¿Cree que su belleza fue una maldición?

Yo no me veía como me veían los otros. Llegué a desear tener una cicatriz en la cara. Borrar la importancia de lo físico. Cuando hacía televisión todo me daba miedo. Lo dejé la primera vez, para vivir 10 años con Gay Mercader en el campo, como una ermitaña. Pero tras separarme, volví; era lo que sabía hacer. Entonces tuve una experiencia desagradable.

¿Cómo de desagradable?

Habían fulminado un programa de la productora de Alfons Arús que hacíamos en directo y me citaron para un almuerzo con el director de la cadena. Esa misma mañana me llamó la productora y me advirtió: "No te pongas rímel".

Menuda advertencia.

Tenía sentido. El directivo me propuso un programa nocturno estelar a cambio de sexo. Con el cuerpo petrificado, salí de allí y decidí no hacer nunca más televisión. Si hubiera seguido, seguramente estaría muerta.

¿Fue el único atropello sexista que sufrió o tuvo otros más en esos años?

De jovencita tuve otros dos episodios bastante heavies.

Después del incidente con el directivo, pasó meses mirando a una pared.

Sí, pero lo superé sin ayuda. Todo pasa por algún motivo, y al salir de la depresión, conocí a Jacobo (Fitz-James Stuart).

¿Tuvo efecto cicatrizante?

Le hablé de mis sueños y me dijo: "¿por qué no escribes sobre ellos?" y me dio el libro de Carl G. Jung Recuerdos, sueños, pensamientos. Hizo surgir a una nueva Inka. Y estando juntos, vino a casa Alejandro Jodorowski y nos regaló una idea luminosa: A los 50 empezó mi vida.

¿Tenía razón?

A los 50 publiqué Cuaderno de noche.

¿Continúa usted recordando sueños?

Claro. ¿Le cuento el último?

Faltaría más.

En mis sueños siempre aparecieron serpientes, a las que temía. En el último, yo estaba entrelazada con otras cinco mujeres, desnudas, formando un solo cuerpo. Dejaban ir a una serpiente gigante, y yo sentía cómo subía. Me clavaba los dientes en la coronilla. Era un ritual femenino de empoderamiento.

¿Feminista?

Descubrí la fuerza de las mujeres tarde. Yo me definiría como feminista no excluyente, por eso trabajo en profundidad sobre el arquetipo femenino, que sirve a mujeres y hombres. Jacobo tiene una parte femenina muy despierta.

¿Qué más le ha sido revelado?

El psicólogo y astrólogo Richard Tarnas me formuló una pregunta mágica: '¿Qué haces por los demás?'. Debía ser menos yo y más los otros. Y cuando hablo de otros, no solo me refiero a estar atenta a las personas, sino también a los animales, las plantas, el aire y el agua.

¿Lo puso en práctica?

Cuando tienes el aspecto económico resuelto, debes hacerlo. Jacobo y yo lo intentamos desde la editorial -Atalanta cumple 15 este año- y a través de la agricultura y la ganadería ecológicas.

¿Libros y tractores?

Jacobo heredó de su madre [Cayetana de Alba] unas tierras en Salamanca en las que hay águila imperial y lobos, y estamos volcados en demostrar que la vida salvaje es compatible con la agricultura y la ganadería ecológicas.

¿La nobleza les obliga?

Jacobo dice que pertenece a la aristocracia de las letras. A los 26 años montó su editorial y vive a 40 kilómetros de Francia y en Salamanca. Es un hombre muy libre.

¿Formar parte de la Casa de Alba complica la vida?

Tenemos buena relación con la familia. La tenía con la madre de Jacobo.

No siempre, según trascendió después.

Cuando Cayetana hizo aquella declaración, me quería morir. Pensé que la prensa se me echaría encima, pero recibí mucho apoyo. Y al cabo de un tiempo, llamó para disculparse.

Del destilado de todo, ¿qué resulta?

Todas las inkas del mundo convergen en el desarrollo del mundo interior. Querría llegar a ser un instrumento a través del cual el viento pudiese hacer melodías armoniosas y bellas. Por eso Jacobo y yo vivimos aislados. Para mantener la llama del mundo interior.