Ford v Ferrari es, sin duda, una de las mejores películas del año. Reconozco cierta debilidad por James Mangold, el primer realizador que me hizo ver a Sylvester Stallone con otros ojos gracias a la sólida Copland, que logró mantener mi atención con la extraña Inocencia interrumpida y que me demostró su solvencia para la dirección de actores en la interesante En la cuerda floja. Pero quien parecía ser simplemente otro versado y riguroso cineasta más, dio un salto de calidad que le aupó a lo más alto del escalafón de los directores que bordean la excelencia. En 2007 filmó una fantástica adaptación de El tren de las 3:10 y, sobre todo, en 2017 fue el responsable de Logan, una de esas películas que ni acaparan sonoros aplausos ni se sitúan bajo los focos luminosos de los principales premios pero que, a mi juicio, es una verdadera joya. Olvido de forma intencionada la cinta Noche y día, que perpetró incomprensiblemente en 2010, pero todos cometemos errores y esta realidad hasta le humaniza. Sea como fuere, con Ford v Ferrari vuelve de nuevo a primerísima fila. De hecho, acaba de obtener el galardón dentro de su categoría en los Hollywood Film Awards, cuya ceremonia de entrega se ha celebrado hace apenas unos días.

Se trata de uno de esos proyectos centrados en la recreación histórica de hechos deportivos, lo que tal vez conduzca a pensar que pueda interesar únicamente a los aficionados al deporte en cuestión (en este caso, el automovilismo). Sin embargo, se trataría de una deducción errónea, pues en realidad nos sitúa ante una producción épica, dramática, magníficamente interpretada y con un potente ritmo narrativo. Pese a su extenso metraje (superior a las dos horas y media de duración) la proyección no resulta larga y tampoco la profundidad de la trama peca de densa o pesada. Ni siquiera los numerosos matices aportados por Mangold dan lugar a percibir ningún hilo suelto. En esta obra robusta y contundente, todo encaja a la perfección en favor de un entretenimiento vistoso destinado al deleite.

En los años sesenta, un visionario diseñador de automóviles estadounidense y un intrépido piloto e ingeniero británico luchan contra multitud de problemas para sacar adelante un prototipo de vehículo de carreras que compita con la marca Ferrari. Las injerencias corporativas, las propias leyes de la física y los demonios personales harán difícil su cometido pero, finalmente, conseguirán crear el Ford GT40, que será probado en 1966 en la mítica carrera francesa de resistencia de las 24 Horas de Le Mans.

Junto a unas secuencias que reflejan la velocidad y la emoción inherentes a las competiciones de estas características, el valor de la cinta radica en unos personajes convincentes y atractivos y en una perspectiva artística que, aunque quizá pase desapercibida para quienes se limiten a disfrutar con los efectos visuales y sonoros de los bólidos, resulta indiscutible. Ford v Ferrari rezuma acierto y destreza, convirtiéndose en uno de esos títulos que conviene ver varias veces, sobre todo aquellos que deseen aprender a contar historias.

La calidad del elenco y las interpretaciones que sus integrantes llevan a cabo constituyen uno de los puntos fuertes del largometraje. Christian Bale es un extraordinario actor que lo mismo puede encarnar al mejor Batman de la Historia como sufrir increíbles transformaciones físicas para recrear a personajes tan dispares como el Vicepresidente de los Estados Unidos Dick Cheney en Vice, un esquelético y perdido boxeador en The Fighter o un barrigudo y chocante timador en La gran estafa americana. Su versatilidad es tal que le habilita para afrontar cualquier personaje con autenticidad y credibilidad. Matt Damon, otro referente de la interpretación en títulos tan sobresalientes como El talento de Mr. Ripley, las tres primeras entregas de la saga Bourne o Syriana, le complementa en esta lección de cine y velocidad con mayúsculas. Acompañan a ambos Caitriona Balfe (participante en la serie televisiva Outlander), Josh Lucas (Sweet Home Alabama, Una mente maravillosa) y Jon Bernthal (Baby Driver, Viudas).

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