Mariano Peña (Huelva, 1960) se prepara para pasar las fechas navideñas haciendo soñar al público canario. El actor, que conquistó a todo el país en el papel del inolvidable Mauricio Colmenero de la serie Aída, se pone ahora en la piel de Edenezer Scrooge del clásico navideño Cuento de Navidad, de Charles Dickens. En medio de una pequeña gira que le llevará por varias de las Islas, en Tenerife la oportunidad para verlo llegará el 9 de diciembre en el Teatro Leal (17:00 y 20:30 horas) y el día 13 de diciembre en el Teobaldo Power de La Orotava (20:00 horas). "Ser actor me permite vivir vidas y personajes que no tienen nada que ver conmigo", celebra sobre la profesión que escogió cuando era aún muy pequeño.

Este año pasará buena parte de las Navidades con nosotros, ¿no es cierto?

Voy a estar en Canarias todas las Navidades. Desde el 30 de noviembre, que empezamos, hasta después de Reyes. Iremos por varias Islas mostrándole al público Cuento de Navidad, este nuevo proyecto de Acelera Producciones.

¿A usted le gusta la Navidad o es un poco como el Grinch?

Pienso que está todo un poco sobrevalorado y desmadrado. Es una oda al consumismo: hay que comprarlo todo, comer hasta reventar y decorar la casa con 24.000 lazos de cuadros rojos. Los excesos no me gustan mucho. En realidad, si se mira la Navidad como un momento para pensar, recapacitar, valorar y para suavizar hostilidades, me parece bien. Lo que no me parece bien es que nos queramos todos mucho y a partir del día de Reyes nos olvidemos. La Navidad es una oportunidad para rectificar, no para engañarnos y echar una capa de azúcar glas por encima.

¿Entonces tiene algo en común con su personaje en Cuento de Navidad, Edenezer Scrooge?

Yo no soy huraño, al revés, la gente dice que soy muy simpático.

Lo decía por el desapego hacia la Navidad...

Este hombre dice que es un despilfarro, un gasto. A mí, por ejemplo, me encanta regalar. Me vuelve loco, me divierte mucho más regalar que recibir regalos. Este hombre no quiere celebrar nada, dice que la Navidad es una pérdida de tiempo y dinero.

Además, en esta producción está rodeado por un equipo netamente canario.

Todos lo son, los actores e incluso los niños, que son de una escuela de teatro de Saray Castro, una de las actrices. Todo el elenco es canario. Francamente estoy encantado, hay un nivel bastante bueno. El diseño de vestuario y la iluminación también, todo es de un equipo canario.

¿Es la primera vez que trabaja en una producción de las Islas?

Sí. Y me parece una maravilla. Estamos en Canarias y aquí hay una hora más, no una hora menos (risas). Aquí hay otro sentido del tiempo. No es el típico tópico, es maravilloso.

¿Y además de participar en este montaje, qué proyectos tiene a la vista?

Acabamos de terminar la segunda parte de Pequeñas coincidencias, con Marta Hazas y Javier Veiga. Es una coproducción con Amazon y Atresmedia. De momento no hay nada más, aunque hay en el aire una mariposilla revoloteando con algún nuevo proyecto en las Islas pero hasta que no se firme yo no me fío de nada. No digo nada que luego se chafa.

De todo lo que hace: cine, teatro y televisión, ¿en qué formato se encuentra más cómodo?

Más cómodo estoy haciendo televisión. Es lo más cómodo aunque te imprime un ritmo vertiginoso. El cine, por su parte, tiene un ritmo excesivamente lento, hasta aburrirte con las esperas. Por otro lado, el teatro tiene la incomodidad -si se puede llamar así- de que es un subidón de adrenalina. El público está ahí, en directo, y hay que subsanar cualquier eventualidad sobre la marcha: ya sea que se te cae una parte del decorado, un elemento que tenía que estar no está o se te olvida parte del texto. Pienso que el actor de verdad se ve en el escenario, es una responsabilidad que te obliga a apretar más el culete. Lo otro, para mí, es mas relajado.

Ha sido, por ejemplo, Priscilla, reina del desierto, o Benito Benjumea. Ha tenido infinidad de papeles, pero siempre le recordarán como el Mauricio Colmenero de Aída. ¿Se cansa de que lo asocien con ese personaje?

Mauricio Colmenero es un personaje al que le debo la mitad de lo que soy. La otra mitad la llevaba yo andada ya. No puedo renegar de él como no puedo renegar de mi padre, por ejemplo. Estoy encantado, tenía todas las papeletas para caer mal, ser antipático y ser rechazado por el público -empezando por mí- y sin embargo la gente lo adora. Se ganó el respeto y el cariño del público y ha pasado a la historia de la televisión. Fueron diez años interpretándolo. A mí, lo que me molesta es que me llamen Mauricio por la calle.

¿Y le pasa a menudo?

Muchísimo, eso sí me molesta. No puedo renegar de Mauricio, es imposible. Ni puedo ni quiero. Lo adoro, le debo tanto. Ahora, otra cosa es que me llamen Mauricio. Eso no me gusta, sinceramente. Pero han sido diez años metiéndome en la casa de la gente sin permiso y sirviendo de bálsamo a las penas de mucha gente. Eso no se puede borrar de un plumazo ni yo lo pretendo.

Ha trabajado también como actor de doblaje dándole voz, por ejemplo, al señor Wilson de Daniel el travieso. Los andaluces y los canarios tenemos en común ciertos problemas con el acento. ¿Le ha frenado eso a usted en algún momento?

Nunca he tenido problemas para castellanizar. En la Escuela de Arte Dramático dabas por hecho que tenías que hacerlo. Yo quería ser actor desde pequeño, la interpretación me fascinaba y me transportaba a otros mundos. Ser actor me permite vivir vidas y personajes que no tienen nada que ver conmigo. Era una niño muy tímido al que le encantaba jugar a las películas y a los vaqueros. Mis referentes eran esos personajes que yo veía en el cine y en las series. Hablaban en castellano y yo les imitaba. Sé que muchos andaluces han tenido problemas con el acento pero yo no. Pero es importante aclarar que yo no reniego de mi acento, nunca.