Se cumplen 100 años de la creación de la Bauhaus Estatal de Weimar, una escuela de artes y oficios que contribuyó decisivamente a conformar lo que hoy entendemos por arquitectura y diseño modernos. Nacida tras los horrores de la Primera Guerra Mundial, en los tiempos convulsos del desmoronamiento de la monarquía alemana y su sistema de valores, el arquitecto Walter Gropius concibió en 1919 una institución educativa a modo de promesa de redención colectiva inspirada en los talleres de constructores de las catedrales góticas. Como en estas grandes obras integrales del pasado medieval, la futura escuela integraría las diferentes artes y los oficios artesanales en pos de una gran obra común. Para ello era necesario desprenderse de las tradiciones pedagógicas de las academias de arte y volver a los talleres de metal, piedra, vidrio, madera, cerámica y textiles para rehacer desde ahí las disciplinas, más aún, para recomponer los modos de vida y los sistemas de valores en la era de la máquina. Al trabajo manual y al aprender haciendo de las pedagogías reformistas se les supuso la capacidad de revertir el efecto alienante de la división del trabajo característico de la producción industrial. En consecuencia, la Bauhaus se compuso de talleres de aprendizaje, pero también de producción, cuyas mercancías debían ser comercializadas por la propia escuela, asegurando de paso su existencia y generando a la vez constantes tensiones políticas que condicionaron el cierre de sus sucesivas sedes en Weimar, Dessau y Berlín en apenas catorce años de vida.

En contraste con el aparente carácter lúdico y festivo de la vida comunitaria en la escuela, el día a día se vio acompañado de permanentes divisiones internas, en parte debidas a la condición sectaria y militante de algunos miembros de la Bauhaus, entre cuyos aprendices, oficiales y maestros figuraron varios de los más influyentes creadores de las vanguardias de entreguerras. Fueron ellos quienes hicieron que la Bauhaus trascendiera como un poderoso símbolo de la eclosión cultural en la República de Weimar. La repercusión internacional no tardó en llegar e incluso fue programática, como ilustra el título del primer libro de la Bauhaus publicado en 1925 bajo el título Arquitectura internacional. En él Gropius constató la expansión uniformadora de la nueva arquitectura, condicionada por el intercambio comercial y las técnicas mundiales, que superaba las viejas fronteras naturales. En efecto, las rutas comerciales transatlánticas y el cosmopolitismo de los puertos condicionaron que también en Canarias la nueva arquitectura se abriera paso en conjuntos como la Ciudad Jardín de Las Palmas de Gran Canaria ya a finales de los años veinte, o que en 1932 en Santa Cruz de Tenerife el primer número de la revista Gaceta de Arte incluyera en su portada a modo de referencia una imagen del edificio de la Bauhaus en Dessau: un número, por cierto, que el editor Eduardo Westerdahl se ocupó de hacer llegar a Gropius.

Pero no fue hasta después del cierre definitivo de la Bauhaus en 1933 por parte de los nacionalsocialistas y la consiguiente dispersión internacional de sus antiguos miembros, que la escuela devino un mito cultural de alcance global, sobre todo cuando tras la Segunda Guerra Mundial se convirtió en un elemento clave de la propaganda cultural de los EE UU. En su centenario, la Bauhaus vuelve a protagonizar innumerables intentos de apropiación de su enorme capital simbólico desde los más variados intereses culturales, políticos y comerciales. La Bauhaus es hoy una marca transnacional de uso inflacionario que con frecuencia traiciona su propia historia al incurrir en las más grosera simplificaciones, como la de un presunto "estilo Bauhaus" reducido a arquitecturas de volúmenes cúbicos, superficies blancas y grandes ventanales.

Desde su misma fundación, la Bauhaus fue a la vez institución y marca comercial. En ella se dieron cita ideologías y objetivos artísticos diversos, como diversos e incluso contradictorios fueron los diseños, las obras o las arquitecturas que se gestaron en las diferentes etapas de la escuela. El abanico de enfoques abarcó del expresionismo místico del pintor Johannes Itten al utilitarismo científico del arquitecto Hannes Meyer. En el campo de la arquitectura se hace particularmente patente una heterogeneidad que nos lleva de las construcciones en madera de cuño vernáculo realizadas por Gropius a la ostentación monumental de un Ludwig Mies van der Rohe, por poner solo dos ejemplos. En definitiva, no hubo una Bauhaus sino varias, que bebieron de múltiples fuentes y contribuyeron así a la riqueza y complejidad cultural de la modernidad. Sin la Bauhaus difícilmente se comprenderá el alcance de la voluntad transformadora integral -de lo social a lo ambiental, del diseño de mobiliario doméstico a las políticas de vivienda- que subsumimos bajo el concepto de lo moderno. Es este el legado, rico y ambivalente, que merece ser conmemorado, sin que de ello se desprenda necesidad alguna de apuntalar mitos y dogmas de antaño.

Diseños para cambiar el mundo

Anuncio de los muebles de tubos de acero diseñados por Marcel Breuer por la firma Thonet en el catálogo de 1931; Casa Sommerfeld de Walter Gropius y Adolf Meyer, y Tut Schlemmer sentada en una silla Wassily diseñada por Breaur, vistiendo camiseta de plátano de Canarias de Zara, en un montaje creado por Sanuel de Wilde. /cedida