'Mientras dure la guerra'

Dirección: Alejandro Amenábar Intérpretes: Karra Elejalde, Eduard Fernández, Patricia López Arnaiz, Santi Prego

Con el paso del tiempo, el director Alejandro Amenábar ha variado notablemente su estilo cinematográfico. Sus inicios profesionales resultaron divertidos, originales, ágiles y perturbadores, con propuestas como Tesis o Abre los ojos. Sin embargo, sus últimos trabajos son dramas profundos y reflexivos, como Mar adentro, Ágora o, ahora mismo, Mientras dure la guerra (me salto el film "Regresión", pues lo considero una desafortunada rareza). Quizá sea fruto de la edad, de lo que algunos consideran madurez o, simplemente, del derecho de un artista a cambiar y a no encasillarse. En cualquier caso, me cuesta reconocer en el Amenábar de hoy al Amenábar de ayer, lo que no desvirtúa el hecho de que se trata de un gran cineasta, un excelente contador visual de historias y uno de los más importantes realizadores de nuestro país.

En esta ocasión lidia con el complicado, espinoso y polémico tema de nuestra Guerra Civil y la visión de las "dos Españas", intentando ser correcto, objetivo, fiel y honesto. Y, a mi modo de ver, creo que lo consigue. Sin embargo, no nos sitúa ante una valiosa experiencia cinematográfica, habida cuenta que su propósito (intuyo) no era tanto dar una lección de cine como de Historia. No consistía en entretener, sino en ilustrar. En consecuencia, relega buena parte de sus señas originarias de identidad con las que saltó a la fama en la década de los noventa para ponerse el traje de faena de un virtuoso docente despertador de conciencias. Su primer objetivo -rodar un largometraje bien ambientado, correctamente narrado, magníficamente interpretado y de notable solvencia técnica y artística- lo ha conseguido con cierta soltura. En cuanto al segundo -conseguir que el mensaje cale y despierte a millones de personas de su particular alienación política-, dudo que obtenga el éxito que persigue.

La escena en la que Unamuno y Vila, amigos íntimos, discuten toda una tarde a las afueras de Salamanca por sus desavenencias políticas, es fiel reflejo de la más enraizada esencia española. Si Karl Marx decía que la religión es el opio del pueblo, ahora parece que la droga que nubla la razón y el intelecto viene de las propias ideas políticas que, más que adeptos y convencidos por el razonamiento, recluta forofos y fanáticos desprovistos de criterio alguno y que tienden a defender lo que, en ausencia de dicha alienación, sería indefendible. La tendencia a ver en el bando rival los defectos y las atrocidades que nunca se reconocen en el propio, esa ley del embudo siempre permisiva con los afines, pero sumamente estricta y dura con los adversarios, esa absoluta falta de objetividad y de capacidad crítica para pensar y analizar, constituyen un pesado lastre que, por desgracia, continuamos arrastrando ochenta años después. Como decía James Joyce, "ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de tema".

En el mes de julio de 1936, el célebre y aclamado escritor Miguel de Unamuno decide apoyar públicamente la sublevación militar, convencido de que pondrá orden en un país desorientado. Inmediatamente, el Gobierno republicano le destituye como rector de la Universidad de Salamanca. Paralelamente, el general Franco libra dos batallas, la del alzamiento militar en sí y la de su designación como Generalísimo y Jefe del Estado por el resto de los altos mandos del Ejército. A raíz de la sangrienta deriva del conflicto y del encarcelamiento de algunos de sus allegados, el intelectual vasco comienza a cuestionarse su postura inicial y a sopesar sus principios e ideales para, finalmente, enfrentarse a quienes había apoyado en un principio.

Tras un primer tramo más tímido y dubitativo, la película va tomando cuerpo a medida que avanza el metraje, hasta alcanzar una última parte de nivel sobresaliente. Cabe destacar la encomiable labor del equipo artístico. Excelente Karra Elejalde dando vida al personaje protagonista, don Miguel de Unamuno. Eficaz y efectivo Eduard Fernández como José Millán-Astray. Poderosa Patricia López Arnaiz en sus breves pero contundentes apariciones. En definitiva, una apuesta arriesgada y personal de Alejandro Amenábar, calificativos ambos que definen a los grandes directores de cine.

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