Con esta frase aforística se recuerda el carácter caprichoso, efímero o transitorio al que suele obedecer la fortuna material. Se recurre a este dicho a modo de bálsamo ante una situación precaria o de dificultad económica por la que puede estar atravesando una persona. La máxima aconseja no poner demasiadas expectativas en la riqueza material, pues no es esto lo más importante. Improvisadamente se puede acumular mucho y como mismo llega, se va. En cierto modo se advierte una impronta ideológica que pone en cuestión o contrapone el deseo o la tendencia a la acumulación de bienes (materiales) y su carácter pasajero frente a otros valores más trascendentes. En ocasiones se subraya la importancia de "bienes" más preciosos, a veces disociados de la riqueza material, como lo es la salud ("mientras haya salud?") o el tiempo. Con ello se busca consuelo o alivio a una situación que no deja de ser pasajera. No por casualidad alguna alegoría antigua representa la fortuna como una rueda que da vueltas irremediablemente sin saber lo que nos depara ("la rueda de la fortuna"). La voz "fortuna", aunque en su origen obedece al nombre de la divinidad que en la mitología romana representa la suerte, ya sea favorable o adversa, con el tiempo ha pasado a identificarse casi exclusivamente como buena suerte; la diosa que gratifica con favores y cubre de riquezas a quienes son tocados por ella. Hasta el punto de que a estos se les llama "afortunados" e "infortunio" ha pasado a ser sinónimo de mala suerte, desdicha, desgracia o hecho infausto. Mientras la "fortuna" es sinónimo de capital, hacienda o caudal que acumula una persona. Pero el símbolo de la rueda, que algunos interpretan como una ruleta, con la que se la representa alegóricamente es lo que parece explicar el mensaje que revela el dicho. Como si la fortuna fuera pura y simplemente obra del azar.

El dinero tiene una importancia capital -valga la expresión- en un sistema de creencias propio de la cultura judeocristiana, a cuyas influencias no se sustrae nuestro idiolecto. Y prueba de esta trascendencia es que en los cinco primeros libros de la Biblia (Torá o Pentateuco) viene nombrado al menos en trescientas cincuenta ocasiones. En la versión hebraica se identifica con la voz késef, escrita con las consonantes KSF que significan también 'deseo', 'nostalgia' y 'envidia'. Tres sentimientos que, bien mirado, están asociados al dinero: el dinero puede ser causa de deseo en quien no lo tiene; de nostalgia en quien lo tuvo y lo perdió; y de envidia en el que anhela el de otros. Y otra nota curiosa en relación con el dinero y la Biblia. La primera mención que hace en las Escrituras del dinero de curso legal (el siclo como moneda fiduciaria, ya no como unidad de peso), está ligado a una traición. Se refiere a los mil siclos de plata que recibiría Dalila como recompensa por la trampa que le tendió a Sansón. Los mismos siclos que recibiría Judas por otra felonía memorable. Con tales precedentes no es extraño que esto provocara cierta aversión al dinero y que haya servido de presupuesto ideológico para construir doctrinas que lo desprecian y le atribuyen cualidades malignas. Prueba de ello son las expresiones: "el dinero hace malo lo bueno" o "gente rica, gente (d)el diablo" (o afirmaciones similares que sugieren otros dichos). Pero no siempre se ha estigmatizado el dinero, a veces se le atribuye un sentido neutro: pecuniam non olet ('el dinero no apesta', decían los latinos), lo que quiere decir que no es en sí mismo ni malo ni bueno, sino aséptico y amoral. Este parece cumplir una función y su perversidad o no depende de cómo se obtenga y a qué se destine. Se sabe que el dinero no tiene un valor intrínseco, sino un carácter fiduciario. Ello implica la capacidad de intercambio y fiabilidad o confianza (de ahí lo de fiduciario); dos características del dinero que confirman que está concebido para pasar de mano en mano, para circular. Así, pues, puede decirse que el dinero no se va, exactamente, ni mucho menos se esfuma o se volatiliza, a lo sumo, cambia de bolsillo. La máxima "el dinero va y viene" es enunciado de la idea que pone fuerza en la convicción de que el dinero, la fortuna, los bienes materiales..., como mismo se pierden, pueden recuperarse; y que hay valores más elevados y trascendentes que si se dilapidan son más difíciles, si no imposibles, de recobrar. Así las cosas, parece más una declaración que trata de transmitir confianza ante la azarosa intrascendencia de la pérdida de lo material, porque a fin de cuentas "la vida da muchas vueltas".