Está prohibido fumar y vender tabaco, beber alcohol o venderlo y comer en la calle durante el Ramadán. La pena de muerte se aplica a cualquier comportamiento considerado homosexual y el adulterio y quedarse embarazada fuera del matrimonio o faltar a la oración de los viernes implica cuantiosas multas. Estar demasiado cerca de tu pareja sin estar casado puede llevar tus huesos a la cárcel muy fácilmente. Incluso, celebrar la Navidad, puede suponer, hasta cinco años de prisión para un musulmán.

Con todos estos prejuicios, bien fundamentados en la información que tengo del país a través de los medios de comunicación y de las redes sociales, el domingo por la mañana salí a la calle a desayunar y sentir el pulso de Kuala Belait, donde se encuentra el primer grupo étnico que quiero fotografiar. En la cafetería china donde me siento hay muchas personas fumando. Está alejada del centro y de otros edificios, aislada en medio de un parque. El día anterior había estado hablando con mi compañero Selu, ambos fumadores, y nos habíamos planteado cruzar la frontera para comprar tabaco, porque no teníamos ni uno. Sé que puede sonar un poco patético, pero es así, soy fumador y no voy a justificarme. De la misma forma que bebo cerveza, cojo la mano de mi pareja en la calle o tengo sexo sin estar casado; son libertades que nos hemos ganado a pulso en Europa.

Mientras nos preparaban el desayuno, en una lavandería cercana, conocí a Fizan, un Belait musulmán de 30 años. Lo sometí al interrogatorio de turno, sobre dónde podría conseguir lo que buscaba y me contestó, ante mi sorpresa, que él nos llevaría a un museo que había en la ciudad. No me cobró ni un céntimo por acompañarme todo el día y por llevarme en su coche hasta la otra punta del país. Le correspondí, pagando las comidas de ese día, aunque él no estaba muy de acuerdo.

Volviendo a la mañana del domingo. Fuimos al museo y fue bastante instructivo, sobre todo para localizar las zonas donde se encuentra cada grupo étnico. De camino a buscar la primera foto, nos cruzamos por la calle con un grupo de personas ataviadas con el traje tradicional Belait, pregunté a nuestro acompañante local y resultó ser una boda, en la que había amigos suyos invitados, así que echándole morro, le pregunté si podíamos pedir permiso para fotografiar en la ceremonia. Paró cerca del templo y nos dejó esperando en el coche. Al volver sonriente nos dijo que no había problema, que estábamos invitados. De pronto nos vimos inmersos en una boda tradicional, con más de cuatrocientos invitados. Nos invitaron a comer, nos movimos como quisimos en el salón de la ceremonia, nos pidieron selfis y nuestras cuentas de Instagram echaban fuego esa mañana con nuevos seguidores de Brunéi, fue un momento para enmarcar y colgarlo en el salón.

El hermano de la novia, Khairul, trabaja en una plataforma petrolífera en aguas de Brunéi y es guitarrista en un grupo de Heavy Metal, sin duda me costaba imaginarle, viéndole vestido como un musulmán Suni, a pesar de su pelo largo. Le pedí permiso para fotografiarle y también a los recién casados. Nos trataron como si fuéramos de la familia.

Mientras esperaba que el fotógrafo contratado por los novios acabara, para no molestarle, los hombres de la familia me ofrecieron un cigarro. Me quedé sorprendido dada la información que tenía. Acepté y después de un rato, les conté que no teníamos tabaco, a lo que respondieron con la pregunta, ¿quieren comprar? Nos confirmaron que era ilegal, pero que ellos tenían los contactos, para conseguirlo. Asentimos, contentos de haber tenido suerte también con este vicio.

Con las instrucciones dadas por "La Familia" en la memoria, Fizan, nos llevó a un barrio residencial cualquiera de Kuala Belait y en el garaje de la casa, al fondo, había una pareja de veinteañeros detrás de un mostrador improvisado, en el que había una caja de cartón con apenas una veintena de paquetes dentro, tenían dos tipos de tabaco, normal y mentolado, ambos de la misma marca. En aquella extraña situación, pude imaginar como se sentiría un drogadicto, en cualquier suburbio de occidente, comprando al camello de turno. El chico envolvió las cinco cajetillas en una bolsa de basura y me dijo que me marchara rápido de allí y yo obedecí sin rechistar.

El lunes, en Bandar Seri Begawan, la capital del sultanato, nos dimos un paseo por lo que llaman la Venecia de Oriente, Kampung Ayer. Pensábamos que era zona Kedayan, pero después de unas horas en el lugar nos dimos cuenta, de que como en otras ocasiones, la información que teníamos era errónea. El poblado flotante, está completamente ocupado por los Malay de Brunei, que son mayoría en el país. Igualmente tenía que fotografiarles, así que no fue tan mal.

Fizan, nos había prometido recogernos el martes por la mañana y llevarnos en busca de los Dusun y los Kedayan en el centro de Brunéi y así fue. A media mañana, había cruzado de nuevo su pequeño país para recogernos en el hostal y ayudarnos en todo lo que necesitáramos. Trabaja en la antigua empresa de telecomunicaciones del Sultán y no es muy hablador pero, ni siquiera tienes que pedirle o explicarle nada, es como si pudiera leerme la mente. Tiene un aire a Novita, un personaje de la serie de dibujos animados "Doraemon, el gato cósmico", con sus gafas redondas, sus pantalones cortos y calcetines blancos.

Esa misma tarde conseguimos a los dos grupos étnicos, después de ir de un lado a otro y que nadie quisiera que le fotografiara. El caso de las mujeres es el más complicado, tienen que pedir permiso a su marido y muchos de ellos no estaban en casa. El último retrato lo disparé apenas 10 minutos antes de que el sol desapareciera. Solo me quedaban los Murut, una etnia bastante complicada de encontrar al parecer. Según todas mis informaciones estaban en la otra parte del país, separadas por el estado de Sabah, así que teníamos que cruzar una parte de Malasia con todo lo que implica y entrar de nuevo en Brunéi. Esto lo complicaba todo un poco, además no había un solo alojamiento disponible en internet en esa parte del país, con lo que no sabía si podría encontrar un lugar para pasar la noche, ya me he visto en esta situación muchas veces pero siempre es incómodo cargar con todo el equipaje de un lado a otro buscando una cama.

Después de darnos un homenaje con una pizza familiar, como recompensa por el trabajo bien hecho, Fizan se ofreció pasar la noche en la capital con nosotros y ayudarnos de nuevo al día siguiente, me dijo que había hecho algunas averiguaciones y que sabía donde encontrar la etnia que nos faltaba. Me imagino que mi cara debió ser un poema. No me lo podía creer, un país que se presentaba como un desafío, debido a sus restricciones y prohibiciones, se había desvelado como el más fácil de todos en los que trabajé nunca, gracias, a esta generosa persona.

Acepté su oferta, a cambio de hacerme cargo de todos sus gastos. Él aceptó, pero a regañadientes, encima quería pagar él. Mientras escribo esto, aún no lo entiendo demasiado, supongo que es la famosa hospitalidad musulmana, pero elevada a su máximo exponente.

El miércoles, aprovechando los cientos de canales que unen el río Brunéi y el Temburong, atravesamos Malasia en una planeadora sin enseñarle a nadie el pasaporte. Solo pensaba en que sería peor, en caso de que aquel trasto tuviera un accidente, los cocodrilos que infestaban toda la rivera o estar en un país extranjero sin visado. No llegué a decidirme, pero hubiese sido una situación digna de recordar. Al llegar a Temburong nuestro amable guía, nos llevó directos a un mercado donde había Murut y tardamos nada y menos en conseguir a la persona adecuada, así que después de comer, cogimos de nuevo otra de estas lanchas de regreso a la parte este de Brunéi. Subimos el coche de Fizan y nos llevó hasta Miri, la localidad más cercana de Malasia, donde teníamos que coger un avión al día siguiente. Esta vez, sí cruzamos la frontera como es debido y nos sellaron el pasaporte. Cenamos y nos despedimos de nuestro anfitrión y a partir de ahora también amigo.

Ya, al cruzar la frontera pudimos ver la diferencia de paisaje. El verde exuberante y virgen de Brunéi, contrastaba con el desierto quemado de Malasia para cultivar palmeras y extraer su valioso aceite, que luego nosotros ingerimos en miles de productos en occidente.

Al día siguiente, la estrella de la mañana se ocultaba tras el humo de los incendios de la jungla malaya y el olor a quemado impedía mantener la ventana abierta. Desde la novena planta del hotel de 30 dólares donde dormimos, no se podía ver más allá de unos cientos de metros. De pronto, me invadió una tristeza asoladora que me hizo llorar sin remedio. Ver como aquella gente destruía uno de los lugares más hermosos y con más biodiversidad del planeta, protagonista de mis sueños de infancia, por pura avaricia, me creó la duda de si valía la pena todo mi proyecto, mostrar al ser humano, como un precioso valor que debemos conservar se tornaba irreal.

Mi conclusión es que sí debo hacerlo. Todas la tribus que consideramos subdesarrolladas del mundo han demostrado tener más conciencia medioambiental que cualquiera de nosotros, los autodenominados desarrollados y superiores. Viven en armonía con el medio, porque saben que la tierra es quien les da de comer. Los occidentales, por el contrario, quizás por vivir entre edificios y asfalto, hemos olvidado que también a nosotros la tierra es lo único nos da de comer.