Algunos la compararon como el gran "cisne negro" de la escena operística mundial, una voz inolvidable que se apagó para siempre a los 74 años en una habitación del hospital Mont Sinay St. Luke de Nueva York. La soprano estadounidense Jessye Norman (1945-2019) fue una de las solistas más destacadas del género en la segunda mitad del siglo XX. La intérprete afroamericana, ganadora de cuatro Grammys -estuvo nominada 15 veces- y Medalla Nacional de las Artes de los Estados Unidos, falleció como consecuencia de unas complicaciones derivadas de una antigua lesión de médula espinal.

Norman fue una de las pocas sopranos negras que logró acceder a los grandes roles operísticos: se estrenó en 1983 con Las Troyanas (Berlioz) y acumuló casi un centenar de encargos. Nacida en los años más ásperos del segregacionismo, Jessye se convirtió fuera de los escenarios en un símbolo para los marginados: en los primeros pasos de este milenio fundó una escuela de las artes con el objetivo de promover la cultura entre los jóvenes con menos recursos. Coetánea de artistas consagradas como Barbara Hendricks o Kathleen Battle, entre sus mayores éxitos figuran representaciones estelares de Carmen y Aida. Pero su legado no se ciñe exclusivamente al repertorio wagneriano y a las partituras de Duke Ellington, Ernest Chausson o Richard Strauss, puesto que muchas de las citas jazzísticas más prestigiosas a nivel internacional contaron con la participación de una soprano que dejó una huella inborable en una visita al Teatro Real de Madrid, hace ya 20 años, en la que mantuvo al público en pie durante varios minutos.