Desde horas bien tempranas, Beatriz Ballester deja de ser ovillo para enmadejarse abiertamente con la lana, reconocerla como material y ahondar en lo que representa en cuanto a faena tradicional de pastores y tejedoras.

Convertida en trashumante se considera heredera de una tradición que en un momento se tejió para resolver la vida de las personas. Pero fue en una feria en la ciudad italiana de Torino, exponiendo un trabajo realizado en la isla de El Hierro, cuando tomó conciencia de que tenía entre sus manos algo muy viejo, un legado antiguo del que era depositaria.

Eso la llevó a cuestionarse qué precisa la gente de su época, cuál es el valor que puede darle a la lana en la coyuntura que le ha tocado vivir. Desde su formación terapéutica, Beatriz cayó en la cuenta de que existen disciplinas que se orientan a encasillar y etiquetar a la gente, percibiendo cómo la parte creativa del ser humano, a través de los sistemas educativos, se va anulando cada vez más. A los niños se les ofrece todo a través de imágenes, impidiéndoles otras alternativas: la imaginación.

Así toma prestada una reflexión de José Martí: "La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano busca. Es la hembra de la inteligencia sin cuyo consorcio no hay nada fecundo".

Al haber construido una sociedad en la que la racionalidad parece ser lo único importante, lo imaginativo ha quedado postergado.

Sostiene que la lana tiene vida propia, cambia de color y transmite sus emociones. a pesar de considerarse una materia inerte, que manipulamos a nuestro antojo. La cuestión es que se trata de un material que ha salido del tránsito social, que la gente se ha desconectado de él y cualquier cosa con esa apariencia se denomina lana.

En su proceso de investigación y búsqueda, esta creadora descubre que este material no sólo absorbe, sino que libera gran cantidad de humedad, generando un proceso químico en su estructura y desprendiendo calor. Es, sin duda, un material inteligente.

Beatriz Ballester sumerge la lana en agua fría y, debido al hecho de que está compuesta por partes de amoniaco y lanolina, al agitarla en el líquido es capaz de producir su propio jabón. Es de esta manera cómo va sintiendo que la lana va liberándose en un proceso de sutilización, eliminando todo lo mineral, y cómo en ese movimiento constante y rítmico va adquiriendo una textura cremosa.

El siguiente paso es el carmenado, liberarla de restos vegetales y del caos que se ha generado, pasando después a darle un orden a todo aquella materia, el cardado, separando la lana por longitudes, cortas y largas. El proceso posterior se orienta a dirigirla hacia el fieltro o bien el hilado.

Ayer se clausuró en la Sala Bronzo de La Laguna la exposición titulada Engerundiando, una voz que anima a intervenir, a establecer diálogos que esta autora define como los entres y que invitan a una acción continuada.

Cada miércoles, los talleres impartidos en el propio espacio de la sala se concibieron como una instalación artística, con una primera parte que descansaba en el carmenado, mientras Beatriz representaba una performance en solitario. La sensación es la de que el cuerpo se afloja, trabajando procesos de estrés y ansiedad, al tiempo que la calidez de la lana ayuda a liberar las tensiones.

De fondo, la certeza de que la presencia en esta exposición no se reduce a la acción pasiva de contemplar, de trabajar solo de la cabeza hacia arriba, que es a lo que la sociedad actual le confiere la categoría de importante. La diferencia entre mirar, elevar un juicio sobre gustos y marcharse, se tejía en Engerundiando cuando se invitaba al público a descalzarse y observar, a sentir desde la raíz. Desde el contacto directo con el suelo se abría otra posibilidad, la de una nueva mirada: otras maneras de ser.