Del oboe se dice que es un instrumento muy complejo, pero con un timbre muy humano. ¿Se ha acabado convirtiendo en su fiel compañero?

Sobre todo ahora, que ha habido un momento de inflexión en mi carrera, cuando he decidido darme una pausa en la orquesta. Era primer oboe en la Concertgebougw de Ámsterdam y para eso he estudiado toda la vida, desde que tenía 9 añitos. Pensaba que llegar hasta ahí sería lo más grande y luego me he dado cuenta de que quiero seguir aprendiendo, que todavía me gusta más la música que mi propio instrumento. Y por esta razón me fui a Viena para estudiar dirección.

La música debe dirigirse, ofrecerse a las personas, y el intérprete nunca tiene que ser egoísta, ¿verdad?

El músico debe estar siempre al servicio de la música, del público, del oyente e intentar por todos los medios posibles abrir el corazón de la gente.

¿Cómo percibe la presión del aire, del escenario o también de un programa en concreto?

Depende dónde estemos, cuál sea el contexto, el prestigio y el nivel... Para mí representa una diferencia enorme cómo siento el nerviosismo entre tocar un instrumento o bien dirigir. En este caso, el momento más importante, el de subirme al podio, lo percibo con una sensación de relax. Si he hecho mi trabajo, que ha sido estudiar la partitura y ensayar bien, cuando me presento ante el público solo debo concentrarme en mover la batuta y las manos. Con el instrumento sucede lo contrario, porque en el momento importante, cuando da inicio el concierto, se genera una tensión quizás algo más negativa que cuando uno dirige. Ahora bien, por supuesto siempre debe existir nerviosismo y un punto de tensión, porque es desde esa condición como se consiguen cosas.

¿Alguna vez se ha sentido contra las cuerdas?

Me han surgido imprevistos. Recuerdo en una ocasión, tocando el Concierto para oboe de Richard Strauss, en Bilbao, cuando en mitad del segundo movimiento sentí cómo se me rajaba el oboe entero, de arriba abajo; el registro grave apenas se escuchaba y sí, me vi verdaderamente contra las cuerdas. Uno llega con la máxima preparación pero siempre suele surgir algún inconveniente.

Los detalles y la calidez de los repertorios de cámara resultan insustituibles y únicos, ¿no?

Es algo realmente especial porque la composición se escucha mejor y de manera muy transparente. En vez de que la Cuarta de Mahler la toquen catorce violines solo lo hace uno y en lugar de ochenta personas, la formación se reduce a doce o trece instrumentistas. Sin embargo el público debe acostumbrarse, porque un conjunto de cámara nunca alcanzará el poder de una sinfónica y eso debe entenderse.

Cada mes de enero resulta ineludible recordar al maestro Abbado. ¿Quizás aquel concierto de homenaje en Lucerna, tras su muerte, ha sido uno de los momentos más emotivos que ha vivido?

El más amargo, diría. Recuerdo estar a finales de agosto tocando la Incompleta de Schubert junto al maestro y poco después, en el mes de abril, la misma pieza, en el mismo escenario y la misma silla, pero con el podio vacío. Fue un momento muy duro.

En aquel programa de mano usted escribió: Gracias, Claudio, por haber sido el ángel de la guarda de los jóvenes músicos. Gracias por enseñarnos que en la música, como en la vida, lo fundamental es escucharnos los unos a los otros.

(Pausa). Él insistía mucho en eso. No era un gran orador, ensayando apenas hablaba. Nos enseñó a escuchar y su magisterio me lo llevo; ya no hay nadie que me lo pueda quitar.

Siempre nos quedará Mahler...

Creo que no hay otro compositor que llegue tan lejos a nivel de sentimiento humano.

¿Y a qué suena España por esa Vieja Europa?

Suena muy bien, a un país de mucha tradición y un enorme talento, con duende. Lo único que no suena bien de España en el extranjero es la clase política. Por ejemplo, en Alemania no comprenden por qué no se puede formar un gobierno de gran coalición, por qué siempre todo es tan poco constructivo y por qué desafinan tanto.

El mes de mayo pasado estuvo dirigiendo a la Orquesta Sinfónica de Tenerife y ahora regresa con la camerata.

Aquí me siento como en casa;, gracias al cariño, la dulzura y la amabilidad de la gente. Y esto cada día lo estoy valorando más.

Anoche la camerata actuaba en La Palma y este sábado lo hará en el teatro Guimerá de Santa Cruz, desde las 20:00 horas, con un programa que incluye Bagatelles, de Dvorak; Siete canciones temprabas, de A. Berg, con la soprano Judith van Wanroij y la Sinfonía nº 4 de Mahler.