Los cuentos de Ali Smith (Inverness, Escocia, 1962) releen el universo como un libro de tramas y subtramas que se cruzan en la entrelínea de la realidad, como afluentes del relato total que nos contiene y nos define. Así se configura La historia universal ( The whole story and other stories, 2003), una selección redonda de 12 relatos de la escritora escocesa publicada en España por la editorial Nórdica Libros, que nos mira en los espejos rotos de sus personajes, sus sueños y temores, sus despertares como hachazos o su nostalgia de otras vidas, con la tinta ágil y serena de quien sabe que una palabra puede cambiar o multiplicar el sentido de una historia.

La historia universal se estructura casi como un palíndromo: el primer cuento, de título homónimo, amanece en invierno y los relatos sucesivos recorren cada mes de un año completo con todas sus estaciones hasta desembocar en un segundo invierno en el cuento final, El principio de las cosas. La tersura del verano o la aridez del otoño marcan la temperatura de cada uno de los relatos en este viaje fragmentario y circular, como ese Aleph de Borges donde "uno de los puntos del espacio contiene todos los puntos". O como esa mosca que sorbía con su probóscide la cubierta ilustrada de una vieja edición de El gran Gatsby en una librería de segunda mano, que terminó integrando una embarcación de dos metros de eslora construida con páginas de la obra cumbre de Scott Fitzgerald, mientras que la mosca permaneció volando a más de medio y metro sobre el nivel del suelo. Podría decirse que el vuelo fortuito de la mosca no solo hila la trama del relato inaugural de La historia universal, sino de todo el conjunto, como símbolo invisible que remite a aquella lúcida reflexión de Monterroso en el primer pasaje de su Movimiento perpetuo, donde advierte que "la mosca invade todas las literaturas". "En el principio fue la mosca (...) De esas frases vivimos. Frases mosca que, como los dolores mosca, no significan nada. Las frases perseguidoras de que están llenas nuestros libros".

Y en el universo de Ali Smith, esta urdimbre de casualidades y causalidades entreteje el tablero literario en el que sus personajes se encuentran y desencuentran, donde, como revela la última línea del ocaso de Gatsby, "seguimos navegando, barcos contracorriente, devueltos sin cesar hacia el pasado". Sin embargo, cada relato de La historia universal constituye un universo en sí mismo, pero salpicado de referencias comunes a lo largo de todos los escenarios, que encabeza la presencia continua de los libros y los árboles, acaso como metáfora de nuestra relectura en las páginas del otro o de un anhelo íntimo de enraizamiento.

Además, Smith depura esta imaginería en un lenguaje carveriano, líquido y directo como un cuchillo en la mantequilla, pero, al mismo tiempo, reviste su prosa de una atmósfera de realismo mágico, con pinceladas de humor, ingenuidad y surrealismo en la estela de Cortázar, porque quizás esa poética sea la forma más exacta de aproximarse a la vida y, en palabras de Baricco, "comprender qué aparece cuando la realidad se gira y le ves la espalda". En este sentido, la mirada de la autora apunta siempre a lo que acontece en los intersticios, pero que nos atraviesa como una ráfaga inesperada, como el anuncio de una nueva estación. Y en eso consiste -volviendo a Carver-la mecánica del cuento: "Debe haber un aire de amenaza, debe haber tensión, una sensación de que algo es inminente".

Así, en este laberinto de senderos que se bifurcan, una mujer cruza la estación de King's Cross mientras habla con su pareja por teléfono cuando, de repente, casi tropieza con la Muerte: "un hombre de mediana edad, apuesto y un poco calvo, que vestía un traje tan pálido que parecía contrito". "Por lo que cuentas, más que la Muerte parece un espía", le responde la voz al otro lado del teléfono. Y en la primavera de Mayo, un día como otro cualquiera, una mujer distinta recorre la arteria que separa su casa del trabajo y le asalta el amor más insólito a mitad de camino. "Os lo cuento. Me enamoré de un árbol. Era inevitable. Estaba en flor", reza el arranque sobresaliente del cuarto cuento.

También el amor como un rayo estoqueado en la nuca enhebra otro de los relatos pero con las puntadas desordenadas: Erosión desbarata los esquemas narrativos del cuento y desgrana una historia de amor en sentido no cronológico con el orden del nudo, el desenlace y el inicio. Esta representación del enamoramiento como un edén ajardinado expuesto a la erosión del tiempo y la invasión de hormigas podría sugerir que el amor nunca aloja un manual de jardinería en la solapa pero, en el fondo, lo más probable es que Smith no trate de decir nada, sino solo mostrar, exponer, tocar, trastocar.

Y el viaje continúa al ritmo de canciones de amor escocesas, clientes excéntricos que frecuentan librerías, atracadores de hamburgueserías pertrechados con tijeras de podar, matrimonios sin llaves bajo la alfombra o mujeres borrachas que buscan cobijo en la misa del gallo, repiqueteando sus tacones contra las losas. Entre los que despiertan más ternura para quien escribe se encuentra una mujer que es diagnosticada de intolerancia, entre otras dolencias, a varias formas de expresión cultural, porque el arte no garantiza que mantengamos el equilibrio, pero sí nos vacuna contra la indiferencia -la mujer se sacude las diminutas hojas otoñales de los hombros como quien esquiva la vida, o quiere prevenir los daños del invierno-. En esta misma línea, una mujer se sube a un taxi y, como los transeúntes del filme Noche en la tierra, de Jim Jarmusch, el trayecto se convierte en un cuento dentro del cuento, como un aparte de la realidad que abre un capítulo nunca escrito y despierta el deseo de parar el sistema de navegación, y continuar por esa carretera secundaria.

Pero uno de los espacios que Smith explora con una sensibilidad especial es ese que media entre dos personas, y que también lee como un libro: a la intemperie, abandonado al paso de las estaciones, las páginas se abarquillan, se mojan, se pegan, las letras se enmarañan y tornan ilegibles; pero algunas personas eligen permanecer durante mucho tiempo en un mismo libro y deleitarse en ese libro favorito tantas veces leído, porque cada lectura brinda nuevas lecturas y, por eso, apuestan por releerse en sus páginas cada día de todas las estaciones.

En definitiva, La historia universal de Ali Smith constituye una de las mejores revelaciones dentro del panorama editorial de los últimos meses, que manifiesta un "sí" rotundo a la existencia, como el que esgrime Clarice Lispector en la cita inicial del volumen y como la última palabra que encierra este laberinto, sin señalizaciones ni salidas de emergencia, pero lleno de palabras, estaciones y, con suerte, una persona al otro lado del libro.