Aprovechemos dos hechos históricos, la reciente visita de Xi Jinping a Tenerife y la apertura del West Bund Museum en Shanghai para hablar de la apuesta de China por la arquitectura y la cultura con una mirada abierta a la internacionalización. China está en medio de un extraordinario auge de inauguración de museos que no tiene equivalente en la historia. Como parte de una amplia iniciativa del gobierno de Xi Jinping, se han construido miles de museos en todo el país durante la última década y actualmente han superado el número de 5.100 museos, frente a los solo 349 que existían en el país asiático en 1978. Es decir, en 40 años han multiplicado por 15 el número de museos, y lo mismo pasa con bibliotecas y centros culturales de todo tipo. Y el objetivo de Beijing continua, ya que quieren llegar al reto de contar con un museo por cada 250.000 personas. ¿Por qué?

En China -y supongo aquí también- son conscientes de que los museos aseguran la comprensión y el aprecio por grupos diversos y culturas diversas. Promueven una mejor comprensión de esa diversidad, y de nuestro patrimonio colectivo y fomentan el diálogo, la curiosidad y la autorreflexión. Además, sirven para ayudar a las generaciones futuras a comprender su historia y reconocer los logros de quienes los precedieron. Por eso los museos son tan necesarios y relevantes hoy en día.

Hace dos semanas se abrió al público (el 8 de noviembre) el Museo West Bund, una nueva galería de arte en la famosa corniche de Shanghai, en un paseo que conecta el distrito de Xuhui con el Bund histórico, y forma una parte clave del planeamiento urbanístico de la ciudad para el Bund Oeste, que prevé un nuevo distrito cultural a lo largo de nueve kilómetros cuadrados de antiguos terrenos llenos de patrimonio histórico industrial (algo similar podría planificarse con nuestra Refinería, aquí en las islas).

Este museo, diseñado por el arquitecto londinense David Chipperfield e inaugurado por el presidente francés Enmanuel Macron, pues el proyecto es una colaboración entre las culturas china y francesa a través del Pompidou, ocupa una parcela triangular en el extremo norte de un nuevo parque público.

La arquitectura en sí está formada por tres volúmenes de 17 metros de altura, que contienen dos pisos por encima y por debajo del suelo. Cada volumen está revestido con vidrio translúcido y reciclado que proporciona al museo una estética de colores cambiantes, que se interrumpe cuando grandes ventanas perforan la fachada para enmarcar las vistas de la ciudad. Los volúmenes están envueltos por un gran bulevar público con escalones a un lado que caen en cascada hacia el río cercano. Este bulevar está diseñado con el objetivo de que el museo se convierta en un espacio público accesible a todo el mundo, se abre al lugar y esta era la intención de Chipperfield.

Es un edificio que rompe la geometría convencional y crea poderosos espacios públicos intersticiales. En la planta baja, que parece diseñada como una vía pública, encontramos una cafetería y una librería, que permite a los visitantes conectarse entre la vida urbana de la calle y las vistas del río Huangpu.

En el interior, las galerías de arte del museo ocupan los niveles superiores del edificio, mientras que las plantas inferiores contienen una sala de usos múltiples, a modo de teatro, superbien equipada escénicamente hablando, un estudio de arte y espacios educativos.

Esta "diplomacia de los museos" o "diplomacia cultural" es un paso audaz que todos los países deberían dar. En este caso probablemente es el mayor intercambio cultural entre Francia y China de los últimos siglos y es más eficaz que el proteccionismo, o, incluso, que la diplomacia convencional, porque la cultura tiene una gran capacidad de unir y de dialogar, y de asumir nuevos desafíos, y es que, para lo bueno y lo malo, el mundo del arte no es inmune a la política y viceversa.