El Real Casino de Tenerife se convirtió ayer en lugar de encuentro para las palabras. La cita, que convocó a numeroso público, llegaba adornada por la presentación de una colección de ensayos, obra del poeta y traductor Rafael-José Díaz, que bajo el título Al borde del abismo y más allá reúne los textos dedicados a tres autores suizos con acento francófono: Gustave Roud, Anne Perrier y Philippe Jaccottet, una terna de importantes voces no sólo de su ámbito, sino capaces de reconocer la poesía europea de los siglos XX y XXI.

La introducción al acto le correspondió a Sophie González, representante de la Alianza Francesa en ausencia de su director, quien destacó la posibilidad que este libro representa en cuanto a la difusión de autores de relevancia literaria en lengua francesa y que, asimismo, glosó la figura del autor de este trabajo, repasando su prolija producción.

Desde su condición de traductor, Rafael-José Díaz descubre los rasgos de una personalidad inquieta, siempre ansiosa por descubrir, como quien se lanza a esa aventura de partir a un largo viaje con la mente y el corazón puestos en regresar con las manos llenas de tesoros para compartir.

También estuvo latente la figura del poeta que lee a otros poetas, manteniendo eso sí una distancia limpia, casi ascética, pero sin perder la clave del observador atento y sirviendo, además, de puente inexcusable con el lector.

Rafael-José Díaz se paseó así por la obra y los tiempos de tres autores que considera "centrales", con una charla que buscaba asomar la reflexión sobre unas trayectorias casi desconocidas.

A Gustave Roud lo descubrió en el periodo que va desde 2004 a 2006, tanto en sus poemas y ensayos, como "también en su vida de contemplación".

A propósito se refirió a este poeta suizo, nacido en 1897, como un creador dotado de una voz con una fuerza tan íntima, capaz de nombrar aquellas cosas que parecen inasibles con las palabras, y un maestro "que no ha recibido el reconocimiento que se merece" y puso como referencia su poema Para un cosechador.

Habló de él como un ser "sedentario y errante, alejado de la celebridad literaria", de los cenáculos, inclinado al apartamiento y la discreción, dotado de la paciencia de un orfebre y todo un cosechador de palabras, "atento siempre a la vida plena".

A propósito, subrayó la influencia que este autor representa para los jóvenes que cultivaban la poesía en lengua francesa, una generación cuajada de brillantes escritores, quienes lo consideran "un maestro puro".

De su obra, que calificó de singular, destacó "las tensiones y los enigmas de su mundo interior", un posicionamiento que fue construyendo "un paraíso a través de su soledad" y que desembocó en una actitud que oscilaba entre la acción y la contemplación.

Durante su alocución descubría Rafael-José Díaz cómo en el verano del año 2003, un ama de llaves le franqueó la entrada a la casa que habitó en su día Gustave Roud, lugar donde permaneció a lo largo de unas dos horas que para él significaron "ese instante plenario tan puro que florece de pronto en lo eterno".

Fue en 1996, en una librería de París, cuando se tropezó con los primeros libros de Philippe Jaccottet, confesaba, y desde entonces sostiene que se ha enfrascado en traducir aquellas lecturas que considera "tesoros de una vida".

Afirmó que lo habían asombrado sus más de 20 monografías y también una biografía inabarcable, al tiempo que relataba que desde hace más de 65 años vive aislado en la Provenza.

Para acercar al público algunos rasgos de su personalidad echó mano de una especie de figura, comentando que Philippe Jaccottet supone algo así como un viaje de ida y vuelta, "del corazón al mundo y del mundo al corazón".

Con todo, Rafael-José Díaz lo sitúa en ese ámbito que transita "entre la realidad y la ensoñación", con una obra señalada por los paisajes cercanos de Grignan, desde un tono marcado por el desapego y la despreocupación en los que se van descubriendo "las huellas de un mundo intacto".

Tras lo que definió como un "enmudecimiento poético", un tiempo en el que incluso llegó a perder amigos, la concepción de resistencia de Philippe Jaccottet resulta reconocible en obras como El ignorante, A la luz del invierno, Después de muchos años, Pensamientos bajo las nubes, A través de un vergel o Cuaderno de verdor, que son algunos de sus libros que se han traducido al castellano.

En cierta ocasión comentó que más allá de lo que se pudiera comentar a propósito de su vida, su biografía podía encontrarse en sus obras. "Mi escritura no es un viaje de la oscuridad a la claridad, sino una trayectoria llena de curvas, idas y vueltas, que se va repartiendo entre ambos espacios y une los caminos de la transparencia", confiesa un autor para quien la poesía supone "estar en el mundo y habitar el silencio", lo que le permite descubrir sus verdades y también acercarse a su propia realidad.

Por último, la casi enteramente desconocida Anne Perrier, silenciosa, invisible, secreta, anonadada en palabras que apenas son nada, como en el final del poema El pequeño prado, una misma palabra repetida como una invocación "Una voz dice nada nada nada".

Rafael-José Díaz la intitula como "la mayor poeta suiza del siglo XX", una mujer nacida en 1922 en Lausana, donde sigue viviendo una existencia sedentaria y que en contadas ocasiones protagoniza viajes que ella misma denomina de "espiritualización de la luz", como sus escapadas de Creta.

Tras sus primeros libros sobrevino un largo periodo de silencio, pero Anne Perrier es de esas voces que no deja nunca de interrogarse, por nuestra presencia en el tiempo, por lo visible y lo invisible que nos fundan, por la mirada que busca en cada mínimo gesto de las cosas un puente intangible hacia otro mundo. Y siempre guardando con celo sus secretos.