Difícilmente se puede limitar la influencia de la Bauhaus, uno de los movimientos más importantes del siglo XX, en nuestro entorno inmediato. Forma parte de la historia del diseño y es de obligado aprendizaje en las escuelas de arte, diseño y arquitectura y de una manera u otra todos vivimos en formas desarrolladas por ella, incluso aunque no nos demos cuenta. Entre los objetivos que perseguía la Bauhaus se encontraba unir artesanía, arte y tecnología para diseñar productos con formas simples y fáciles de manejar. Hoy vivimos rodeados de productos de diseño derivados de procesos industriales, que se fabrican en diferentes puntos del planeta y que llegan a nuestras manos a un precio asequible. ¡Al fin se ha alcanzado el sueño de principios del siglo XX de solucionar los problemas de la vida cotidiana mediante el diseño y el uso de la máquina!

El éxito del modelo que planteaba esta escuela es indudable. Sin embargo, la Bauhaus nació con la idea de democratizar los productos y su diseño, proyectando una visión de sociedad futura mejor, creando objetos definitivos y trascendentes. Ahora parece que solo queda la industria y se ha perdido la visión, ajenos a todo el proceso industrial que continuamente nos sorprende con nuevas aportaciones, convirtiendo, gran parte de las veces, una necesidad en la simple posesión del producto ya sea físico, experiencial o espiritual.

Cien años después no parece haber un objetivo claro al que aspirar. La homogeneización se impone, el producto es estándar y el proceso industrial, donde se adaptan los diseños al material, ha derivado en tendencias.

Canarias no se queda atrás. Después de haber conseguido alcanzar velocidad de crucero, la velocidad a la que se desarrolla el resto del mundo, conociendo, sufriendo y disfrutando de los mismos éxitos y fracasos de manera casi simultánea, algo que nos permite competir de alguna manera con lo global, no debemos perder la visión de nosotros mismos a largo plazo.

Quizás fue en el momento de entreguerras, con el racionalismo y la creación de una clase media burguesa, cuando Las Palmas de Gran Canaria, que se presenta como una ciudad nueva que crece y que aspira a ser grande, muestra esa idea de porvenir. O en los años 60 y 70, con el desarrollo de la arquitectura turística, cuando en Canarias se palpó esas ansias de futuro. Entonces había ganas, visión, técnica y compromiso y se intentaba mostrar con orgullo la sociedad a la que se aspiraba, algo que llevó a las islas a alcanzar altas cotas de interés y éxito en el diseño local. Nos vemos homogeneizados con el resto, rodeados por la producción de masas, con referencias comunes a nivel mundial, y ya todo parece estar inventado. En este recorrido existe el peligro de acomodarse y esperar a que las cosas pasen.

Vivimos una época en la que disponemos de las mayores capacidades técnicas y de conocimiento no solo para crear, sino para personalizar nuestros propios productos, para decidir como consumidores y, finalmente, para poder liderar nuestro propio futuro. Ahora podemos disfrutar de uno de los grandes logros que nos ha dado un siglo después aquello que representa a la Bauhaus, aunque por el camino podemos correr el riesgo de acomodarnos y quedarnos esperando a que las cosas pasen. Por suerte siempre hay honrosas excepciones, minoritarias como lo fue la Bauhaus en su momento, de profesionales que se esfuerzan e invierten su tiempo en intentar contagiar una visión que pasa por vincular a la persona con la máquina y con la naturaleza. La Bauhaus intentó que, a través del diseño y de la máquina, consiguiéramos ser más libres para ser mejores. Hoy nos queda todo de la Bauhaus, pero también nos queda mucho por aprender.