Los años 20 del siglo pasado fueron para la arquitectura los felices años del revolucionario estilo art decó, que triunfó en Occidente hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Nació en la Expo Universal de París en 1925 y revolucionó nuestras vidas impregnando no solo a la arquitectura, sino también acariciando los diseños de moda y renovándolo todo: la pintura, la escultura y el cine.

En aquella época dorada también destacó, en la democracia tan socialmente avanzada que fue la Alemania de Weimar, antes de que el nazismo lo trastocara todo de nuevo, la Bauhaus, donde se produjeron los acontecimientos más importantes para el surgimiento de una arquitectura moderna en el sentido de estética y funcionalmente renovadora.

La Bauhaus y su racionalismo influenciaron al art decó, que además también se dejó arrastrar por las ideas del constructivismo, el futurismo y el cubismo destacando en arquitectura por la monumentalidad, por las innovaciones de la época, con sus formas a veces aerodinámicas y a veces geométricas, en contraposición al modernismo del siglo anterior. El art déco, y en general, la arquitectura de aquellos locos años 20 fue fruto de su época, y los arquitectos intentaron plasmar en ella todos los revolucionarios avances de la técnica de principio de siglo XX, incluyendo el uso de los nuevos materiales de entonces como el acero y el hormigón armado y todas las tecnologías asociadas a los mismos.

Ahora que hemos llegado a otros nuevos años 20, pasado un siglo entero de arquitectura moderna, superado el postmodernismo, ¿volverán el funcionalismo racionalista y el organicista? ¿volvemos a la simplificación de formas y la ausencia de ornamento? ¿ superarán los arquitectos de hoy en día, criticarán o despreciarán, consciente o inconscientemente los dogmas de esta actualidad?

Los arquitectos de estos recién estrenados años 20 tienen un deber para con la civilización, porque ya no queda tiempo y toca volver, lo más rápidamente posible, a la arquitectura orgánica, natural y sostenible, a ser inspirados y conducidos por la naturaleza, a crear edificios sanos, organismos que funcionen utilizando las fuerzas y energías naturales, a ser flexibles y adaptables a los cambios y a preocuparse no solo por la vida de los hombres y las mujeres en sociedad sino a tener una mayor preocupación por el planeta porque es vital para todos, para tener futuro, que así sea.

Sin embargo, aún no ha llegado ese momento de cambio total, aun estamos con relecturas de lo anterior, y la sostenibilidad aún no hemos terminado de entenderla, lo cual es preocupante porque la urgencia nos apremia, ya no es el momento de buscar rentabilidades inmediatas y vender el alma con edificios anodinos. Es la hora de actuar de nuevo, de ser radicales en la búsqueda de la responsabilidad energética y social. Ahora que todos los mundos son un solo mundo, el único planeta que nos acoge, es urgente buscar de verdad, y no como mera pose, el desarrollo sostenible para lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, resilientes, seguros, y auténticamente sostenibles. Y en esto tiene mucho que decir la política y especialmente la política pública de concursos de arquitectura, que hoy, en España, y en Canarias, es prácticamente inexistente, cuando no falsa.

La oportunidad actual de convocar buenos concursos de arquitectura es, además de pertinente por la coyuntura medioambiental, es esencial, pues en la política hoy hay ausencia de ideas sobre cómo solucionar los miles de problemas que tenemos como sociedad sobre la mesa. Históricamente los concursos de ideas surgen con la intención de ayudar a superar el estancamiento de modelos y procedimientos. La concurrencia competitiva de profesionales de la arquitectura, cuando los concursos están bien organizados y son viables económicamente, podría conducir a caminos inéditos e innovadores, a nuevos puntos de vista que, tal vez, nos ayuden a salvar el planeta y la forma de vivir que conocemos hasta ahora pero están estancados, y los que se convocan en nuestro país últimamente dan pena.

¿Hay alguien más pensando en esto?

DULCE XERACH PÉREZ Abogada, doctora en Arquitectura. Profesora de la Universidad Europea de Canarias