Traté hace algunos años en páginas de este periódico de un San Agustín meditando el misterio de la Trinidad de Rubens en el convento de las Agustinas de Salamanca, con reconocimiento en la Revue Belge d'Archéologie et d'Histoire de l'Art (2017). De igual forma adelanto la primicia de un retrato del Cardenal Infante que también restituyo a Rubens. Conocí la pintura primeramente por fotografías, y directamente luego, convenciéndome de su gran calidad técnica y estilística. Es un retrato del Cardenal joven, de cuerpo entero y sentado en un sillón noble, con un número de inventario (541) y de tamaño natural (Lienzo 215 x 134). La fotografía habla con elocuente claridad de la distinción y elegancia del retratado, así como de la calidad anunciada, y el número de una importante colección. De prestigiosa procedencia en la nobleza del siglo XVII, fecha correspondiente a la pintura. Lleva hábito rojo y birrete, propios de su dignidad. Está junto a un zócalo y bajo una hornacina de casetones romboidales. La tonalidad oscura y uniforme del fondo contribuye a la prestancia de la imagen en el espacio, fijando la mirada en el espectador. Es la fórmula típica de la etiqueta de los Austrias. La luz baña el pecho y las manos en negligente y mesurada distinción.

El Cardenal tendría aquí unos veinte años. La prueba más directa a la autoría propuesta está en el retrato de medio cuerpo más conocido, en la pinacoteca de Múnich. Es el tenido por original y procedente de la misma colección del pintor bien documentada a su muerte. Retrato que Rubens llevó consigo a Flandes a la vuelta del segundo viaje a Madrid. En aquella estancia en Madrid pintó a la familia real y algunos retratos más de la nobleza. Así consta por testimonio de Pacheco tomando noticia de su yerno Velázquez "primeramente retrató a los Reyes e Infantes de medios cuerpos, para llevar a Flandes; hizo de Su Majestad cinco retratos, y entre ellos uno a caballo con otras figuras, muy valiente. Retrató a la Señora Infanta de las Descalzas de más de medio cuerpo, i hizo de ella copias; de personas particulares hizo cinco o seis retratos" (Francisco Pacheco, El Arte de la Pintura, ed. Basegoda, Madrid: Catedra, 1990. pp. 197-198). Es un hecho que hizo varias repeticiones del rey y de sus hermanos y uno de gran tamaño a caballo, desgraciadamente perdido en el incendio del Alcázar. Los restantes toman vía a Flandes para su tía, Isabel Clara Eugenia, deseosa de poseerlos. Esto lo ratifica la omisión en los inventarios de la corona suficientemente estudiados. Junto al retrato del museo de Múnich citado, son de interés y calidad los del conde de Spencer y museo de Berlín, con perilla, bigote y cabello más largo este último. Especial atención merece otro, que conozco por la amabilidad del profesor Jan Pierre De Rycke que tuvo la atención de mostrármelo. En su opinión es el que trajo Rubens de España, con más razones que el de Múnich. Los argumentos merecen toda atención. No faltan más repeticiones de taller y copias que no es preciso repetir ahora.

El nuevo retrato a añadir a los conocidos hasta ahora, es de mayor empaque y tamaño como está a la vista. Prueba que fue un encargo al margen de la corona por algún poderoso noble próximo al rey aprovechado el viaje de Rubens a Madrid. De esto tenemos pruebas sobradas tanto de pinturas religiosas, como de retratos, por testimonio del mismo Pacheco. Así es conocida la Inmaculada que hizo para Leganés y el San Juan Evangelista para don Jaime de Cárdenas, hermano del duque de Maqueda, hoy localizado, y cuyo estudio está en ciernes. El espacio de este artículo no nos permite ir más allá, pero es suficiente para entender las posibilidades de nuevas obras en España del genial pintor flamenco, tan unido a España como a Flandes. La confrontación del retrato de Múnich con el que hoy damos a conocer es suficiente a tenor de la composición; También la calidad y la técnica para testimoniar la autoría propuesta. Espero la publicación académica que apoye la primicia adelantada en este periódico.

Rubens llegó a Madrid en 1628-1629. Era su segundo viaje a España. El Cardenal Infante nació el 16 de mayo de 1605 y fue purpurado el 22 de julio de 1619. Cuando Rubens tuvo ocasión de retratarle tendría unos 24 años, como corresponde a lo que vemos. La imagen es un rostro y el alma de su personalidad. Fiel a lo que del joven cardenal escribe Marañón "la superioridad de su espíritu sobre el de su hermano, el Rey, es patente. No si se busca en los retratos totales de ambos, tan parecidos, sino contemplando sus miradas, aisladas; llena de voluntad y de optimismo en Don Fernando, vaga y muelle en Felipe IV" (Gregorio Marañón, El Conde Duque de Olivares, la pasión de mandar, Madrid, 1936, p. 250).

La ambiciosa composición la toma Rubens de Tiziano, en el retrato de Carlos V de Tiziano de la pinacoteca de Múnich. Uno de los más espléndidos y elegantes retratos del pintor veneciano. Así como el de Julio II en la pinacoteca de Viena.

Un testigo tan próximo como Mocénigo cuenta que "sintió pesar de ver en las fiestas al rey y a su otro hermano aparecer a caballo y ser solo espectador, cuando lo que realmente anhelaba era verse en aquella liza" (Marañón, p. 251). Posiblemente soñaba verse algún día libre de estos pesados hábitos y vestirse de general sobre un caballo encabritado, como aquel en que le retrata años después el mismo Rubens y por suerte podemos ver en el Museo del Prado.