El Monasterio de Santa Catalina de Siena en La Laguna acoge una muestra más de la decimoquinta edición de la Bienal Internacional de Fotografía de Tenerife, ¿es casualidad o intervención divina?

Las bienales, como los monasterios, atravesadas por jerarquías de poder, se establecen como puntos estratégicos en las rutas de peregrinación del Arte. Estas nacen, en buena medida, impulsadas por la motivación turística. Una de sus misiones es convertir las urbes en polos de atracción de visitantes. Megaeventos culturales, que invitan a recorrer un lugar mientras divulgan el credo del arte actual. En torno a ellas se generan iniciativas públicas o privadas como muestras paralelas, actividades de restauración, cocktails, rutas por las ciudades, promociones publicitarias, etcétera. Por mucho que prometan experiencias de mera elevación espiritual, las bienales son, también, mercancías en circulación.

Laura Vallés, directora del grupo curatorial de Mitos para el futuro próximo, tal es el lema de Fotonoviembre 2020, la bienal de Fotografía que organiza Tenerife Espacio de las Artes, dice querer invitar "a detener un instante que, lejos de ser decisivo, abra una fisura que propicie un desplazamiento desde el que resistir a lo que Isabelle Stengers denomina la barbarie que viene".

Para mi sorpresa encuentro en el convento de las Catalinas ese desplazamiento. Sucede que, a pesar de haber cedido la planta alta del patio principal del monasterio a TEA, el complejo religioso no ha sido despojado de su actividad. Aquí las monjas de clausura siguen entregadas a la vida contemplativa. A un lado de la verja, luchan contra la distracción y ejercitan su espíritu. Al otro, la representación de la tradición católica se prolonga en el espacio museístico. Antiguamente en los claustros monásticos se realizaban labores educativas. Eran centros de salvaguarda de los mitos del pasado cristiano. En la actualidad, en el museo de Las Catalinas, el arte sacro tradicional convive con el contemporáneo. Este alberga dos contenidos expositivos disonantes, cuando no, antagonistas. En él late la presencia ausente de las religiosas. Tal vez, de haberlo conocido, Georges Didi-Huberman hubiera utilizado este ejemplo para ilustrar Lo que vemos, lo que nos mira. Al fin y al cabo su libro persigue ayudar a "comprender mejor por qué lo que vemos delante de nosotros mira siempre adentro."

¿De qué manera afectan, simpatizan, se contraponen o resisten los planteamientos contemporáneos al mundo monástico? ¿Cómo encaja el aislamiento del mundo exterior de las religiosas con la sobrestimulación visual de la vida contemporánea? ¿Qué consecuencias tiene sobre el intento de desacralización del arte contemporáneo la fundación de una nueva sede expositiva en suelo eclesiástico? ¿Qué busca el visitante que se acerca a esta parte del convento? ¿Tiempo de contemplación? ¿Recogimiento? ¿Imágenes? ¿Pastas artesanales? ¿Pasearán, a puerta cerrada, las habitantes del monasterio por las salas que contienen los Mitos del futuro próximo?

No es descartable que estas preguntas estuviesen presentes en el debate del equipo curatorial cuando abordaba la utilización del convento. Imagino que tampoco se le escapó el hecho de que sus compañeras de celda fueran un grupo de mujeres que han consagrado su vida a Jesucristo. Pero, si tal fuere el caso, el despliegue expositivo parece omitir esta circunstancia. Fotonoviembre 2019 equipara las estancias del convento de Las Catalinas a las de cualquier otro espacio de exhibición. Rechaza la tensión simbólica del recinto y trata como cubos blancos las celdas monásticas. Quizás es que la estrategia de ocupación de las comisarias consiste justamente en darle la espalda al contexto, para que, de esa manera, predomine sobre el resto. Pero la puesta en escena de la Bienal en esta construcción puede resultar plana. Y, aún así, el contraste entre la zona sacra y la contemporánea hace que crezca en significados. La encrucijada entreplantas crea un espacio otro, intermedio, de relaciones.

Por lo demás, siendo el vídeo el soporte por excelencia de las bienales de arte, fascina ver cómo los medios de proyección y visualización con los que cuenta la parte sacra emulan a los contemporáneos, llegando a ser, incluso, puntualmente, más avanzados. La puesta en escena de la tradición religiosa en Las Catalinas ha interiorizado el lugar de representación y los recursos museográficos de manera sobresaliente.

Uno de los conceptos vertebradores de la bienal es el de "imaginación civil", desarrollado por la escritora y artista Ariella Azoulay, que reflexiona sobre posibilidades de convivencias futuras. Amén de que el trabajo de investigación de esta creadora es un referente para repensar la cultura visual, puede que, quizás, en este caso, debido al encuentro que se da en el contexto conventual, la empresa curadora decidiera exponer el videoensayo La sonrisa de Khaira en una de sus salas. Otra de las ideas presentes en la muestra, reside en la memoria del espacio que habitamos. La remembranza hemos de buscarla en lo concreto. El lugar en el que vivimos, el espacio que nos acoge, es fundamental para construir la memoria. La evocación consciente de los recuerdos, con la vista puesta en el futuro, nos permite aspirar a una vida diferente. Según estos preceptos, no deberíamos desechar lo que tiene que decir el convento.

A Azoulay le acompañan dos proyectos fotográficos, uno de Dan Graham y otro de Pol Masip, que retratan urbanizaciones de viviendas estandarizadas. Tanto las conocidas casas norteamericanas de Graham como el Grupo Generalísimo Franco de protección oficial en Cataluña de Masip responden a la producción en serie de unidades mínimas, homogéneas y optimizadas. Aunque con motivaciones diferentes, ambos proyectos son documentos, uno de una realidad presente y otro de una pasada, que atesoran las huellas de un tiempo proyectado hacia el futuro. Frente al catecismo de la modernidad se yuxtapone el estilo religioso de vida, que, dentro de una comunidad, lucha por desasirse del yo. Según se dice en el documental que se proyecta en el área sacra del espacio museístico, las monjas del convento de Santa Catalina de Siena se desprenden del ansia de comunicar, "mueren al mundo y acceden al silencio en Dios". En este punto, la muestra gira en torno a distintas tradiciones de vida comunitaria, y, nos conduce a la reflexión sobre la colectivización de los recursos. En contraposición a la propuesta curatorial, consistente en eliminar las capas de memoria de las paredes del convento, resalta con fuerza la serie fotográfica sobre la remembranza de Masip. En ella, el fotógrafo, colecciona vestigios de los símbolos de uno de los episodios más oscuros del pasado español.

El desplazamiento semántico ocurre, también, con Pieles de Lucía Pizzani. Su instalación fotográfica puede parecer baladí. La mutación cíclica, e inevitable, de la piel que plantea esta artista amplía los significados encarnados, contrapuesta al cuerpo incorrupto de la Siervita que se custodia en Las Catalinas. En Las paredes tienen sentimientos Eli Cortiñas visibiliza parte de lo olvidado o lo silenciado que impregna la arquitectura y los objetos. Imposible obviar que en el mismo espacio en el que se proyecta su trabajo reside un grupo de mujeres intercedidas por el silencio, en cualquiera de sus espectros. O, en cómo reverbera, dentro de un convento, uno de los ejes troncales sobre los que discurre la artista: el ánima de los objetos. En este videoensayo Cortiñas pone el foco en la disolución de la memoria y profundiza en la dimensión política y económica de la arquitectura. Los espacios y las formas han sido empleados para transmitir ideas simbólicas e imponer una voluntad. Vemos cómo los emblemas de los sistemas dictatoriales, de afín forma a la que expone Masip, quedan inscritos en piedra. La artista no repara en catedrales o palacios, sino en edificios administrativos o equipamientos públicos que representan el nuevo poder dominante del sistema capitalista. Cortiñas reconstruye el relato mediante el desmontaje de lo aprendido y la yuxtaposición de las imágenes. Su trabajo de arqueología forense entronca con el de Zbynêk Baladrán.

Para no caer en los signos con trampa y alcanzar la verdad pericial, los forenses trabajan con la simulación. En su vídeo Catástrofe Baladrán construye una escena con objetos aparentemente anodinos. El desplazamiento de su cámara traza una secuencia similar al desciframiento de rastros. ¿Qué formas de violencia encontraríamos si aplicáramos esta metodología al lugar que acoge la muestra?

Más allá del acierto en la selección de la mayoría de los artistas, así como del que puedan tener los conceptos que el equipo curatorial pone en juego en este espacio, la inclusión de las obras de Magnolia Soto y Perejaume obedecen a una lectura demasiado literal de las nociones de memoria o del lugar de la representación. Mientras que la presencia de Juana Francés resulta sorprendente.