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Una marina agitada, un óleo que recoge la imagen salvaje de las rocas de Agaete y que pintó Manuel López Ruiz en 1946 forma parte del amplio volumen de pinturas que se guardan en los fondos del Museo del Prado. Este lienzo de 83,5 por 142,5 centímetros es apenas una muestra, un parpadeo de los numerosos lazos que Canarias mantiene con el Museo del Prado.

López Ruiz había nacido en Cádiz, pero con una beca se marchó a Tenerife y decidió quedarse en el Archipiélago. Lo que más fascinó a este artista fue el mar, el océano Atlántico que baña las islas y adopta un sinfín de formas y tonalidades. Manuel López Ruiz se convirtió en un gran pintor de marinas, un artista que supo plasmar los distintos estados de ánimo del mar, con sus gamas de verdes y azules, y el semblante unas veces diáfano y otras barruntando tormenta.

En un recorrido intenso, deteniéndose no sólo en las obras expuestas también en los tesoros que se esconden en los almacenes de esta pinacoteca de pronto aparecen pinturas y dibujos que dejan entrever la vinculación y la aportación que Canarias ha regalado al Museo del Prado a lo largo de sus 200 años.

Destaca, entre los fondos del museo, la presencia de las obras de dos tinerfeños: Francisco Bonnin Guerín, con una acuarela titulada Cañadas, un paisaje de El Teide, de finales del XIX, que refleja la belleza de ese espacio tan emblemático. Y Luis de la Cruz y Ríos, un artista vinculado con la realeza en tiempos de Fernando VII, y que llegó a ser nombrado pintor de cámara en miniaturas. De hecho, en el Prado hay varias obras con este formato.

El museo tiene en sus fondos diez obras de la Cruz y Ríos, entre ellas destaca su autorretrato y una miniatura atrevida para la época en la que una joven aparece mostrando sus pechos y que titula Retrato femenino.

Pintor de cámara en miniatura

Luis de la Cruz nació el 21 de julio de 1776 en el Puerto de la Cruz y era hijo del pintor Manuel Antonio de la Cruz y Juana Josefa Nepomuceno Ríos. De su padre y de Juan de Miranda recibió las primeras enseñanzas convirtiéndose muy pronto en uno de los pintores más destacados de las Islas Canarias.

Desde finales de 1778 y hasta mediados de 1799 residió en Gran Canaria, donde tenía una gran amistad con el escultor José Luján Pérez; durante esta estancia aprovechó para copiar los cuadros de la catedral y realizar algunos retratos. En 1800 ingresó en las milicias canarias y fue nombrado subteniente de artillería, más tarde alcanzaría el grado de teniente. Durante esos años pintó cuadros de temática religiosa para la parroquia de Nuestra Señora de la Peña de Francia en el Puerto de la Cruz y para la de San Ginés en Arrecife. Aunque su género preferido fue el retrato, llegó a ser un consumado miniaturista, y cobraba de ocho a doce duros por retrato.

Desde Tenerife se trasladó a Madrid, y ya en la corte retrató al rey Fernando VII, a la reina y a miembros de la familia real y la nobleza. Luis de la Cruz llegó a obtener el título de pintor de cámara en miniatura. Murió en Antequera, el 20 de julio de 1853.

Además, de las piezas de estos pintores canarios llama la atención la presencia en los fondos del Museo de un dibujo de la Virgen del Pino, una estampa grabada por Manuel Salvador Carmona, y que reproduce de manera fiel la escultura atribuida a Jorge Fernández que se encuentra en la capilla mayor de la basílica de Nuestra Señora del Pino de Teror. Esta pieza calificada como rara y hasta cierto punto desconocida estaba catalogada en la Biblioteca Nacional de España y desde hace un tiempo se incluye entre las obras que pertenecen al Prado.

La costa majorera

Otro de los cuadros vinculados al Archipiélago es la pintura de Juan García Miranda que se titula San Diego de Alcalá en las Islas Canarias, un óleo sobre lienzo de 111 centímetros por 194 y que está fechado en 1728.

Una de las características de Miranda es que siempre pintó con la mano izquierda, al ser manco de nacimiento. Además de formarse con Juan Delgado, tuvo acceso a las colecciones reales de Palacio, por lo que conoció la pintura de los venecianos, la de los flamencos, la de su gran maestro Rubens, y la de Velázquez. En la obra se percibe al fondo de la imagen una palmera y la cercanía de la costa insular.

Los historiadores señalan que San Diego de Alcalá vino a Canarias en 1441 y regresó en 1444. La primera vez que pisó tierras insulares fue en Lanzarote, después acompañado de Fray Juan de Santorcaz y fray Felipe de Sevilla llegaron al convento franciscano de Betancuria, como "frailes menores", que eran aquellos religiosos a los que se pedía ayuda para llevar a cabo la evangelización de las islas, según cuenta el propio fray Juan en el Manuscrito Torcaz I. Fue fray Juan de Santorcaz quien lleva a Diego de Alcalá como lego, al convento de Betancuria, al considerarlo "animoso y capaz de esta nueva conversión".

El propio Viera y Clavijo recoge la presencia del fraile en Fuerteventura y en uno de sus escritos aparece: "Nada más desembarcaron en tierras majoreras, se echó a cuestas San Diego una pesada cruz que traía consigo, y caminó con ella hasta la puerta de la iglesia del convento, donde la colocó". Por lo tanto, resulta probable que el pintor tratara de dibujar de alguna forma un entrante de la costa de Fuerteventura.

Las islas, su vegetación y personajes ilustres vinculados con el Archipiélago también aparecen de manera sorprendente en las obras de algunos de los genios de la pintura. Tal vez una de las plantas más reconocidas y peculiares es el drago que pinto El Bosco en su magnífico Tríptico del Jardín de las Delicias.

El Boscó

El Bosco supo reflejar como nadie la enorme contradicción de la existencia, la eterna lucha entre los ideales del espíritu y el inexcusable atractivo de la sensualidad y de la carne en ese jardín del paraíso. Los visitantes habituales del Museo del Prado siempre terminan por colapsar esta sala, los grupos se arremolinan delante de la pintura intentando recobrar la lucidez y de paso llegar a entender ese sugerente escaparate con tres estancias. Y en una de esas alas, en la puerta de la izquierda del tríptico junto a un cándido Adán aparece en un lugar destacado un drago de Canarias, con todo lo que significa esta planta singular y única.

Eduardo Barba, un insólito jardinero con grandes conocimientos de arte, y que ha publicado varios libros sobre la vegetación que se esconde en las obras del Museo, detalla que El Bosco solía dibujar plantas inusuales, en este caso elige una especie exótica de procedencia subtropical, además es el único drago que aparece en todo El Prado. También explica que en aquellos años, las Islas Canarias eran muy conocidas en Europa por la caña de azúcar y el comercio con Flandes, "no sólo está representada una especie del Archipiélago, sino que él está haciendo un guiño importante a Canarias como las famosas Islas Afortunadas". Para Eduardo Barba, que mira la pintura como si ya hubiera descubierto cada uno de sus secretos, parece evidente que el artista llegó a conocer el drago a través de algunos dibujos y grabados como el que realizó Martin Schongauer, "por eso decidió pintar sus flores de azul, cuando en realidad tienen un color más blanquecino que puede ir cambiando hasta un tono rojizo. En los grabados no hay color y él decidió ponerle ese".

La presencia de esta planta en el Tríptico el Jardín de las Delicias ha sido objeto de multitud de estudios concienzudos como el que realizó el profesor de Historia de la Universidad de La Laguna, Manuel de Paz-Sánchez, y que vincula esta obra esencial en El Bosco a la idea generalizada del Archipiélago como el paraíso.

Francisco de Goya

Siguiendo las huellas que relacionan a las islas con el Museo Nacional del Prado en una fecha tan señalada como su 200 cumpleaños sorprende, y gratamente, que también haya que mencionar a uno de los grandes genios del arte, Francisco de Goya.

En este caso, el pintor de Fuentetodos, en Zaragoza, realizó en 1798 el retrato de El general don José de Urrutia. Un óleo sobre lienzo, de 199,5 por 134,5 centímetros y que puede verse expuesto en la sala 037 del Prado. La vinculación de esta pieza con las Islas tiene que ver con el personaje. José de Urrutia y de las Casas fue el único militar en alcanzar el grado de capitán general, por sus méritos, a pesar de su origen plebeyo.

A los 17 años comenzó sus estudios militares en Barcelona, y aún como cadete se marchó a México en 1764 con el Regimiento de América, financiado por el duque de Osuna, lo que evidencia su temprana relación con esa importante casa ducal, que costeó este retrato. Urrutia ejerció en América como ingeniero militar, levantando mapas del norte de México y del centro y oeste de los Estados Unidos, siendo más adelante, ya en España, uno de los fundadores del Cuerpo de Ingenieros Militares como Ingeniero General de los Reales Ejércitos, Plazas y Fronteras. A su regreso de América fue destinado a las Islas Canarias para realizar los mapas de sus costas.

El retrato presenta a Urrutia en actitud de mando, vistiendo el uniforme de campaña de Capitán General, de casaca azul forrada de rojo y calzón de ante, con los tres galones de su alta graduación bordados en la faja y en las bocamangas. Se apoya en su bastón de mando y sostiene un catalejo en la mano derecha. Una obra incuestionable del gran Goya, que en cierta forma une lazos entre las riquezas del Prado y un Archipiélago que no quiere dejar de participar en un aniversario tan ilustre.

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