El Grand Palais de París sitúa en el contexto de la modernidad la obra del artista que mejor reflejó la vida nocturna y canalla del Montmartre del siglo XIX. La exposición coincide con el 130 aniversario del Moulin Rouge, el célebre cabaret que Toulouse Lautrec contribuyó a mitificar, pero el Grand Palais -que ha reunido unas 200 obras del artista- pretende que veamos algo más que el cartelista que consumió su corta vida, entre el alcohol y los burdeles, y que murió sifilítico a los 36 años.

Su obsesión por captar el instante, sumir al espectador en la agitación del movimiento y elevar las escenas cotidianas a categoría de arte le convierten en un artista «decididamente moderno», título de la muestra que incide en la libertad expresiva del artista. Los comisarios Stéphane Guégan y Danièle Devynck consideran reduccionista el enfoque centrado únicamente en la cultura de Montmartre porque limitaa un artista vinculado al realismo expresivo de Ingres, Manet o Degas. Fue, dicen los comisarios, un "precursor involuntario" del arte del siglo XX. El Grand Palais subraya su pasión precoz por la fotografía, que influirá, como el cine, en su modo de interpretar el torbellino de la vida nocturna.

Muchas obras han viajado desde EEUU, como el retrato al óleo de Carmen Gaudin (1884), la pelirroja que obsesionó al pintor; En el circo Fernando (1888), tela sorprendente por la composición, el movimiento y la expresión de los personajes y Au Moulin Rouge (1895).

Como Gauguin y otros postimpresionistas, Lautrec es permeable a las estampas japonesas y eso se refleja en la serie Elles, cumbre de su obra litográfica, marcada por la pudibundez con la que mostraba a las meretrices y que en su momento no tuvo éxito entre un público más ávido de escenas abiertamente eróticas "La modernidad de Toulouse Lautrec es una sensibilidad por lo humano", resume Danièle Devynck.