Domingo Villar (Vigo, 1971), el escritor que dio vida al detective Leo Caldas, regresa a la actualidad literaria tras diez años de silencio con su novela El último barco, tercer libro de una saga construida desde el escenario, la identidad y el imaginario de la costa gallega. Villar compartió recientemente sus aventuras literarias con lectores de Fuerteventura, donde detalló el proceso creativo de una serie de novela negra que le ha consagrado a nivel nacional e internacional y traducida a más de 15 idiomas. La citada iniciativa cultural, coordinada por el periodista Eloy Vera, es todo un éxito.

Han sido diez años de espera, tras la publicación de La playa de los ahogados, ¿por qué este tiempo?

Las cosas, a veces, no salen bien a la primera: en 2013 tuve un manuscrito terminado y cuando empecé a corregirlo me di cuenta de que no estaba como yo quería. Yo lo que pretendo es mirarme al espejo y encontrarme con un hombre honesto: me parecía que la fórmula para que eso sucediese era rehacer esta historia. No me he arrepentido nunca de la decisión que tomé y afortunadamente El último barco se parece mucho a la novela que quería escribir desde el principio.

Aunque vive en Madrid, sus obras siempre regresan a Galicia. Hay una conexión de identidad y de búsqueda de lo local. ¿Esa conexión es espontánea o buscada?

No lo evito y no me resisto a hacerlo. Para mí la escritura es también de alguna forma terapéutica: yo vivo en Madrid a 600 kilómetros de mi tierra, pero cada vez que me siento a escribir estoy ubicado físicamente al borde del mar en Vigo o en las poblaciones próximas. Para que ese viaje sea completo ubico a los personajes en un escenario real: que visiten los bares que yo no puedo visitar, que caminen las calles que yo no puedo caminar y que se encuentren con la gente, muchos de ellos amigos reales a los que yo no puedo encontrar.

En escenarios tan apacibles del recuerdo, parece incluso doloroso escribir novela negra, introducir un crimen que altere ese recuerdo de paz.

La novela negra retrata la sociedad y la retrata con el punto de partida de un crimen pero no deja de ser un grito de esperanza, al final las novelas negras suelen tender a que ese caos que produce un crimen quede finalmente resuelto. Aunque se dejen cosas por el camino no deja de ser un campo de esperanza.

Y escribe en castellano y gallego a la vez, ¿complica el proceso creativo?

Emocionalmente, el gallego me hace estar más cerca del lugar en el que quiero estar, me coloca en una aldea pequeña mirando al mar. Donde se habla gallego, mi cabeza me coloca si describo como describiría la gente de allí. Voy escribiendo en ambas lenguas cada capítulo de mis novelas. Escribir en dos lenguas tiene una ventaja grande: el texto al ser corregido en los dos idiomas pasa dos veces por el colador. Por otro lado, para alguien como yo, que está convencido de que cuando escribe bien las razones son más musicales que conceptuales, contar con una lengua como el gallego, que yo creo que junto al italiano y el portugués de Brasil son las lenguas romances que aportan una mejor sonoridad, me crea la fantasía de que estoy escribiendo mejor de lo que lo estoy haciendo.

Se habla mucho del boom de la novela negra. No hay duda de que es un género en boga. ¿Cree que estamos ante una moda literaria con fecha de caducidad, como se señala a menudo?

Creo que casi todas las novelas que me han gustado a lo largo de mi vida encerraban un misterio, que en algunas ocasiones es un crimen, en otras ocasiones no. Así que no, no lo creo. Si uno lo piensa, despojado de los prejuicios, se da cuenta de que Hamlet es una novela negra, o Macbeth es una novela negra o Crimen y Castigo, también lo es. Las novelas en las que hay un crimen y una forma de resolverlo o una planificación criminal que da como resultado un cambio grande en una sociedad o un entorno, se llevan contando desde hace mucho tiempo. De hecho, yo creo que la novela negra es a la actualidad lo que las novelas de capa y espada eran al siglo XVIII o lo que las novelas de caballería eran a los tiempos de Cervantes.

Su libro 'La playa de los ahogados' fue llevado al cine. ¿Es complicado el paso a lo audiovisual?

No es un viaje fácil por varios motivos. La playa de los ahogados es una novela extensa: para ser encajada dentro del metraje convencional de una película solo puede acogerse la trama principal, no todas las demás, que para mí son las que añaden más valor a la obra. Aunque son profesiones semejantes, escribir narrativa es contar fundamentalmente lo que le sucede a la gente por dentro: cómo se emocionan, lo que sueñan, lo que sienten, lo que temen, lo que recuerdan, y todas esas sensaciones son las que van conformando el libro. En cambio cuando uno escribe cine o teatro, lo que cuenta es lo que le sucede a la gente por fuera: lo que se ve en la pantalla, lo que la gente dice y hace. La aproximación es completamente opuesta.

Y en cambio, cada vez es más común la adaptación de obras al espacio cinematográfico.

Como lector o espectador suceden dos mecanismos distintos. Cuando uno lee un libro trabaja, tiene que rellenar espacios que el autor ha dejado para él y uno hace suyo el libro aportando su fantasía. Cuando uno se sienta como espectador ante una pantalla no tiene nada que aportar. Es solamente un estímulo lo que se recibe. En un mundo cada menos esforzado es normal que vaya ganando terreno el audiovisual. Sin embargo, las series de televisión están consiguiendo producir sensaciones semejantes a las que se sienten cuando se lee un libro, se aproximan más a la idea literaria: más profundidad, ahondan en tramas secundarias. Por eso no es extraño que muchos buenos lectores nos estén siendo infieles a los libros con las series de televisión.

¿Qué opina del panorama literario actual?

No me paro demasiado a juzgar mi oficio, me limito a ejercerlo; aunque sí sé que, por ejemplo, en Canarias tienen buenos novelistas en la senda que dejó Galdós, algunos de ellos además hacen novela negra. José Luis Correa o Alexis Ravelo son autores excepcionales, y este año precisamente relacionado con Benito Pérez Galdós he leído El gran amor de Galdós, de Santiago Gil, una novela que es una delicia.

Usted es uno de los participantes del ciclo de encuentros de 'El escritor y tú' organizado en Fuerteventura. ¿Qué opinión le merecen estas iniciativas culturales?

Nuestro trabajo como escritores es el de un ermitaño casi todo el tiempo: no está mal que de vez en cuando salgamos de la cueva y podamos ponerle cara a esos lectores a los que les estamos susurrando una historia cuando nos sentamos a escribir. Por otra parte, me encanta venir a sitios como Fuerteventura, que habitualmente quedan fuera del recorrido habitual de las actividades culturales. Me alegra sobremanera poder venir y compartir mi experiencia y mi pasión por los libros y todo aquello que los lectores estimen oportuno en un lugar que habitualmente queda fuera del foco. Me alegra enormemente que haya esta iniciativa y me hayan traído aquí, estoy seguro de que voy a disfrutar mucho más yo que las personas que vengan a verme.