“Estaremos en activo hasta que el cuerpo y los tornillos aguanten”. Con esta frase Servando Carballar Heymann (1962) abrevia la esperanza de vida de Aviador Dro, banda de música electrónica fundada hace cuatro décadas en Madrid que este fin de semana regresó a Canarias para dar dos conciertos en La Laguna y en Las Palmas de Gran Canaria. “A nuestros conciertos vienen chavales que no estaban vivos cuando todo esto empezó”, agradece Biovac N, su nombre artístico, en el arranque de una entrevista en la que se cuelan un par de arrestos sufridos en los primeros años de historia de un grupo que respiró el postfranquismo.

¿Piensan estirar este vuelo mucho más?

Ja, ja, ja... Lo correcto sería decir hasta que el cuerpo aguante, pero una de las cosas que más nos llamó la atención del concierto que ofrecimos el viernes en La Laguna fue que había mucha gente joven; chavales que es imposible que estuvieran vivos cuando empezó todo esto... Aviador Dro estará activo, o descargando información, mientras haya gente de 20 a 25 años que acuda a nuestros conciertos. Está mal que yo lo diga, pero nuestra música continúa siendo una necesidad genética.

¿Alguna vez tuvo la certeza de que Aviador Dro era una travesía suicida?

Siempre... Aviador Dro no es un viaje, es una parte integral de lo que somos y de lo que hacemos todos los días. Nosotros siempre hemos pensado que el futuro es lo que cada persona va construyendo día a día y, por lo tanto, el horizonte de Aviador Dro es el mismo que nuestro horizonte personal... Ahora mismo es infinito.

¿Por qué el punk no muere nunca?

El 50% de lo que nos interesa del punk es la actitud, es decir, llevar la contraria a los sistemas que nos imponen cosas a la fuerza, bien sea a través de los cuerpos de seguridad o por medio de decisiones políticas. El capitalismo salvaje en el que estamos hundidos requiere respuestas contundentes; reacciones artísticas, emocionales y, sobre todo, sociales... Eso es un reflejo periódico que no va a dejar de existir. Nosotros nos consideramos punks científicos e intentamos constatar la relevancia del arte a través del contraste que provocan nuestras críticas a la situación y el momento que vivimos. Si no existiera ese espíritu inconformista, el arte dejaría de tener sentido y sería completamente irrelevante.

¿Volvería a repetir los mismos pasos 4o años después?

Todo lo que hemos vivido es irrepetible, pero yo no estoy a disgusto con los pasos que he dado para llegar hasta aquí. Aviador Dro surgió en una coyuntura que coincidió con el final de la dictadura de 1977 y las reformas democráticas que se dieron en 1979. Ahora está de moda decir que lo que pasó entonces solo era postureo, pero de eso nada... Entonces había varios miles de personas que iban a la Plaza de Oriente a saludar al Generalísimo con el brazo levantado. Muchos de ellos nos siguen gobernando 40 años después o son simpatizantes de Vox, Ciudadanos o el Partido Popular... Los acólitos de Franco nunca se marcharon del todo. ¡Con esta gente danzando por ahí no se puede bajar la guardia!

Vamos, que usted no se ve haciendo canción ligera...

No, no creo (sonríe).

¿Apostar por un proyecto de estas características en los años de Transición fue un acto de fe o un desafío?

Nosotros queríamos hacer cosas, y en el paréntesis que se abrió entre la fase inicial de la Transición y los primeros Gobiernos democráticos vimos una oportunidad para liberarnos que no quisimos desaprovechar. Aunque haya gente que no se lo crea, entonces había más libertad de expresión. Hoy dices algo que no gusta y te pueden encerrar cinco horas en un comisaría. A finales de los setenta teníamos una misión: había que darle la vuelta a España. Cuarenta años después muchas de esas cosas han cambiado, pero otras son igual de retrógradas o más, como, por ejemplo, la aplicación de la Ley Mordaza.

¿Usted ha estado en un coche policial o en un calabozo por razones musicales?

Dos veces. La primera nada más salir de nuestra primera sesión de fotos vestidos de aviadores y pasar por delante de una casa-cuartel de la Guardia Civil. No hace falta que le comente que aquello acabó con varias llamadas telefónicas a nuestros padres para que vinieran a recogernos. Solo teníamos 16 años y nos ganamos unas cuantas broncas: los uniformes y unas pintas algo extrañas pusieron en alerta a los agentes y nos aplicaron la Ley de Peligrosidad Social. Más tarde, con el 23F aún latente, la guardia civil entró en el primer concierto de electrónica que se organizó en España y se llevó a unos cuantos detenidos, entre ellos Ger Espada, cantante de Ovifornia. Aquel día nos volvieron a amenazar con la famosa ley de vagos y maleantes, pero la cita acabó con la interpretación de Anarquía en el planeta.