Ciudad y lenguaje son, sin duda, creaciones principales de la humanidad, vinculadas desde su origen, expresión máxima de la inteligencia colectiva e individual, capaz de producir lo mejor y lo peor de lo conocido y por conocer.

En la ciudad encontramos la referencia básica de nuestra memoria, pero también es el lugar de residencia de las principales incógnitas sobre nuestro futuro, escena de sus muchas respuestas y alternativas posibles. Se trata de la ciudad viva y vibrante, a modo de inmenso tapiz de Penélope en un continuo tejer y destejer de necesidades, promesas y vidas, expresión de su naturaleza de permanente cambio y transformación.

Todo ser humano lleva en su mente una ciudad hecha solo de diferencias, una ciudad sin figuras y sin formas, a la que sumar las "ciudades" particulares que le dan sentido. Se expande en el territorio, traza sus huellas en calles y plazas, construye identidades y símbolos, y se manifiesta en sus edificios y monumentos: de este modo se establece la urbs de la inteligencia y la diferencia, la civitas del compromiso y la emoción. Así se crean las claves de una particular y precisa topografía, dando lugar a la representación de la ciudad interior, topología de lo inmaterial, que aparece representada en un mapa apto solo para iniciados.

Manuel Padorno, nómada contemporáneo de personal visión sobre la ciudad, observador solitario de una realidad que pretende solidaria en su habitar, se hace hombre de la mirada, construye territorios mentales, experimenta con la vivencia de lo cotidiano hasta transcenderla, descifra signos, imagina el verbo, atraviesa toda esperanza, situando en el comentario y el fragmento la única forma posible de la palabra.

Este nómada de lo cotidiano, en su caminar errante, dará cuerpo al desarraigo, acometiendo la ardua tarea de descifrar la ciudad de los signos: huellas de realidad en su deambular itinerante. Deslumbrado por la inmensidad de la experiencia y la sorpresa del instante, se reconoce plenamente urbano, y toma conciencia de la dura concreción de los pasajes, donde la nitidez del contorno, la precisión de la visión y la omnipresencia del horizonte son atributos de la naturaleza humana.

El poeta, el pintor, el creador, conoce que entre el lienzo y la mirada existe un espacio virtual en el que aún es posible la construcción de esa ciudad interior, un texto urbano, espacio de luz, en el que al fin todo tiene dirección y sentido. Será en el espesor conceptual de dicho espacio, permeado de múltiples y contradictorias referencias, en permanente diálogo con otros creadores por él admirados, en los que se reconoce y trata como sus iguales, en donde aparece la ciudad del signo y su fragmentada visión, en un continuo viaje hacia la otra invisible realidad, que dotará de pleno significado lo que sensorialmente nos rodea, material básico con el que se conforma la conciencia de pertenencia a un lugar concreto, y lo habita.

El poeta también sabe que en la palabra se duplica la ciudad real desde su origen y, al nombrarla, al darle un nombre propio, de algún modo ya la está representando, produciendo de este modo una relación entre el orden verbal y el visual a la hora de construir el espacio habitado. Es así cómo la ciudad se representa de múltiples formas, conformando un sistema de significación y sentido que transforma nuestra visión particular.

En realidad, el creador trata de establecer un diálogo permanente de intereses en su particular batalla de silencio contra la domesticación del espacio y su lenguaje, tratando de "ver" más allá de lo elemental, buscando la singularidad del signo allá donde por naturaleza impera el rigor y el orden, en especial en una disciplina regida por las leyes de la naturaleza, como es la arquitectura en su sentido tectónico.

Vista en su conjunto, las extensas series que conforma la obra plástica de Manuel Padorno -Nómada Urbano, Nómada Marítima y los Interiores-, nos desvelan distintos modos de comprender la ciudad, asistiendo a la construcción de un territorio paralelo al verbo. Una ciudad que, transmitida desde la pintura, la reencontraremos en la escritura. En correspondencia, el verbo poético construirá a su vez paisajes que de algún modo toman forma en el universo de las imágenes pictóricas, precisando determinados atributos visuales, resultado de un particular proceso de desvelamiento del mundo exterior, realizado en compañía de arquitectos y pintores que reconoce como necesarios compañeros de viaje -sus iguales- con los que poder dialogar, quizá remedo de aquel lejano "viaje" iniciático en compañía de Martín Chirino y Manolo Millares a la búsqueda de otra realidad.

Nómada Urbano supone una reflexión sobre la génesis misma del proceso de creación, explícita en la sutil cita figurativa de edificios y pinturas, en una continua trasposición de nomadismo cultural y artístico, suponiendo un extraordinario ejercicio de síntesis en lo que se desconoce, o de lo que tan solo se ignora hasta ese momento, encontrando en el espacio, la arquitectura y la ciudad su particular laboratorio de experiencias, tanto en lo materialmente edificado como en las relaciones que simbólicamente pudieran establecerse. Trabajando en su transformación mediante una poética espacial de extraordinaria capacidad para describir otra realidad, interviene simbólicamente en el espacio de la ciudad, sea este físico, metafórico o mental.

Pero será con Nómada marítimo cuando Manuel Padorno alcance su propia epifanía, confirmando que, en definitiva, lo que se pretendió viaje fundacional no fue sino un viaje de retorno, posiblemente a la inocencia, tras un continuo y sistemático empeño en trabajar en el desaprender, necesario para poder acceder a otra realidad. Para ello, realizará incursiones fugaces en inclasificables campos de experiencia, en la pretensión de dotar de carácter el nuevo territorio recién fundado. Así aparecerán los sonidos de la ciudad, interpretados por Nocturna Free, grupo musical por él liderado (Las Palmas, 1987-1990); happening como el Homenaje a Don Domingo Rivero (Las Palmas, 1988), en el que el tiempo histórico se comprime y el espacio convencional desaparece; o la personal y cotidiana recolección de objetos entregados por el azar del Océano Atlántico, páginas vivas de un Diario del nómada que trata de atrapar el instante de lo efímero, y conservar las huellas de lo aparentemente.

Con Nómada marítimo estamos al fin ante la Ciudad del Desvío, construida a partir de la visión atlántica, la de un Nuevo Mundo en el que explorar lo desconocido, en la que se representan imágenes y símbolos que la identifican. Mitos y ritos para la ciudad de un nuevo mundo, ya entrevista desde los tiempos de la Ciudad Palmeral, en la que la Capilla Atlántica, el Homenaje a Don Domingo Rivero, el Desayuno al alba o el Desayuno sobre el mar, El árbol de luz, La nube rosa, El náufrago y la gaviota, El náufrago (Homenaje a Philip Guston) ?, o numerosas ensoñaciones de la realidad u obsesiones personales, terminarán de completar un territorio plenamente ocupado y luminosamente habitado.

Manuel Padorno nos recuerda que "la arquitectura -y por tanto, la experiencia cotidiana de la vida en la ciudad- está cambiando la concepción del espacio. Creemos conocerlo, pero el espacio está por descubrir. Ese es el desvío". Por la misma razón, la vivencia no es posible sin la percepción del espacio. De otro modo, el espacio aparece como posibilidad de experiencia a la que se accede mediante reglas de juego que parten de aplicar lo que él mismo denomina la estrategia del desvío, necesaria para alcanzar el otro lado, el de la otra realidad, un lugar de la memoria en el que la principal tarea es desaprender -que de ningún modo supone el olvido-, teniendo como útiles el riguroso conocimiento de lo inútil, el cercamiento minucioso de lo imposible.

En definitiva, se trata de desvelar el mundo sensible y la realidad exterior, desde una particular visión y un personal modo de extraer enseñanza de lo que nos rodea, en la que aparece con nitidez el origen y la esencia de la creación misma, compartiendo "la sorpresa del descubrimiento, el sentirse como un pintor primitivo que trazó con una rama desnuda la primera raya en el suelo sin que supiera lo que es esta ni por qué lo hacía".

En buena medida la obra de Manuel Padorno supone una permanente vuelta en clave iniciática sobre el origen y la naturaleza de la realidad, proponiendo la descripción de su territorio, reinterpretando en clave simbólica lo visible, tratando de atravesar lo invisible, utilizando para ello materiales de muy diversa condición y procedencia, de la palabra al objeto, de los edificios y las ciudades a los detalles triviales de la realidad cotidiana e inmediata.

Si aceptamos que lo visible no es más que una pequeña parte de la realidad, podremos situar la obra en general de Manuel Padorno como una labor de su desvelamiento, penetrando y fijando una nueva lectura del mundo, en el que la luz y el mar serán sin duda protagonistas.

Se trata, en fin, de "crear una mitología, de una cosmología atlántica, canaria, basada en el mundo invisible, en lo que no se ve, en lo que se desconoce, en lo que se ignora. Y en los sueños". Y para ello solo anuncia un camino: "echar por el desvío", o lo que es lo mismo, orillar la rutina cotidiana y renunciar a lo convencional para llegar a conocer "lo infrecuente". Entonces, y solo entonces, percibiremos en la naturaleza del espacio el "árbol de luz".