y hay un enfrentamiento contra una locura que no es la suya. Creo que la más cuerda en este asunto era ella, precisamente.

¿Y está listo ya?

Lo tengo prácticamente acabado, sí.

Se nota que le encanta lo que hace.

Sí, mientras tenga ideas sí. Además, todos los sábados tengo las dichosas décimas que publico en Facebook. Parece que no pero esto también es un trabajito que implica estar al tanto de la actualidad.

Aportar una visión femenina en la literatura canaria contemporánea, ¿es importante para usted?

Sí, y afortunadamente la hay ya y bastante. Hay visiones femeninas, de personas mujeres que tenemos otra manera de enfocarla porque a lo mejor hemos sido tratadas de otra forma por la sociedad. Nos han dado unos roles que tenemos que combatir, no solo a través de la literatura sino a través de cualquier manifestación. El problema que encuentra la mujer, y no solo en mi campo sino en todos, es tener que demostrar que vales. Es alucinante cómo a un hombre no se le plantea nunca nada y, sin embargo, a la mujer le plantean preguntas como la que me hicieron a mi cuando me dieron el Premio Canarias.

¿Qué le preguntaron? Sorpréndame.

Que cómo compaginaba yo la escritura con las labores del hogar. Y fue una mujer, además. Que en pleno siglo XXI te pregunten eso. ¿A qué hombre se le ha planteado nunca una cuestión así? A ninguno, todo el mundo da por sentado que es pintor, arquitecto, médico o escritor. No tiene que ser nada más. Ahora, la mujer tiene que compaginar y si no lo hace es que es mala mujer o mala madre. Que eso me lo preguntara una mujer joven en pleno siglo XXI me hizo pensar que nos queda mucho por delante. Ante eso te preguntas muchas cosas.

¿Lo ha tenido peor que sus compañeros varones?

Sí, a mí me están cuestionando desde que tengo once años. Gané con esa edad un premio con un estribillo y me dijeron que si de verdad lo había escrito yo. Ahí ya empezaron a ponerme en cuestión.