Cristina García Morales (Granada, 1985) es un manojo de inquietudes creativas que ha sabido conducirlas con éxito a través de la literatura, la danza y el teatro. La semana pasada visitó la capital tinerfeña para inaugurar el ciclo Diálogos de escritura, que se celebrará una vez al mes en TEA, organizado por Izaskun Legarza, directora de la Librería de Mujeres de Santa Cruz, con la que mantuvo un animado encuentro en el que hablaron de su obra, muy crítica, y de otras cuestiones relacionadas con el proceso creativo.

Esta joven autora, licenciada en Derecho Internacional y considerada una de las escritoras con mayor talento del panorama nacional, ha firmado obras como la titulada Lectura fácil, con la que obtuvo el Premio Herralde de Novela (2018) y el Premio Nacional de Narrativa (2019). También ha escrito las novelas Los combatientes (2013), Malas palabras (2015), en la que reivindica la figura de Teresa de Jesús, y Terroristas modernos (2017).

¿Cómo definiría su voz literaria?

Dificilísimo con lo que supone hacer definiciones. Escribir supone para mí muchas veces una avanzadilla del deseo, una proyección de aquello que se quiere dar afuera en la escritura. Como deseo sería una buena definición.

¿Por qué cree usted que la tildan de radical?

Bueno, eso hay que preguntárselo a los que la tildan a una. Cada uno tendrá sus motivos, a cual más conservador, no?.

¿Qué le gusta compartir con los lectores de sus novelas y cuentos?

Imagino que lo que querías comunicar. Tirando del hilo de la respuesta sobre el deseo que siente una de si consigue compañeros y compañeras de viaje en ese deseo que se quiere cumplir. Estoy convencida de que en colectivo se cumplen los deseos mejor y con más gusto que en la soledad.

¿Cuál es el tipo de personajes que pueblan sus obras?

Ha habido muchos. En mi última novela los personajes están muy definidos cada uno por el modo en que se enfrentan a la autoridad, en este caso a la autoridad del sistema existencialista. Cada personaje se define por como torea a sus cuidadoras, doctoras, psiquiatras o juezas, si las confronta de una manera frontal. En novelas anteriores quizás esté presente este hilo conductor de la obra. Muchos personajes se definen por cómo se entiende el poder y cómo se relacionan con los mismos.

¿Se identifica con alguno de ellos?

Es tan difícil como la primera pregunta. Creo que los personajes que uno crea son todos parte de una misma o revela situaciones de una misma que potencian esos personajes. Salvo en mi primera novela que publiqué, Los combatientes, que está descatalogada y la relanza Anagrama en un mes, hay un personaje que se llama como yo, con mi nombre y apellido, además de otros muchos. A pesar de eso, no es un personaje con el que me identifique. Más al contrario, se llama como yo pero para hacer cosas pasadas de rosca de las que yo haría.

¿Hay alguno que se le haya escapado de las manos?

Por suerte, la creación literaria, en otras no, soy bailarina también y creo artísticamente, pero en la creación literaria una puede tener cierta seguridad de que es la reina del mambo por el ejercicio de conciencia. Al menos como yo tomo la escritura es un ejercicio de conciencia, o sea de muchos esquemas, ramificaciones. Si alguna se va de la mano es por falta de atención por mi parte, entonces la que se merece el latigazo soy yo y no el personaje.

¿Juega algún papel el humor en las historias que narra?

Eso es como los chistes que te hacen gracia, si los explicas dejan de hacerte gracia. Un chiste muy explicado no te hace gracia. Creo que por la propia prosa el pulso narrativo que yo tengo no busca hacer reír, y precisamente el no buscarlo, el no provocarlo, es lo que lo provoca. No digo ya en la literatura, sino en la vida. Quizás el pulso narrativo mío responde a una ligereza mía con la que afrontar temas muy severos sin dejar de afrontarlos, pero tratándolos desde un lugar hacia el lector y hacia mi misma. Facilitar su deglución para poder ver su dramatismo finalmente. El humor negro es muy útil para eso, incluso el absurdo, la ironía o el sarcasmo.

¿Utiliza este tipo de recursos en sus textos?

Juraría que si. Eso lo tienen que decir los lectores, a veces inconscientemente también.

¿Qué deseos le gusta compartir con sus lectores?

Cuando escribo una novela lo que quiero es terminarla cuanto antes. Con la obra de una cuando te pones a escribir tu vida es la escritura de esa obra, pues toda tu vida se adapta a la escritura de esas obras. Todas tus necesidades, tus obligaciones, se adaptan a esa obra, por eso digo que el objetivo es acabarla cuanto antes para que el flujo de la vida pueda tirar por otro lado y puedas seguir avanzando.

¿Existe algún tabú en su producción literaria?

No sé si llamarlo tabú. Es un término muy de psicoanálisis, muy particular, pero de cosas que puedo saber... Yo sospecho que por la misma naturaleza del hecho de no saber nombrar no te puedo decir qué es lo que está fuera de la obra, pero que duda cabe que hay cosas que no sabemos nombrar, porque está fuera de la obra o está presente su ausencia. Las novelas también se definen por lo que no cuentan, por los detalles en los que se fijan pero también por los detalles en los que no se fijan. Así que la mirada de una es una mirada fragmentada. No se puede acaparar todo y tampoco me interesa la literatura que quiere ser globalizante, que parece una patraña. Las obras que no interesan son las que se fijan en un fragmento de la realidad.

¿Se ha autocensurado en alguna ocasión?

Todos los escritores alguna vez. No sabemos lo que es la libertad porque vivimos en un estado opresivo, donde no podemos desarrollarnos libremente por mil condicionantes pero, claro, la autocensura entra de nuevo a formar parte de eso que no nombramos. Uno no sabe si se está autocensurando salvo si hace un trabajo introspectivo sobre ello, pero sin duda la lucha es para no autocensurarse.

¿Tiene en mente algún estereotipo del lector de su obra?

A los que conozco personalmente claro, tienen carne y hueso, nombres y apellidos. No puedo hablar de perfiles, pero si puedo hablar de que me he encontrado con lectores, sobre todo mujeres, que se acercan y me dan las gracias porque las novelas las ha confrontado con sus propios privilegios, sus propios modos, con su manera de comerse los discursos del poder político y aplicarlo a su vida cotidiana. Son lectoras muy autocríticas.

¿Hacia dónde camina su literatura?

Hasta ahora todos mis libros salían cada uno en una editorial diferente, o sea que todavía no había encontrado una editorial en la que poder desarrollarse y crecer hasta que llegó Anagrama y ha publicado mi última novela y va a recuperar mi obra antigua. Para mi es pronto saberlo por esta razón editorial, porque hasta ahora mi búsqueda no ha sido hacia donde camina mi obra, sino donde puedo publicar bien y con la máxima libertad posible. De momento esa libertad me la está dando Anagrama.

¿No ha pensado en la autoedición?

Yo hago autoedición de fanzines, de hecho los vendo en todas las presentaciones a las que voy. Tienen cien páginas, están fotocopiadas y no se distribuyen en librerías y, por su puesto, no me permiten vivir de la literatura, pero eso no significa que no lo haga, pero no me lo planteo más allá de esta venta fanzinera.

¿Es usted feminista?

Sí, pero no diría que ser feminista significa defender a la mujer. No creo que el feminismo sea eso. Mi lucha feminista no pasa por la igualdad, creo que la igualdad de género es una patraña liberal, de feminismo liberal. No creo que la igualdad de género sea emancipatorio tal como lo plantea el liberalismo en cuanto hace de eso acceso al puesto de trabajo, que es el acceso al mercado laboral, a la explotación económica, en la casa, en la calle...

¿Cómo define usted su feminismo?

En términos académicos podríamos llamarlo feminismo de diferencia, es decir aquello que no aspira a una equiparación en los derechos y obligaciones liberales sino aquel que aspira a una emancipación con respecto al capitalismo. El capitalismo está formado por patrones machistas patriarcales. Sería dicho así de la manera más exprés que merece mil precisiones pero no da tiempo aquí. Feminismos hay muchos y haríamos bien en hablar de feminismos en plural.

¿Le gustaría encabezar alguna revolución?

Dirigir ninguna. No tengo ninguna intención de dirección, ni de mando, ni de liderazgo. Hay un verbo muy bonito para ello, instigar. Eso tiene que emerger en todo caso de un colectivo. Si nace del colectivo y la horizontalidad serán buenas razones para confiar en ella. En la Librería de Mujeres de Santa Cruz vi una pegatina maravillosa que dice: confía, coño. Eso parece un chistecillo, pero es una proclama. Lo he dicho en mi novela, en quien más hay que confiar es en lo desconocido.

¿Qué opina de la clase política actual?

¿La del parlamento, la actual, como la de hace 50 años, de aquellos que quieren ejercer el poder?, pues nada, que están ahí para ejercer el poder, para dominarnos y por tanto poco más se puede esperar, que nos gobiernen, nos disciplinen, nos homologuen a costa nuestra y encima cobrando. O sea, el insulto no puede ser mayor.