Aristóteles, en el capítulo 9 de su Poética, escribe acerca de la Historia y la Poesía: "La misión del poeta -dice- no es tanto contar las cosas que realmente han sucedido cuanto narrar aquellas cosas que podrían haberlo hecho de acuerdo con la verosimilitud o la necesidad. El poeta y el historiador se distinguen en que el historiador cuenta los sucesos que realmente han acaecido, y el poeta los que podrían acaecer. Por eso la Poesía es más filosófica que la Historia y tiene un carácter más elevado que ella". De modo que nos encontramos ante un hecho indiscutible. La literatura llega siempre más allá que la historia, convierte en posible lo imaginado añadiéndole riqueza, detalles, posibilidades y, sobre todo, misterio.

Qué sería de los escritores sin el misterio. El misterio es una de las esencias de la literatura. Todo comienza cuando nos preguntamos algo, cuando queremos ver el lado en sombra de las cosas. Pues con esto Jose María de Loma ha construido El mago de Riga, una novela apasionante, divertida, con la carga suficiente de misterio como para hacernos leer sin despegarnos del libro hasta llegar al final. Una novela en la que, con una enorme intuición narrativa, nos hace conocer a un personaje, Mijaíl Tal, del que casi ninguno habíamos oído hablar, uno de esos personajes malditos que brillaron un tiempo y a los que luego suele tragarse la bruma.

Y a través de la búsqueda del personaje, de su biografía, Loma nos adentra en un contexto, en una época. El mago de Riga se convierte así, afortunadamente, no en una biografía, sino en una bioficción, en la que aparecen personajes inventados junto a personas reales, situaciones que realmente ocurrieron con sucesos que nunca tuvieron lugar.

Envuelta en todo eso, la lectura llega a hacerse hipnótica. Acaba uno leyendo la novela sin que le importe demasiado el destino del protagonista, su vida, sus andanzas. Lo que quieres es seguir perdiéndote en las divagaciones, porque son pura literatura. La búsqueda de Tal y de los escasos datos de su biografía son en realidad una excusa para escribir, para desarrollar este ejercicio de escritura tan divertido, tan irónico, tan literario, donde el estilo lo es todo, ese estilo tan concreto, tan suyo, tan Loma, su huella digital literaria, imborrable, indisimulable, que se imprime en todo cuanto toca, esas frases cortas, esa puntuación en la que apenas aparecen las comas, esa ironía carga de inteligencia.

Encontramos así, por todas partes, al Loma columnista. De hecho, esta es la novela de un columnista. Un columnista es alguien que escruta, disecciona los periódicos buscando el tema de la columna de mañana, que es algo que le obsesiona, le ocupa casi toda la vida. La última esclavitud, lo llamaba Alcántara. Y a veces, solo a veces, durante esa búsqueda encuentra una novela. Eso es lo que le pasó a Loma con esta historia. Mirando un periódico, uno de esos periódicos del verano, tan livianos, casi frívolos, se tropezó con la historia de Mijaíl Tal y entendió que había misterio y, por tanto, una historia que podía convertirse en literatura. O más de una, porque Loma va dando pistas sobre múltiples historias proclives de ser literatura, las que cada uno de nosotros portamos encima. Ya dijo nuestro premio Nobel, Severo Ochoa, que somos física, química, y misterio.

De ese modo, nos encontramos en la novela fantásticas digresiones sobre la vida de otros ajedrecistas y sobre otra gente que coincidió más o menos con el protagonista central, ese Mijaíl Tal que acaba siendo en realidad un pretexto para contar, para narrar, para escribir. Y cada una de esas digresiones es un dato, un informe, una minibiografía, porque, como decía antes, estamos ante la novela de un periodista, alguien que todo lo mira buscando materia para un reportaje, para una columna, para un suelto si es preciso.

Seguramente no cuenta las cosas que han sucedido, pero narra aquellas cosas que podrían haberlo hecho de acuerdo con la verosimilitud o la necesidad. Por eso es una novela, no una biografía. Por eso es literatura, no historia. Y ya quedó claro, desde Aristóteles, que la literatura es mejor que la historia, porque llega siempre más allá, convierte en posible lo imaginado añadiéndole riqueza, detalles, posibilidades y misterio, y finalmente acaba siendo, indudablemente, más verdad.