¿Reencontrarse con 'Hierro' supone una buena noticia?

Lo que ha sucedido con Hierro, ya desde un principio, representa sencillamente una maravilla. Y ahora, cuando estamos a las puertas de comenzar a grabar la segunda temporada, las emociones vuelven y se van amontonando los buenos recuerdos.

¿Se siente algo responsabilizado o quizás hasta presionado por la obligación de reeditar el éxito de la primera temporada?

La verdad es que no. Siendo sincero, me encuentro muy tranquilo. Por supuesto sé que las cosas nunca son iguales ni se repiten. (No pronunció aquel dicho de que nunca segundas partes fueron buenas). Vamos a abordar este trabajo con las mismas ganas que el anterior. La clave está en volver a conseguir lo que alcanzamos en la primera temporada: trabajar como un equipo y sin ninguna presión. Vamos a disfrutar del proceso paso a paso y consolidándonos todos como una familia, desde los actores hasta el equipo técnico. Creo que esa es la mejor manera de abordar esta historia.

Encarna el papel de Bernardo, un simple abogado en una isla periférica que se ve envuelto en un berenjenal impensable para él. ¿Cómo se mete uno en esa piel tan áspera?

Bernardo desarrolla un rol entre lo cómico y lo dramático. Esa fue la clave que le dimos al personaje, tal como lo perfilé en mis conversaciones con el director, Jorge Coira. Ciertamente era un papel que encerraba cierto peligro, porque una sobreactuación podía derivarlo muy hacia la comedia y, por lo tanto, había que transitar con cuidado por esa delgada línea para no desvirtuarlo. Pero trabajar con Jorge resulta fantástico. Es un director que ama a los actores, a los personajes, emplea tiempo, te da serenidad y te genera confianza, que es el mejor equipaje para realizar un viaje como el de Hierro. Así fui dejando la mirada donde él decía y siguiendo el rumbo que marcaba desde sus golpes de timón. La verdad es que lo disfruté mucho.

¿Y qué tiene de Luifer el personaje de Bernardo?

Hay situaciones que no aparecen en el guion pero que uno, por su bagaje profesional, se imagina y va construyendo de esa persona que habita en la carne de Bernardo. El resultado me dejó muy satisfecho. El hecho de que me hayan vuelto a llamar para participar en la segunda entrega de la serie representa un espaldarazo. Obviamente vas a trabajar con las mismas premisas, pero con mayor fortaleza y pisando más fuerte por esa confianza que te da haber constatado que hay gente que aprecia tu trabajo. Te valoras más sabiendo que el resto del equipo te ha visto trabajar. Todo suma.

Su relación de vasallaje hacia Díaz, el papel que interpreta Darío Grandinetti, lo llevó hasta el punto de vulnerar el código de buenas prácticas jurídicas.

(Ríe) La verdad es que... (Tira de guion) Darío es un grandísimo actor, como dice su apellido, y un compañero excepcional. Siempre que hablamos me dirijo a él llamándolo papá. Desde el primer momento me abrió los brazos y juntos hemos andado esta historia en una muy buena sintonía.

¿Cómo es Candela en las distancias cortas?

Tal y como la ves: como el cristal. Sabes cuándo está bien, cuándo está mal... Es tal cual es, como la propia esencia del aire: una magnífica compañera y una actriz enorme. En esta segunda temporada voy a tener más roce con ella, porque en la primera nuestra relación estuvo determinada por el perfil de los personajes y coincidimos en escenas contadas. Es una actriz bárbara, la admiro, y en el cara a cara fue vital para el desarrollo de lo que nosotros denominamos el equipo canario. En un momento dado decidió dejar la casa donde estaba hospedada y venirse con nosotros al balneario. Además, hizo de cicerone del equipo y se convirtió en una más. Como todos, tiene rarezas, y como todos, enormes virtudes, igual que sucede en una gran familia: esa mezcla de amores y odios.

¿Ya ha digerido el éxito de público y crítica de la primera temporada, ese aluvión de premios y elogios?

Todavía sorprende. El otro día nos dieron el premio Feroz, de los pocos que nos quedaban, y ciertamente resulta una sensación extraña. Como es la primera vez que lo veo así, la verdad es que lo encajo hasta con cierta naturalidad, y por todo, por edad, madurez y estado vital. Nos hemos visto sobrepasados, pero con mucho orgullo, porque no lo hicimos con la mente puesta en eso, sino con el propósito de trabajar y llevar a cabo lo mejor posible la idea de los guionistas y la visión del director. Creo que eso fue lo que nos hizo grandes. Nos imbuimos de esa sensación, de que representaba una oportunidad única y que debíamos hacerlo bien. Nos mezclamos varias generaciones y eso provocó que se estableciera una mayor afinidad. Y, sobre todo, nos tocó esa responsabilidad asumida, que no fue otra cosa que darnos cuenta de que junto al protagonismo que tienen Candela, Darío o Juan Carlos Vellido, los que venían de fuera, el hecho de representar a esta profesión, y siendo una oportunidad única, teníamos que dejar el pabellón bien alto y eso fue creando una sólida complicidad, tejiendo relaciones muy intensas.

Tener la posibilidad de interpretar a partir de un registro natural, ¿para usted ha supuesto una conquista?

Particularmente significa mucho. Soy un actor que por edad y por situación empecé a trabajar sin demasiados fundamentos ni apoyos. Siempre sonaba aquello del por qué no te vas a Madrid, porque parece que si no triunfas fuera no eres actor aunque, por ejemplo, a un abogado no se le exige lo mismo, mientras que a nosotros sí nos meten esa presión. No niego que en algún momento se me pasó por la cabeza hacer las maletas, pero en aquella época nos juntamos una serie de personas que decidimos hacer valer la profesión en nuestra tierra. Y claro que me gustaría llegar a Madrid, pero trabajando desde Canarias. El acento lo considero un rasgo muy importante, que en nuestro caso ha sido olvidado y hasta denostado. Y lo que más me duele es que muestra más reparos el isleño que la gente de fuera con nuestro deje, lo que implica que persiste un gen provinciano muy fuerte. Siempre me ha llamado la atención el hecho de que cuando traspasas las fronteras del archipiélago suelen decirte aquello de qué acento tan dulce y bonito; es seductor, un arma fabulosa para ligar (ríe). Ahí se produce lo que denomino efecto serpiente: como no lo ves regularmente en la tele, cuándo lo haces te suena raro y no lo aceptas. La Televisión Canaria, que debería dar ejemplo, o las grandes empresas recurren en sus locuciones a voces castellanas, porque entienden que les da más prestigio. A mí me gustaría llegar a Madrid en busca de trabajo y cuando me preguntasen quién soy, responder que un canario, y que esa persona descolgara entonces el teléfono, preguntara a alguien y recibiera como repuesta que sí, que el tal Luifer es actor, ni siquiera bueno o malo, simplemente actor. Eso en mi época no existía. Cuando te paraban por la calle y decías que eras actor, la siguiente pregunta llegaba sobrevenida: ¿pero a qué te dedicas? Yo, con que me reconozcan como actor, me siento satisfecho.

¿Cómo ha influido la isla de El Hierro, su atmósfera, sus gentes en el grupo de trabajo y en los personajes?

El Hierro es El Hierro... Eso hay que vivirlo y sentirlo. Creo que una de las claves está en el factor del aislamiento. Te sitúas en un punto al que no estás acostumbrando, porque los que no somos herreños vivimos a otro ritmo y allí se vive al compás que lleva la vida. Cuando pasa un tiempo aquello te va haciendo mella: las esperas se hacen eternas y el tiempo se mide de otra manera. La mayor parte del equipo, que estuvo prácticamente sin salir de la Isla durante los cuatro meses de rodaje, se confabuló para poner lo mejor de cada cual, porque si no aquello podría convertirse en un Gran Hermano a lo bestia. La geografía es maravillosa, mágica, pienso que porque fue la última del archipiélago que pintaron y el tipo que la hizo ya tenía cierta experiencia y le puso cosas muy bonitas. Es distinta. El herreño es la verdadera esencia y te atrapa, te cautiva y te conduce a mirar las cosas de una manera muy diferente. El Hierro es, sin lugar a dudas, el personaje principal de la serie.

¿Conoce esa categorización que define las clases sociales en la Isla entre, de una parte, los rabos blancos y, de otra, los rabos negros?

Pues la verdad es que no. Es la primera vez que lo oigo.

Pues quizá la serie haya conseguido aunar espíritus y hasta voluntades contrapuestas.

Creo que, en ese sentido, los hermanos Jorge y Pepe Coira, que hacen a las mil maravillas las funciones de director y guionista, consiguieron algo que es realmente muy difícil. Hace unos seis años ellos ya mascullaban la idea de montar una película, un thriller a partir de un asesinato, pero en un lugar alejado y recóndito, a semejanza de lo que se está haciendo en el norte de Europa. Empezaron a diseñar el guion y se preguntaron dónde podía localizarse la historia. Pepe, entonces, pensó en El Hierro y su hermano le cuestionó por qué ahí y si no se le ocurría un lugar más alejado. Pues se fueron a vivir a la Isla durante seis meses, con lo que dura el tiempo allí, y se empaparon de la idiosincrasia herreña. Recuerdo que la primera vez que tomé el guion entre mis manos me enganchó su lectura, algo que nunca me ocurre. Estaba bien escrito y bien descrito, cuajada de elementos auténticos y no en clave folclórica.

Y admitiendo que es una isla mágica, ¿qué sortilegio ha obrado en usted?

Una de las cosas que cambió en mí la isla fue la percepción que tenía de lo que representa el espacio-tiempo. Siempre he sido singular e independiente, pero El Hierro sí me enseñó a detenerme, reflexionar y medir los ritmos. La vida tiene otros compases y hay que disfrutar de los instantes de serenidad y silencio: la soledad sonora. Ese descubrimiento me ha movido a buscar esos momentos en mi vida diaria.